El nombre proviene del Sánscrito y significa “Ciudad de los Leones” (“Singha”, león y “Pura”, ciudad). Singapur es una República Parlamentaria y podríamos decir que es un tres en uno, isla, ciudad y país que está justo debajo de Malasia y que es el cuarto centro financiero del mundo. Usan el Dólar Singapurense (un euro equivale a uno con veinte dólares). Nos llamó mucho la atención por diversas cosas; sus normas, su limpieza y su mezcolanza cultural. Aun siendo el país más pequeño del sureste asiático, setecientos kilómetros cuadrados, es el segundo país con más densidad de población del mundo y en él conviven budistas, musulmanes, hindúes, cristianos, sijs, taoístas y confucionistas, en perfecta armonía, basada en el respeto y en unas normas muy estrictas que prohíbe y multa, entre otras, el mascar chicle, el uso de mecheros y un sin fin de cosas que hacen que todo funcione correctamente y que todo esté limpio y controlado. Ante tanta diversidad de culturas Singapur tiene cuatro idiomas considerados oficiales: inglés, chino (mandarín), tamil y bahasa (tanto malayo como indonesio). A parte goza de un clima que apenas tiene diferenciación de estaciones y en el que rondan todo el año entre los veinticinco y los treinta grados con alguna que otra tormenta-aguacero de escasos minutos, como la típica tormenta veraniega.
Nada más bajar del avión ya se aprecia lo limpio y lo ordenado que es este país. El paso por inmigración (cada vez que entrabamos a un país por avión teníamos que rellenar una ficha para luego presentarla en inmigración), fue muy rápido y eso que Singapur goza de mucho turismo.
Nos dirigimos al metro del aeropuerto para ir de una terminal a otra y poder coger el transporte urbano subterráneo que funciona estupendamente y en el que ya te encuentras carteles con prohibiciones tales como no fumar, no gritar, no tirar papeles al suelo… y sus respectivas multas en caso de realizar cualquiera de estas acciones no bien vistas.
Una mujer que trabajaba allí nos indicó muy amablemente cómo funcionaba la compra de los tickets en las máquinas habilitadas para ello.
Todo táctil, seleccionabas el destino, el número de billetes y nos salieron dos tarjetitas verdes de un viaje, una para cada uno, que al llegar a nuestro destino introdujimos en otra máquina igual para que nos devolviera un dólar en concepto de depósito. Una manera limpia para no tener un billete gastado en la mano que la mayor parte de las veces termina en el suelo.
“Little India” era nuestra parada elegida para buscar un alojamiento.
Salimos a la calle con ganas de ver cómo era una pequeña India en un lugar tan pulcro. Impecable. Ni un papel, ni un manchurrón en el suelo, ni una mierda de vaca, ni un escupitajo de betel en el suelo… nada, hasta olía bien. Pasamos por una calle con un montón de puestos, entre ellos una frutería que, olía a fruta.
No lo podíamos creer y hasta llegamos a dudar de que fueran hindúes de verdad… es broma, supusimos que la mayoría eran hindúes nacidos en Singapur y una de dos, que no hubieran estado en India o que acataran las ordenes a pies juntillas. Tras la cruzar la calle principal nos adentramos en unas callejuelas muy bonitas de estilo colonial, por donde había aún más tiendas de todo lo que quisiéramos, pero el equipaje empezaba a pesar la noche a caer y nos urgía encontrar un lugar.
Lo malo que tiene Singapur es que el precio de las cosas está muy a la par con Europa y no habían Guest-House. Encontramos un par de hoteles de precios similares y nos quedamos con uno que nos gustó mucho pero bastante caro en comparación con lo que veníamos pagando en este viaje. De todas formas, no nos venía nada mal estar un par de noches en un hotel de verdad, con una cama de verdad y, sobre todo, una ducha de verdad separada del retrete y verdaderamente limpia.
Lo más barato que había en alojamiento y que era lo más usado por mochileros tanto jóvenes como mayores, eran las conocidas habitaciones compartidas. Estas consistían en habitaciones de diversos tamaños con equis literas por cada habitación.
Lo más exagerado que vimos fue una que tenía veinte literas y lo realmente exagerado era su precio, veintidós euros por cama. Y fue por eso que escogimos pasar nuestro tiempo en Singapur en un hotel decente, total, nos salió por el mismo precio.
Nos pegamos una ducha que nos sentó de maravilla y salimos a la calle a buscar algo que comer y lo hicimos en un restaurante indio que nos gustó bastante.
