Antes de continuar con nuestra aventura por un nuevo país y a tenor de los hechos acontecidos en Nepal, creo que es necesario hacer un alto en el camino y explicar cómo hemos vivido en nuestras propias carnes un suceso semejante que hacía unos ochenta años que no se daba.
Me voy a remontar a unos días antes, porque todo tiene relación…
22/04/2015. Acabando el Trekking.
De mitad para abajo, el camino de regreso al pueblo desde el cual empezamos el mejor trekking de nuestras vidas, se nos hizo cuesta arriba. A pesar de ser tan sólo bajada, tantas horas descendiendo, once, destrozaba caderas, rodillas, tobillos y hasta uñas de los pies. Íbamos muy bien de tiempo pero no tan bien de dinero. La compra de un Mandala y un Tanka a nuestro amigo Shyam antes de empezar a andar, fue un gasto extra no tenido en cuenta que hizo replantearnos si podíamos seguir, o no, con el trekking cuando llegamos a Langtang.
La idea original era hacer lo siguiente: Shyabrubesi, Hotsprings, Rimche, Goda Tabela, Langtang, Kyangin Gompa, volver hasta Hotsprings y coger otro camino para continuar el trekking por Tulo Syabru, Shin Gompa, Laurebina, Lagos de Gosaikunda y acabarlo en Dunche. En total unos ocho o nueve días.
Cuando desde Langtang empezamos el descenso en el quinto día, no teníamos muy claro que nos fuese a dar el dinero para acabarlo de esa manera inicial y, a mitad de camino, no sabíamos si nuestras piernas nos iban a dar para volver a subir hasta los 4700 metros, ni que el tiempo nos fuese a acompañar sin ponérnoslo difícil como ya contaré en el post del trekking. De modo que sopesando las posibilidades económicas, físicas y climáticas y estando más que satisfechos con cinco días de aventura de altura a nuestras espaldas, decidimos que lo más razonable era dar la cosa por terminada.
Justo antes de llegar a los Hotsprings, nos cruzamos con una chica española, Roser Palau, con un punto de locura muy característico pero también muy maja, con la que nos hemos ido cruzando desde la cola que hicimos para obtener el visado en el aeropuerto de Nepal y con la que pasamos unos días en Kathmandu junto con el recién descubierto primo lejano de Tania (ya lo contaré en el post de Nepal). De hecho, este trekking, lo hemos hecho gracias a la encarecida recomendación de Luis (el primo). Él nos hizo ver que era una buena idea hacerlo tan sólo, contándonos las maravillas del lugar y transmitiéndonos su pasión por la montaña.
Roser tenía calculado empezar el trekking el mismo día que nosotros pero lo retrasó porque tardó en conseguir unas gafas de sol graduadas. Cuando nos encontramos, estuvimos hablando un rato con ella contándole nuestra experiencia y dándole un par de recomendaciones. Como no sabíamos si nos íbamos a ver de nuevo en Kathmandu, nos pasamos el número de teléfono y los correos para no perder el contacto. Una vez nos despedimos, continuamos nuestra marcha bajo una repentina lluvia que nos dio para probar de nuevo la calidad de nuestros ponchos de agua.
Habiendo descansado todo lo que pudimos en Syabrusesi, por la mañana volvimos a Kathmandu en un Jeep por un camino que merece su propio post, pero eso es otra historia…
24/04/2015. Un día antes:
Estábamos hechos polvo aquella mañana y no teníamos ganas de turistear por la ciudad, por lo que decidimos ir a intentar vender lo que habíamos comprado para el trekking y que no nos podíamos llevar en la mochila por falta de espacio. Sin quererlo ni beberlo nos vimos en una tienda rodeados de nepalíes negociando por lo que vendíamos. Las tornas se habían cambiado, ahora éramos nosotros los que poníamos el precio y ellos los que nos pedían descuentos. Al final conseguimos la mitad de lo que nos habíamos gastado y aún nos quedaban por vender unos forros polares. Vimos a tres españoles en una tienda de trekking e intentamos vendérselos pero pese a que ya tenían su propio material, encontramos un buen rato de conversación acerca de viajes y experiencias. Resultaron ser muy simpáticos y quedamos en que nos podíamos ver a la hora de cenar un restaurante al que solemos ir aunque no quedamos en nada en concreto.
