Llegaron unos minutos tarde al centro comercial y desde el cruce de enfrente, vieron a Jin sentado en unos escalones. Para no entrar los tres cargados como mulas en el supermercado, Juan se quedó sentado en la puerta con el equipaje de todos mientras Tania y Jin entraban a comprar.
El comprar en supermercados extranjeros, o mejor dicho, comprar en mercados nacionales siendo extranjeros, es siempre una aventura que puede acabar en tragedia. Pasear entre los pasillos con cientos de productos desconocidos y no saber qué es cada cosa o no encontrar lo que andas buscando, acaba hasta con la paciencia de la persona más tranquila. Por suerte, ellos en este tema ya están curados de espanto y en cuanto pasan seis minutos sin haber puesto nada en la cesta, van a lo que, supuestamente, es algo común en todo los países que han visitado. Las latas de conservas, lácteos, snacks y dulces. Atún, sardinas, yogures, pan, patatas fritas y galletas o chocolates. Pero en esta ocasión Tania, siguiendo la recomendación de Jin, compró sopas instantáneas de noodles que a Tania no le gustaron en demasía pero a Juan si, suele ser un «tragaldabas».
“That is donde tenemos que esperar el bus” – Decía Jin señalando la acera de enfrente. “Yes the número cuatro” – Afirmaba Tania mirando en la guía. No se trataba de ninguna estación propiamente, sino de una parada de buses de línea en medio de la calle principal que cruzaba la ciudad de un extremo a otro. La guía lo indicaba así y Jin lo había encontrado por otra parte con el mismo resultado. Estuvieron esperando un buen rato, pero sólo llegó un numero cuatro, un trolebús y, claramente, ese no era.
Si hay algo que caracteriza al transporte de Mongolia, es que cualquier persona con vehículo es un potencial medio de transporte si se negocia el precio previamente y se fija antes de empezar la marcha, lo que, dada la poca cantidad de gente que habla inglés, lo de fijar el precio antes puede ser un tanto difícil y acabar en equívocos.
“¡Ey guys!” – Venía diciendo Jin que se había ausentado unos minutos para ver si encontraba a alguien que quisiera llevarles a Terelji – “He encontrado a un chico que nos lleva hasta el campamento coreano por diez mil Tugriks cada uno” – Lo que venían siendo diez euros.
La verdad es que era la manera más fácil de ir porque, sino, debían esperar al bus «no-se-sabe-cuanto», se bajarían en «no-se-sabe-dónde» y llegarían «no-se-sabe-cuando» – “Ok, let´s go” – Afirmaron los dos. El chico, era realmente un chico. Por lo joven que parecía supusieron que tendría entre dieciocho y veinte años, más que nada por el hecho de poder conducir, aunque tampoco era un referente en un país como ese. Estaba chupado como una chusta, vestía una camiseta blanca bajo una chaqueta vaquera, y unos pantalones también vaqueros; pero lo que más le caracterizada era la gorra negra hacia atrás con una hoja de marihuana dorada en la parte frontal.
Jin lo había parado levantando la mano al estilo mongol, con los dedos de la mano derecha hacia abajo. El chico iba con un amigo pero en cuanto negoció con Jin, el amigo se fue andando. Volvieron los tres a hablar con el chaval para confirmar el precio, destino y que todo quedase bien cerrado y se pusieron en marcha bajo una música “Bacaluti”. Unos buenos altavoces retumbaban en los oídos y en la cabeza de Tania y Juan que se sentaron detrás. Todo era muy divertido y aunque no hablaba mucho inglés, el lenguaje internacional, que en es caso era la música, bastó para romper el hielo y los momentos de duda que les surgieron a todos se fueron al son de las notas y los limitados movimientos de baile. En un momento dado, cuando el “Bacaluti” ya resultaba monótono, e incluso algo incómodo, el chico, les hizo entender con gestos y alguna que otra palabra suelta, que pusieran ellos algo de música. Tras un rato de duda, el coche salía de la capital mongola a ritmo del “Ganga Style” que Jin, como típico coreano, puso a todo volumen.
Unos cuarenta minutos después, entre un paisaje amplio, con un cielo limpio y unos colores rojizos que se apoderaban de los árboles, llegaron al campamento coreano.
Bajaron ilusionados al ver los Gers en los que se quedarían ese fin de semana.
Los nómadas mongoles se dedican principalmente al ganado y van cambiando de lugar en función del alimento y por ello, los Gers, en teoría, son fáciles de montar, desmontar y de transportar en algunos camellos. Son casas circulares recubiertas por una lona sujetada por cuerdas hechas con pelo de caballo. Por dentro tienen una estructura de madera y, los dedicados a la vivienda, una estufa en el centro con un tubo de ventilación hacia fuera del Ger.
Las camas y demás muebles que hacen de estas edificaciones un lugar acogedor, se disponen alrededor de la estufa que, mientras esté encendida, proporciona una agradable temperatura a todo el Ger.
“¡Wow! ¡cómo mola nuestro Ger!” – Exclamaba Juan contento – “The boss, me dijo que si lo preferimos podemos cambiarnos a las habitaciones de allí arriba” – Decía Jin señalando hacia una zona de dos plantas en un lateral – “No it´s ok, el Ger está bien, mola” – Afirmaba Tania con entusiasmo.
Entraron por la pequeña puerta y Juan se llevó un golpe con el marco por no agacharse lo suficiente, y eso que no es precisamente alto. La estancia era muy acogedora, con las camas sobre unos somiers de madera pintados de colores.