Dimos una vuelta por el barrio y volvimos al hotel para descansar en esa cama que nos llamaba a gritos y nos pedía que la babeáramos.
Según nos íbamos acercando a ese colchón duro, con esas sábanas blancas de tacto suave, con esa almohada tan bien puesta, los ojos se nos iban cerrando, nuestro cuerpo se iba encogiendo hasta acoplarnos dulcemente en posición fetal, metiéndonos en la boca el pulgar de la mano derecha con el puño cerrado y sintiéndonos mecidos en la cuna por nuestras madres, caíamos en brazos de Morfeo hasta la mañana siguiente.
Realmente hicimos caso a los gritos de la cama y al despertar, las babas, síntomas de haber dormido plácidamente, empapaban las almohadas. Nuestro desperezar fue con calma, recreándonos en nuestro movimientos y con grandes bostezos como los de los grandes felinos.
Salimos a la calurosa calle y nos fuimos a visitar un templo indio que estaba cerca, muy parecido, por no decir igual, al que vimos en Kuala Lumpur, por lo que no nos sorprendió lo más mínimo y además algo tuvimos que pagar. Seguidamente cogimos de nuevo el metro para ir a Chinatown. En las pantallas dispuestas por los andenes, vimos que hacían un anuncio un tanto extraño. Aparecía un recordatorio de los atentados perpetrados por Al-Qaeda en distintas partes del mundo y alertaban al ciudadano para que estuvieran atentos a cualquier persona sospechosa con una mochila y dieran parte de ello a las autoridades pertinentes porque: “La seguridad de nuestro país depende de todos nosotros” como acaban dichos anuncios…
Chinatown era un barrio no muy grande pero decorado como los otros vistos en otras ciudades, con sus famosos farolillos rojos y en el que encontrábamos toda clase de tiendas de venta de todo tipo de cosas. De entre todos los puestos, los de productos deshidratados llamaron nuestra atención, pues te podías encontrar desde frutos hasta aletas de tiburón pasando por lo conocido como butifarras de mar (Holoturias), todo para comer.
Lo que más nos gustó fue que aún siendo el barrio chino estaba incrustado en casas típicas inglesas de la época colonial (los ingleses dejaron buena huella) y nos topamos con un templo budista en el que había una infinidad de estatuillas de buda y una figura que representaba cada signo zodiacal con dos guerreros a los lados con el animal de ese o esos años sobre la cabeza de cada uno.
Ya sabéis que en la cultura china los signos zodiacales no van por el día del mes en el que has nacido, sino por el año. Otorgando (no se en base a qué) uno o dos animales por cada año. El año de Tania, 1982, es un perro y mi año, 1980, es representado por un mono.
Justo en frente de este templo vimos un barrio muy bonito, con edificaciones bajas de distintos colores y muy cuidado y por el cual dimos una vuelta llamándonos la atención que en la puerta de un bar había escrito en tiza sobre una pizarra lo siguiente: “Este bar es para jóvenes y adultos, las familias que vengan con niños, busquen otro por la zona”.
La verdad es que en un principio nos pareció un tanto brutal y discriminatorio pero pensándolo bien y recordando lo mal que lo pasaba cuando era camarero y los niños corrían como locos por el restaurante, no me pareció una mala medida. Aunque realmente el problema es de los padres… pero ese es un tema que no voy a tratar ahora.
Tras picar algo en el McDonalds de Chinatown, si, lo sabemos, volvimos a caer en las garras de este gigante, pero a vosotros os quisiera ver comer en estos países durante largo tiempo y no sucumbir al hechizante olor de lo más parecido a comida conocida. Saltamos de este barrio a otro completamente diferente, al barrio del cristal, al de los rascacielos, al de las luces de mil colores, al de los hoteles caros, los centros comerciales de marcas poderosas, al barrio donde se mueven cantidades ingestas de dinero, al barrio del Centro Financiero. Singapur posee una economía de mercado libre y un PIB per cápita de los más altos del mundo y es por ello que se le considera como uno de los “cuatro tigres asiáticos” junto con Hong Kong, Corea del Sur y Taiwán. Su economía depende de las exportaciones y del refinamiento de las importaciones, sobretodo en el sector electrónico e industrial, pero ha ido ampliando al sector químico, al refinamiento del petróleo (el más grande de Asia) y la ingeniería mecánica entre otros. Estas líneas, al más puro estilo de Wikipedia las comento para todo aquel que tenga pensado salir de España y se mueva en cualquiera de estos sectores que lo tenga en cuenta, pues Singapur parece un buen sitio para vivir y crecer profesionalmente.