Como los forros no se los colamos a nadie, fuimos a la tienda de nuestro amigo Shyam para vendérselos a su empleado, Phuspho, y de paso, ver si nos había dejado allí guardadas las cosas que le habíamos comprado, más otras que nos había regalado antes de irse a Italia por negocios. A Phuspho le interesaron los forros y se los dejamos allí junto con las compras y los regalos de Shyam. Al entrar un par de clientes, le dijimos que nos íbamos y que ya volveríamos a por las cosas en otro momento.
Puesto que pensábamos ir a cenar con esos chicos a nuestro restaurante preferido, a la hora de comer nos fuimos a otro y nos sentó bastante mal por el exceso exagerado de aceite. Tras la siesta, empezó la “mascletà” que me dejó un rato sentado en el baño y toda la tarde con mal cuerpo, por lo que, al final, no fuimos al encuentro con estos chicos.
Cuando ya caía la noche, Tania, tenía ganas de tomarse un “algo”, como una infusión de jengibre con limón y miel que sienta bien al estómago. A la hora que salimos ya no había casi nada abierto, salvo un bar de cócteles.
El encargado de aquel lugar, un nepalí occidentalizado y con un inglés muy claro, nos dio conversación durante un buen rato y nos comentó que al día siguiente había una celebración religiosa que sólo se hace cada doce años en el Durbar Square de Patan. Nos recomendó ir a verlo porque es un verdadero espectáculo, va muchísima gente y, algunos, se meten tanto en el papel que entran hasta en trance. La idea de ir era buena, sobretodo fotográficamente hablando pero, nos tiraba un poco para atrás que hubiera tanta gente. No nos gustan mucho las aglomeraciones, pero ya lo decidiríamos al despertar a la mañana siguiente.
25/04/2015. Día del terremoto:
Cuando hicimos el trekking, nos acostumbramos a dormir pronto, alrededor de las 20:02 y madrugar; a eso de las 5:33. Aquella noche trasnochamos, nos dieron las 21:31 y nos despertamos muy tarde, a las 8:18. Tras pensar en qué hacíamos respecto a la celebración, decidimos no meternos en jaleos de masas en trance y empezar con la compra de regalos. Alrededor de las nueve y media estábamos en el mercado de especias. Bueno, realmente venden de todo pero nuestra idea era ir a comprar tés y alguna hierba para cocinar. Las calles de ese mercado son muy estrechas, de edificaciones de ladrillo muy antiguas y con el suficiente tráfico de gente y vehículos como para no caminar tranquilos.
Con el té en una bolsa, regresamos a Thamel (calle que da nombre al barrio turístico y por donde nuestros amigos tienen sus comercios). Paramos en una pequeña tienda que estaba al lado de una mini plaza con un mini templo del Dios Mono, Hanuman. El dependiente era muy amable y bromeamos un poco con él entre regateos.
Phuspho estaba en donde cabía esperar, sentado tras las bajas mesas cuadradas que hacían de mostrador mientras leía el periódico. Nos invitó allí mismo, como cada vez que íbamos, a un Chai Massala. Entró gente cuando acabamos nuestro té y, para no entorpecer las ventas de Phuspho, salimos a ver a nuestro otro amigo, Ram, que estaba dos tiendas más allá. En plena clase de nepalí entró un señor mayor que saludó con afecto a nuestro amigo y pasó dentro con él. Para no molestar, decidimos ir al “súper mercado” del barrio y seguir con las compras.
De camino volvimos a pasar por delante de la pequeña tienda al lado del Templo saludando al chico con una amplia sonrisa. La calle que daba al súper era como casi todas en esa zona, por no decir en todo Kathmandu, pequeña con edificios de tres o cuatro alturas, de finas cornisas en lo más alto de ellos, con un cúmulo de carteles simples o luminosos pendiendo de sus fachadas y un montón de cables de electricidad que convergían en un mismo poste de tres metros de altura donde la calle se unía a otra formando una “T”.