Se instalaron y en cuanto hubieron tomado tantas fotos como eran posibles del lugar, salieron a dar una vuelta por el pueblo.
Anduvieron un poco y en seguida se encontraron fuera del poblado, caminaron por la estepa y por un bosque de colores rojizos que les llevó hasta un caudaloso río.
El silencio era una constante, lo único que de vez en cuando lo rompía era algún que otro repicar de cencerro o el mugir de algunas vacas de dimensiones épicas que pastaban por la zona.
Puede parecer que Tania y Juan estén todo el rato comiendo por cada sitio por el que van pero es que es algo les gusta mucho hacer, disfrutan de la comida y la cena de aquella noche,
de la tarde mejor dicho, eran las seis, les entró muy bien en el cuerpo ya que empezaba a refrescar y la comida coreana lleva siempre un cuenco con sopita caliente de algas y otros tantos cuenquitos más con diferentes cosas realmente buenas.
La noche se presentó fría y uno de los empleados del campamento entró en su Ger con unos cuantos trozos de madera y un soplete para encender la estufa, que les calentaría durante unas dos horas.
La nariz, las orejas, los pies, fueron las primeras partes del cuerpo en sentir el frío en cada uno de los tres dormilones.
Tania y Juan estaban con sus sacos de dormir comprados en una macro tienda de deportes que no calentaban tanto como ponían en el saquito donde los guardaban y Jin, sólo se tapaba con las sábanas que tenía cada cama. Eran las dos de la mañana cuando ya no pudieron más con el frío. Echaron unos maderos más a la estufa pero las brasas que quedaban no eran suficientes para prenderlos. Tocó ponerse unas capas más de ropa y aguantar el frío hasta que Juan se dio cuenta, una hora más tarde, de que se encontraban durmiendo sobre una manta del mismo color que el “colchón” y en la que no habían reparado y la usaron como se debía. Pese a todo aquello, no consiguieron quitarse del todo el frío, que se les había metido hasta en los huesos, hasta que el sol salió.
Como bien dije antes, la comida coreana les pareció sabrosa pero cuando para desayunar también les pusieron lo mismo, dejó de ser tan interesante y/o apetecible para ellos mientras Jin lo disfrutaba como un crío. Aún con esas, comieron lo que buenamente pudieron – “¡chis, CHis, CHIS… ¡AAACHIS!” – estornudaba Tania como de costumbre con el cambio de temperaturas. La alergia en ella era una constante que a veces resultaba tan molesta que tenía que tomarse unas pastillas y estas, a su vez, también eran una molestia por la somnolencia que le provocan – “Bless you” – Decía Jin educadamente. Acto seguido Tania repitió los estornudos en series de cuatro unas tres veces seguidas – “¡Uy! me da que esto no es alergia” – Comentaba arrugando la nariz mientras sacaba un pañuelo de papel. A lo largo de esa mañana se fue encontrando peor, dolor de cabeza, oídos, garganta… todo apuntaba a un buen resfriado.
Jin salió a montar a caballo con un tour mientras Tania y Juan estuvieron descansando hasta que después de comer dieron una vuelta por las inmediaciones del pueblo. Lo malo fue que el incipiente resfriado era más que suficiente para dejar a Tania exhausta a las cinco de la tarde. Aquella noche cenaron de nuevo las sopitas surcoreanas que, para el resfriado vinieron bien aunque para las ganas de comer que tenían, volver a repetir la misma comida a la cena y el desayuno era demasiado.
Se fueron a dormir con una cosa fija en la mente: “No pasar frío esa noche” así que, Jin y Juan, quedaron en hacer turnos cada dos horas para mantener el fuego activo. Hubo un par de momentos que hasta pasaron calor.
“Let´s go guys a desayunar” – Les animaba Jin para disfrutar una vez más de la primera comida del día. Aunque para el desayuno, la comida y la cena fueran lo mismo, Jin parecía disfrutar como un niño. Sintiéndolo mucho, pusieron una excusa bien pensada y desarrollada para no desayunar de nuevo las sopitas de algas y demás cuenquitos con comida picante – “Sorry Jin, pero no podemos comer de nuevo lo mismo, está rico pero para una o dos veces, es demasiado fuerte para nosotros” – Jin lo entendió perfectamente y se fue a disfrutar de su desayuno. A la media hora, los del campamento, bajo petición de Jin, tocaron la puerta de su Ger con unas tazas de café unas tostadas y entre medias un huevo frito. A que a ellos no les gusta el huevo frito pero ante el detalle de traerles un desayuno diferente a la habitación, hicieron de tripas corazón y se lo comieron a dos carrillos. Por suerte el huevo estaba bien hecho y tampoco les costó tanto comérselo.
Aquel fin de semana fueron los últimos días de las vacaciones de Jin. Un día después se volvía a Corea del Sur. Al regresar a Ulan Bator se despidieron – “Ok guys, ha sido un placer pasar estos últimos días con vosotros. Mañana me toca coger el avión de vuelta a casa.
Si quieren venir alguna vez a Corea de visita me avisan ¿vale?” – Ellos le dijeron lo mismo sobre España y, aunque que no habían pensado en pasar por ese país, calibraron la posibilidad de hacerle una visita sin asegurarle nada ya que iban viendo sobre la marcha cual sería su próximo destino.
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