Charlas aparte, la combinación de las líneas de metro eran un tanto raras para acceder a este lugar o más bien nos liamos un poco y salimos por donde no debíamos y nos tocó dar un paseo bajo el sol.
Llegamos a una explanada a orillas de un río controlado y convertido en un enorme lago donde se puede dar una vuelta en un barco o en un “barco-bus”.
Continuamos la marcha pasando por una placita alargada dedicada a los Juegos Olímpicos celebrados allí y en donde aparte de los siete aros había una palmera plantada dedicada a cada país que participó.
El camino se dividía en dos posibilidades, una, por el paseo que bordeaba el lago sin ninguna cobijadora sombra y dos, por el Centro Comercial más exagerado, caro y espectacular que hemos visto nunca. Ambas opciones transcurrían a los pies de tres gigantescos hoteles de lujo unidos por su parte alta como lo conocido como “El Barco”.
En dicho lugar se haya una de las piscinas más impresionantes del mundo. El sitio se puede visitar, y tiene que ser increíble pero el precio también lo es, veinte euros por persona. Pero si tienes la suficiente cara y el desparpajo necesario para subir diciendo que estás alojado en el hotel te saldrá gratis. No fue el caso, siento desilusionaros.
Nuestra elección no fue por ver tiendas caras, ni por querer ver un centro comercial más, sino por el mero hecho de poder refrescar nuestros cuerpos a la brisa de un agradecido y controlado aire acondicionado.
El centro era grande, vistoso y de agradable paseo. Tenía forma de “T” y justo en el centro, había un canal por donde podías pasear en Góndolas cruzando bajo unos puentes curvos imitando los canales de Venecia (salvando las distancias).
Sobre la parte más ancha del canal (era como una gran rotonda llena de agua) había una bóveda de cristal invertida con un agujero en el centro y cada equis tiempo, de la parte de arriba, la que daba a la superficie, salían unos chorros de agua que llenaban la bóveda y esta se iba vaciando sobre el canal como un gran sumidero.
Un espectáculo muy curioso y que nadie se quería perder.
A la salida del centro comercial nos encontramos con el Museo de Ciencias y en el que nos hubiera gustado entrar a ver una exposición de Andy Warhol pero ya era un poco tarde y se me antojó subir a una Súper-Noria que había al otro lado del río que cruzamos por un puente con un curioso diseño y unas bonitas vistas.
La Súper-Noria se alzaba ante nosotros como un gigante de hierro. Era enorme y las cabinas para subir eran como un gran tubo acristalado y en el que podías optar a cenar en alguno de ellos.
Estos estaban provistos de una mesa con sus sillas para tal fin y mientras daba vueltas cenabas. Obviamente si no subimos al simple por ser un tanto caro, no me quise imaginar lo que costaría la cena en uno de ellos.
Al día siguiente nos íbamos a ir a Mumbai y nos queríamos comprar una buena guía de la India para no ir a lo loco. La que compramos en España la dejamos en Nepal y nos habían dicho una zona de Singapur para comprar libros de segunda mano. El pateo desde donde estábamos hasta la Biblioteca Municipal era de órdago, pero para nuestras duras piernas acostumbradas a andar sin control no era un simple paseo. A los diez minutos ya nos temblaban… no en serio, el paseo fue largo pero el callejear, ver los edificios y observar a la gente hizo que fuese llevadero. En frente de la Biblioteca nos topamos con un grupo de gente (sobre todo mujeres de cincuenta para arriba) haciendo una des-sincronizada coreografía tratando de seguir los pasos de una monitora de gimnasia.
Llegamos a la zona de libros de segunda-mano. Un mini centro comercial con dos plantas y un montón de tiendas dedicadas a la compra-venta de libros. Luego nos dimos cuenta de que las tiendas eran la unión de tres con estanterías hasta el techo llenas y que no daban abasto para dar cobijo a todos los libros que se amontonaban por cada rincón de los establecimientos. Era una auténtica locura pero al final, entre tantos, no conseguimos encontrar una guía que no fuera muy antigua y nos fuimos con las manos vacías.