– ¡Mira qué ropa más chula hay en esa tienda! Después del súper pasamos ¿vale?
Dijo Tania señalando a una pequeña tienda a la que miré girando la cabeza. Al volver la mirada al frente y a escasos metros del súper sentí un fuerte mareo que me hizo dar un paso en falso. Me paré, no era un mareo normal, parecía que el suelo se moviera…
– Juan espera que me estoy mareando…
Dijo Tania con la misma expresión en la cara que la mía y con la misma sensación en la cabeza y el estómago.
El suelo se estaba moviendo de la forma más extraña que jamás hayamos imaginado ¿cómo algo tan rígido como el suelo puede moverse como una lona de goma que nos hacía andar como un par de borrachos? Cogí a Tania de la muñeca como acto reflejo, “Tania es un terremoto”, el silencio en Tania lo decía todo. Mi primer pensamiento para ponernos a salvo fue cobijarnos bajo el marco de la puerta más cercana pero, afortunadamente, Tania tubo una reacción más acertada. “No Juan, a la zona más amplia”; dijo tirando de mi. Lo malo fue que la zona más amplia era esa unión de dos calles, la “T”, y en ella ya había unas veinte personas apiñadas. Apoyándonos el uno en el otro llegamos ahí sin caernos. Nos abrazamos temerosos. Tania no paraba de decir “¿Pero qué pasa Juan?” y yo no paraba de contestarle “Un terremoto Tania, es un terremoto”. El corazón en un puño pero latiendo con fuerza, el estómago encogido, nos quedamos pálidos ante el miedo de no saber qué pasa, qué hacer o cómo actuar exactamente para estar a salvo. Los ojos fijos en los edificios, las cornisas, los carteles… El poste de cables se meneaba amenazándonos por la espalda pero sólo lo mirábamos de reojo, nos parecían más peligrosos los edificios. De repente aparecieron dos chicas más, una nepalí que temblaba de miedo ¿podía haber alguien más asustado que yo? y una occidental que nos miraba, con los ojos llenos de pánico, como si nosotros pudiéramos darle la tranquilidad que buscaba. Se abrazaron tan fuerte a nosotros que nos clavaban los dedos en la carne, pero el miedo superaba al daño. La nepalí trataba de esconder la cara en mi pecho y no paraba de temblar. No recuerdo ningún ruido en concreto aunque todo se moviera y pareciera que se fuera a desquebrajar, demasiadas sensaciones y demasiado activos los cinco sentidos como para atenderlos a todos. Con mi brazo izquierdo rodeé a la occidental y Tania con su derecho a la nepalí y de mi boca salieron “No pasa nada, tranquilas, ya está, ya acaba”. Puede parecer que lo dijera para tranquilizarlas a ellas pero realmente lo decía para tratar de calmarme yo. Tan solo fue el primer minuto de esas 120 temblando.
Nunca he pasado tanto miedo en mi vida. Es ahora, una semana después ya a salvo en Bangkok y, recordando esto para contároslo, la sensación de ese maldito minuto vuelve a mi y, de nuevo, se me hace un nudo en la garganta y se me acelera el pulso.
Tras el minuto todo se tranquilizó un poco, pero el suelo no paraba de moverse. Era como si estuviéramos en un barco o en un tren en marcha por una antigua vía. ¿Qué hacemos, dónde vamos? Eran dos preguntas que se nos repetían constantemente. Las dos chicas desaparecieron, realmente no me percaté de cuando se fueron. Todo era un caos dentro del propio caos que es ya de por sí Thamel. Algunas motos circulaban entre la gente, entre los que iban, los que venían, los que simplemente estaban ahí parados en estado de shock, otros que corrían, que gritaban, que callaban y observaban con cara de idos… Un temblor estrepitoso volvía a ponernos tensos, pero no venía del suelo sino de los comerciantes que bajaban la chapa metálica y se iban corriendo. Cada ruido ahora era más intenso y nos provocaba un nuevo sobresalto y entre todo esto nos llamó la atención las caras sonrientes de un grupo de japoneses que caminaba por la calle como si aquello fuese un chiste y aprovechaban para tirar tantas fotos como sus cámaras último modelo les dejasen…
– Juan, vamos a ver si Ram y Phuspho están bien.
Dijo Tania haciéndome volver a la realidad. Empezamos a deshacer el camino que habíamos hecho. Pasamos por la misma calle sin perder de vista los carteles que aún se tambaleaban. Todo estaba patas arriba.
En un callejón, el suelo estaba levantado. La tienda que había visto Tania a la que quería a entrar después del súper tenía una viga de madera caída en el centro. Tania se paraba de vez en cuando para tirar una foto. “No creo que sea momento para tirar fotos, Tania. Vamos a ver a estos y a algún sitio amplio por si acaso”. Llegamos a la esquina donde habíamos comprado un par de cosas minutos antes y la pared lateral se había desplomado hacia el pequeño templo de Hanuman sin causar daño alguno a la figura de este Dios.
El dependiente al vernos, se acercó a preguntarnos cómo estábamos. Él no daba crédito, el terremoto le pilló dentro y al salir vio caer el muro. Desde ahí miramos en dirección a las tiendas de nuestros amigos, la calle era aún más estrecha que en la que nos había pillado y los edificios parecían estar torcidos hacia la calle, pero no sabíamos si estaban así por el seísmo o de antes, aunque todas las calles me parecían ahora más pequeñas y más ruinosas.
El sentido común nos decía que no era buena idea ir hacia allá; si volvía a temblar, no sabíamos que podría pasar y no había ninguna zona que fuese más amplia para estar seguros de que nada se nos fuera a caer encima. Nos despedimos del dependiente deseándole buena suerte y que tuviese cuidado y dimos media vuelta hacia otro cruce de calles un poco más amplio con más tráfico de gente. Nos agarramos de la mano fuertemente.
La preguntas ¿qué hacemos, dónde vamos? de nuevo aparecían en nuestras cabezas y eran verbalizadas por nuestros labios casi a la vez. Calle abajo íbamos a parar al hotel, pero tampoco era buena idea, de nuevo calles aún más estrechas. En un segundo llegó a mi cabeza el recuerdo de una zona amplia en la que poder estar a salvo, algo así como una explanada tan grande como un campo de fútbol que no pillaba lejos y a la que podíamos ir por calles amplias. Volvimos a ponernos en movimiento hacia una de esas calzadas. La carretera estaba cortada, un taxi había sido aplastado por un poste eléctrico como el que habíamos tenido tras nosotros durante el temblor.
Por suerte al taxista no le pasó nada.
Esta calle, al ser amplia, estaba aún más llena de gente y no nos daba plena seguridad. Más adelante parte del muro de ladrillo perteneciente a lo llamado: “Jardín de los sueños” se había derrumbado. En frente había un hombre sentado en el suelo con un pie ensangrentado. No éramos los únicos que no sabíamos qué hacer y la incertidumbre se reflejaba en las caras de la gente. Pese a que no era buen momento para ello, aquel taxi aplastado, esas personas en la calle y esos ladrillos caídos en el suelo, pedían a gritos una foto. Saqué mi cámara y tiré un par de ellas hasta que decidimos continuar por otra calle en dirección a la explanada.
Nos detuvimos a la mitad; al fondo, un montón de gente, más que de donde veníamos, salían apresuradamente de una calle lateral; una de las calles del mercado local en el que estuvimos por la mañana, y se agolpaban bajo un puente peatonal de hormigón e incluso nos pareció ver que había gente cruzando por arriba. No era la mejor idea seguir por ahí.
La tierra empezó de nuevo a rugir con fuerza. La gente, y nosotros, nos alineamos como por grupos sobre las líneas discontinuas que separaban los carriles. Todos temblando de miedo, miedo que nos mantenía alerta. De nuevo unas mujeres nepalíes se abrazaron a nosotros. Otros se sentaban en el suelo pero nadie se iba a mover de ahí hasta que parase, salvo un par de motos que circulaban de aquí para allá.