Si algo he descubierto de mi en este viaje, ha sido que soy un tanto adicto a las grandes urbes, tanto de día como de noche. Al salir del centro de segunda-mano, las luces anaranjadas de las farolas iluminaban las baldosas de las aceras.
El cielo tomaba un color azul oscuro en degradación a negro por la parte a la que ya no tocaban los últimos rayos de sol. En mi cabeza también se encendió una luz: “El Centro Financiero tiene que estar precioso” y tras convencer a la cansada Tania para ir a verlo, lo comprobamos con nuestros propios ojos.
Un desenfreno de luces y colores que salían de los edificios y se reflejaban en las aguas del lago, nos hizo disfrutar de un increíble paseo hasta que nuestros pies doloridos nos recordaban que llevábamos todo el día de aquí para allá y que en nuestro hotel nos aguardaba una ducha calentita y una buena cama para dormir la borrachera de turismo que nos habíamos pegado.
Ya en el barrio llenamos nuestras panzas antes de subir al hotel porque sino haber quién nos hubiera movido. La cena no fue de lo más suculento, un poco de arroz con cuatro salsas a cada cual más picante.
A la mañana siguiente teníamos que dejar el hotel, pero hasta la noche no pensábamos ir al aeropuerto, nuestro avión salía a las ocho de la mañana del día siguiente y no queríamos pagar una noche más para dormir tan sólo cuatro horas, pero tampoco íbamos a estar con las mochilas cargadas todo el día (salvo la de la cámara, fiel compañera de mi espalda durante todo el viaje) de modo que las dejamos en recepción hasta las ocho de la noche que era cuando estimábamos volver a por ellas. Salimos de nuevo a las calles de la ciudad con la idea de ir a ver algo más pero sin cansarnos mucho ya que esa noche iba a ser larga. El día se despertó caluroso y andar por andar no nos parecía la mejor de las ideas. Decidimos ir a “Archord Road”, calle dedicada los centros comerciales y tiendas de todo tipo donde nos habían recomendado ir a comer. En tan solo un día habíamos visto casi todo lo que queríamos ver. A mi me hubiera gustado ir a una isla en frente de Singapur, Sentosa, a la que se podía acceder en coche por un largo puente o por un funicular que cogía una . La isla en cuestión está preparada para divertirse como un crío, es puro ocio. Tiene parques acuáticos, de atracciones, playas, un Zoo etc… pero al final desistimos de la idea. En la recta final del viaje el dinero hay que mirarlo con lupa y Sentosa me daba que era un lugar para todo lo contrario.
Archod Road era una larga calle con un montón de centros comerciales de todo tipo. Entramos en uno por un acceso desde el metro y según llegamos al primer piso tropezamos con una tienda de dulces. Donuts, Croissants, Tartaletas, Panes, Bollos desconocidos… una amplia variedad de productos de horno que nos hicieron segregar una cantidad ingesta de babas imposibles de contener aún con la boca cerrada y que se nos escurrían entre los labios. Menos mal que llevábamos el babero puesto y el cuchillo y el tenedor preparados para picar algo.
Pasó el tiempo y nos dio la hora de comer y buscando un sitio para ello llegamos a un área del centro comercial donde era todo comida… me explico, no eran restaurantes sino puestos de todo tipo de comida como si fuera una feria gastronómica. Había tantos puestos que nos costó mucho decidirnos por lo que queríamos comer.
Tras comprar algo por poco dinero en el puesto de una señora mayor, salimos en busca de algún sitio donde plantar el culo y comer tranquilos, pero no había ningún sitio de mesas donde hacerlo y la gente se sentaba a los pies de una fuente con chorros de agua en plan decorativo que tenía un murito o en unas escaleras (excepto en las mecánicas).
Hartos ya de centro comercial y de comida, decidimos ir a dar una vuelta a ver si encontrábamos un paraíso fotográfico. Singapur tiene un lugar dedicado a la electrónica a buenos precios, pero antes de ir hacia allá nos perdimos entre los pasillos de una librería enorme donde compramos la guía de la India que andábamos buscando, que, aunque fue un poco cara nos alegramos de tenerla.
Un rato más tarde entrabamos por la puerta de este edificio de electrónica en el cual la primera planta era única y exclusivamente dedicado a la fotografía. Un paraíso pero que al poco acabó agobiándome el tener tanto de todo por todos los lados y nos acabamos yendo, pues la vena de “comunismo” como dijo una vez Tania en lugar del consumismo, me estaba invadiendo y no me quería gastar más dinero extra. De modo que haciendo caso omiso a las preguntas de los dependientes acerca de qué ángulo de objetivo necesitaba salimos por la puerta.