Mirando los edificios calculando que estábamos lo suficientemente lejos de ellos, aluciné con la imagen de un hombre que se asomaba a una ventana y nos miraba pasivamente. Es increíble el grado de preocupación que le da cada persona ante una misma situación.
Echando un vistazo hacia el otro extremo de la calle, nos llamó la atención que los cuervos y palomas revoloteaban en círculos por el cielo hasta que el temblor se detuvo. Desde ese momento escudriñábamos los árboles buscando los cuervos para que nos informasen de la próxima sacudida.
No sé si realmente tiene algo que ver, o si la paranoia se apoderó de mi, pero sentía un calor en las piernas que venía del suelo, como si notara la energía que estaba saliendo de el.
Volvimos a retroceder unos metros sobre nuestros pasos y los pájaros volvieron a alzar el vuelo y a los pocos segundos la tierra se volvió a estremecer. Nos paramos y una vez hubo acabado, continuamos. Parecía como si estuviéramos jugando al Escondite Inglés.
De repente, a nuestra izquierda, nos encontramos con un terreno amplio cercado por un murito de ladrillo y verja en el que, a la ida, no habíamos reparado. Cruzamos la entrada custodiada por militares armados, como si les fuesen a servir de algo, y nos sentamos en el césped junto con otras tantas personas, donde permanecimos sentados en la hierba sólo moviéndonos para ir al baño o a comprar agua, siempre los dos juntos. Aquella explanada resultó ser parte de la Oficina del Vicepresidente de Nepal.
Sentados en esa explanada poco a poco nos fuimos tranquilizando pero de vez en cuando, sentíamos como si el vecino de abajo golpeara el techo con un martillo, solo que el vecino debía ser como Thor.
No parecía que la cosa acabase, cada pocos minutos había una réplica. Cuanto más tiempo transcurría entre las sacudidas, al rato llegaba otro un poco más fuerte. Las horas pasaban lentas, pero no nos percatamos de cuanto tiempo pasó. No teníamos el indicativo temporal que da el hambre, pues no teníamos. Miramos el reloj, las tres y algo y los pájaros volvían a volar y el suelo volvía a temblar.
A parte de lo obvio, nuestra siguiente preocupación era tratar de notificar a la familia que estábamos bien. Preguntamos a alguno de los presentes si le iba el teléfono, pero no hubo suerte.
En el móvil de Tania no teníamos saldo en su tarjeta inglesa ni teníamos tarjeta nepalí, cosa que estuvimos a punto de comprar pero no hicimos. Mi móvil estaba en el hotel y pensamos que lo mismo allí, aún funcionaría internet. Pese al temor de tener que cruzar de nuevo las calles, pero viendo que daban ya las cuatro, el sol empezaba a bajar y el fresco a subir, nos pusimos en pie y nos marchamos.
Fuimos a paso ligero entre las estrechas calles mientras flipábamos con cómo estaba todo.
Llegamos a la callejuela en la que se encontraba el hotel. El suelo estaba levantado y pese a ver que había gente en frente de la puerta, no nos sentíamos muy cómodos con la idea de entrar. Justo en ese momento salía por la callejuela uno de los chicos de recepción. Le preguntamos si todos estaban bien y si el inmueble se había visto afectado. Por suerte el edificio era relativamente nuevo y tan sólo se había caído un poco de pintura. Entramos con más miedo que siete viejas en el recinto, los empleados estaban dentro bastante tranquilos pero con la mosca tras la oreja. Mientras Tania se quedaba abajo tratando de conseguir internet yo subí corriendo hasta la cuarta planta. En la segunda me encontré con un alemán que siempre era muy gracioso al que el terremoto le pilló durmiendo y estaba haciendo las maletas, fue la única vez que no me hizo una gracia pero la situación no era para chistes. Subí dos plantas más, entré en la habitación, cogí el móvil una chaqueta para Tania y unos pañuelos para el cuello y bajé. En el móvil tenía un par de mensajes de amigos preguntando si estábamos bien pero no hubo manera de contestarles. Aunque la conexión tuviera todas las rayitas los mensajes ni salían ni llegaban. Uno de los chicos de recepción estaba conectado y le pedí su teléfono para meter el número de mi hermana en sus contactos a ver si le podía mandar un Whatsapp. Tras un buen rato intentándolo nos fuimos sin poder conectar con nadie.