Las ocho se acercaban y no sabíamos bien donde quedaba la parada de metro, pero de repente, mientras andábamos de un lado para otro tirando unas fotos, vimos unos edificios de colores que nos sonaban de algo. Y tanto, como que los teníamos al lado de nuestro hotel y ya nos habían llamado la atención por los colores del parchís.
Fue entonces cuando caímos en que no teníamos que haber cogido tanto metro pues lo teníamos todo a tiro de piedra andando. Nos sentimos un tanto tontos, en esos dos días habíamos perdido tiempo yendo en metro porque para ir a los sitios teníamos que hacer un par de transbordos y lo teníamos a la vuelta de la esquina.
De camino al hotel pasamos por delante de una obra de un edificio en la que vimos un cartel que nos alarmó un poco.
El cartel era tan grande como una pantalla de cine y en el que se podía leer: “Atención; zona de riesgo de contraer Dengue”. El correcaminos a nuestro lado era un caracol. Qué manera de andar a toda leche, qué manera de sacar fuerzas de donde pensábamos que no teníamos y qué giñaos, pero con el mosquito ese por ahí rondando y que encima te adviertan de ello, ¿no creéis que no era como para no salir por patas?. Quizá fuésemos un poco exagerados pero habíamos aprendido un par de cosas más de esta enfermedad y no nos gustaba mucho pensar en poder pillarla.
Las mochilas seguían en el hotel, como era de esperar, las cogimos y ya de noche nos fuimos al aeropuerto en el metro, esto si que estaba lejos. El aeropuerto de Singapur tiene fama de ser de los más seguros del mundo y de poseer una zona dedicada al tránsito de vuelos con unos servicios a la disposición del viajero muy pero que muy buenos. Sillones cómodos para echar una cabezada, Wi-Fi y ordenadores, consolas Xbox, televisiones con televisión por cable y bla bla bla… lo malo era que sólo era para los viajeros de tránsito, es decir, para aquellos que debían hacer escala en Singapur para ir a otro destino y que se tuvieran que pasar como mínimo tres horas de espera. En realidad nosotros hubiéramos podido disfrutar de ello pero como no se puede pasar dentro hasta al menos tres horas antes de la salida de nuestro avión tuvimos que conformarnos con poder echar una cabezadita en los bancos acolchados de un McDonalds, por lo menos Tania “descansó”, yo me quedé despierto todo lo que pude… bueno hasta que se me acabó la batería y no pude seguir subiendo cosas al blog gracias al Wi-Fi gratuito que prestaba el establecimiento a sus clientes.
Cuando ya pudimos facturar nos pusimos a la cola y tuvimos un momento un tanto incómodo con el tío que nos despachó en facturación. Nos empezó a poner impedimentos tontos del plan de; problemas con el pasaporte, que necesitaba el billete impreso de salida de India, que no sabemos porqué lo necesitaba él. Alegaba que sino no nos dejarían entrar en Mumbai o algo parecido. También nos dijo que el avión no iba a salir a la hora indicada en nuestro billete sino casi un par de horas más tarde, puesto que habían unificado nuestro vuelo con el siguiente por no haber llenado enteramente ninguno de los dos aviones además de tener que comernos una escala en Chennai, en el sur de India, y que tal vez nos retrasaría la llegada a Mumbai. Para más inri no pudimos poner ninguna hoja de reclamaciones a la compañía pues a esas impías horas no se encontraban los de atención al cliente y que si queríamos hacerlo tendríamos que esperar hasta las nueve y así perder nuestro avión. Nos cagamos en todo lo que pudimos y agachando las orejas nos fuimos a Mumbai, llevándonos de Singapur aquel mal sabor de boca pero que se nos quitó cuando repasamos las fotos hechas de este país que tanto nos ha gustado, que tanto nos había sorprendido y que tendremos en cuenta si tenemos que buscar trabajo fuera de España pues es un lugar increíble que tiene mucho que ver, mucho que ofrecer y mucho para crecer.
Vaya pedazo de ciudad! Què edificios! En una isla del tamaño de Lanzarote, impresionante
Acabo de flipar!! He buscado qué significa no durians y…esg una fruta que huele muy mal!! Es como si aquí te prohibieran el cabrales!
Supongo que lo sabríais pero me resultó curioso. Bs