De nuevo las preguntas aparecían en nuestra mente. Decidimos ir a ver si la familia de Shyam estaba bien. Los temblores aparentemente se habían calmado aunque nuestra sensación era que la cosa no paraba. Pasamos por delante de las tiendas de nuestros amigos a toda prisa. Ambas estaban cerradas, con alguna grieta que otra en los escalones de la entrada, pero aparentemente todo estaba bien. Llegamos a la casa, un edificio de tres o cuatro pisos, pero como no vimos ningún timbre al que poder llamar grité el nombre del hijo mayor. Una vecina salió a la calle al oírnos y nos dijo que no estaban en casa sino en un terreno a la vuelta de la esquina bajo un plástico como techo por si llovía y con unos cuantos vecinos más. Salieron la madre, el hijo del medio y el pequeño de tres años a nuestro encuentro. Pese a que la madre no saluda ni con besos ni abrazos, sino con un gran Namaste, las manos juntas a la altura del pecho, una inclinación de cabeza y una gran sonrisa, vimos en sus ojos que se alegraba de vernos aunque con un toque de preocupación también visible en ellos; el hijo mayor Prabeen, no había llegado aún de un examen, no obstante, sabían que se encontraba bien y que estaba de camino a casa. Nos acogieron, como todas las veces, como si fuésemos de la familia y nos sentamos a esperar, las réplicas se hacían de nuevo presentes y los vecinos se asustaban mucho más que nosotros, puesto que de boca en boca había llegado el rumor de que otro movimiento iba a producirse en una hora en concreto y que un terremoto mayor podría llegar en cualquier momento, como si eso se pudiera saber con tanta exactitud.
Al poco llegó Prabeen quejándose de un dolor en el pie pues había tenido que saltar por la ventana de la clase cuando el terremoto empezó porque, según contaba, una parte del techo se había caído y había pillado a unos compañeros suyos. Tras avisar a su madre de que estaba bien, se fue a dar una vuelta por Thamel a ver si nos encontraba y por eso se había retrasado.
La madre, hablando con su hijo mayor en nepalí, le dijo que nos quedásemos con ellos hasta que la cosa mejorase, que no nos preocupásemos por nada, que entre ellos y los vecinos tenían comida y bebida de sobra y podíamos dormir todos en el “huertito” de uno de los vecinos. Puesto que no teníamos ni idea de qué hacer ni de dónde íbamos a poder dormir si no era con ellos, nos pareció la mejor opción por esa noche. Al día siguiente iríamos al aeropuerto para intentar cambiar los billetes. Los que teníamos comprados hacía una semana, eran para el veintinueve y estábamos a veinticinco.
Los teléfonos funcionaban a ratos y seguíamos sin poder comunicar con la familia y dada la hora que era, en España ya se tenía que conocer la noticia y estarían preocupados. Prabeen se prestó a acompañarnos para comprar una tarjeta SIM nepalí y ya que estaríamos por Thamel pasaríamos de nuevo por el hotel para coger las mochilas. Anduvimos por las caóticas calles un rato pero no hubo suerte, sólo encontramos un hombre que nos pedía una pasta por una tarjeta y sin saldo. Nos pareció increíble que hubiera gente que se aprovechara de otros en este tipo de situaciones. Nuestro amigo cayó en que sería más fácil encontrar una tienda donde poder recargar su propia tarjeta.
Dicho y hecho… hecho, tras patear el barrio un buen rato viendo las consecuencias del seísmo y corriendo para cruzar ciertas calles, como una en la que una viga se había partido y el edificio se sustentaba apoyado sobre el que tenía al lado. Finalmente conseguimos hablar con ambas familias.
Pasamos por el hotel, recogimos las mochilas rápidamente, pagamos dos noches, nos sabía mal irnos sin pagar como supimos al tiempo que otras personas habían hecho, nos despedimos de los chicos y nos fuimos de nuevo al “huertito” del vecino.
Nunca había estado tan pendiente de una botella de agua. La pusimos sobre la hierba pues era el mejor chivato si se movía la tierra. “Temblores de impacto, como en Jurasic Park” me decía a mí mismo. Habíamos sentido tantas sacudidas que ya no sabíamos si era una nueva o si era nuestra impresión.
Tras cenar un Dahl Bat, cómida típica de Nepal a base de arroz y lentejas, nos tumbamos en unas alfombras sobre el frío suelo. Todos nos acurrucamos como pudimos bajo el plástico azul que nos cubriría de la lluvia que nos empezó a caer, todos bien juntos para minimizar el frío, todos tapados con unas sábanas muy ligeras que sacaron de las plantas bajas de cada casa, todos tratando de no dormir por si acaso, todos auscultando el suelo por si volvía a moverse y mirando los edificios con recelo, todos deseando que todo acabase y todos, inevitablemente, caímos dormidos después de un largo día de muchos sobresaltos.
Sólo habían pasado unos tres cuartos de hora cuando me desperté con dolor de espalda. Estábamos tan juntos que casi no podíamos movernos. Me acoplé como pude sin despertar al resto pero el suelo se encargó de eso con otro temblor, incorporados y temerosos echamos un vistazo a los edificios, todos en su sitio y de repente un perro encerrado en una terraza se puso a aullar. Con un ojo abierto y otro cerrado volvimos a dormir. Reapareció el dolor de espalda, cambié de postura y cerré los ojos. El frío empezó a apretar según avanzaba la noche y no me dejaba dormir, abracé a Tania para compartir nuestro calor corporal y caí dormido. Otra vez el perro y sus aullidos. Los ojos abiertos como platos. ¿Terremoto? Mirada a la botella. No. Me duermo. Tengo frío. Me despierto. Me acurruco. Me duermo. ¿Terremoto? Botella. No. Me duermo. Me duele. Me despierto. Me muevo. Me duermo. Aullidos. Me despierto. “Puto perro”. Me duermo. Pesadilla con el terremoto. Me despierto. ¿Terremoto? No. Mirada al agua. Me duermo. Me duele. Me despierto. Me duermo. Me despierto. “Duerme Juan, duerme”… “Duerme”… “Duerme”… Y dormí…
Jo Juan…es estremecedor. No me puedo imaginar yo en esa situación y no me gusta nadita imaginaros a vosotros allí. ..pobrecitos…qué experiencia! ! Qué suerte tomar algunas decisiones quenen su momento parecen nimias. Qué valientes. ..
Qué ganas de abrazaros
Jo sin palabras que horror un abrazo
A pesar de haber leído este capítulo después de veros en casa, sanos y salvos, se nos ponían los pelos de punta y la carne de gallina. Debió ser terrible. Lo has descrito muy minuciosamente y es como leer una novela, aunque tiene el interés de un reportaje periodístico que trasmite toda la angustia vuestra y de la otra gente del lugar. Nos emociona ver el cariño que os muestra esa familia que, por otra parte, es correspondido por vosotros, no sólo en esta ocasión sino del anterior viaje. Llama la atención y es bonito.
Las fotos son muy ilustrativas y propias de buen fotógrafo. Es un buen reportaje vivido en propias carnes. Nos gusta eso de que Tania y tú estuvierais siempre juntos, os cogierais de la mano, os abrazarais.
Lo más terrible es lo de esa chica que conocisteis y que por no ir con vosotros en el trekking ha desaparecido.
Bueno, ya pasó, aunque sin duda, os ha dejado huella a vosotros y a nosotros. Muchos muaks.
Se me ponen los pelos de punta y es imposible aguantar la lagrimilla. Me pongo en la piel de ustedes, de toda esa gente con miedo. Me imagino unos a otros abrazados buscando el consuelo sin conocerse, es escalofriante y a la vez hermoso.
Muchas gracias Fabi!!! me gusta haber podido transmitir lo mejor que he podido nuestra dura experiencia. Un besazo!!!!