Listos estábamos a las seis de la tarde en la recepción del hotel esperando a quién fuera que tuviera que venir a por nosotros para conducirnos al autobús que nos llevaría en un viaje nocturno hasta Chumphon (ciudad al sur del país), donde cogeríamos un barco a las siete de la mañana para cruzar a Koh Tao, isla al sur de Bangkok en el golfo de Tailandia.
Después de seguir a un tío hasta un callejón donde una mujer mayor nos cogió el ticket y nos colocó una pegatina de color amarillo en el pecho con una “KT” escrita, tuvimos que esperar en una acera a que llegasen los autobuses que bajaban a distintas zonas del sur. Nos juntamos en un momento un montón de extranjeros, cada uno con una pegatina de un color dependiendo de la ciudad o de la isla a la que fueran.
Nos subimos en un autobús de dos pisos y nos sentamos abajo enfrente de una mujer alemana que había estado casada con un vasco durante muchos años y que hablaba español perfectamente, también se dirigía a Koh Tao.
En una parada para recoger a más gente se subió una pareja, Mariano y Valeria (uruguayo e italiana), que vivían en Ibiza y, que como nosotros, también se estaban pegando un viaje de cuatro meses, pero ellos por Vietnam, Laos, Camboya y Tailandia.
“Excuse me, this is first class?” escuchamos a nuestra espalda. Era un francés que vivía en Madrid desde hace también bastante tiempo, se llamaba Román. Y ahí estábamos seis desconocidos de distintas partes del mundo hablando todos español con un mismo destino.
El trayecto en el bus no estuvo mal pese a los mosquitos. Que por cierto, pedazo de mosquitos. Negros como el tizón y grandes como un aluvión y encima funcionan al revés, van a los colores oscuros, supongo porque así no se les ve y pican como el chili.
Llegamos a Chumphon dos horas antes de la salida del barco. Nos tocó esperar en un bar que había abierto donde tomamos un tentempié.
La luna llena nos acompañaba y me fui a tirar un par de fotos mientras Tania charraba con nuestros nuevos amigos.
Nos subimos al barco como resacosos, con esa sensación de no haber dormido en toda la noche. Paseando por cubierta, de reojo, me pareció ver una cara conocida. Me giré y ambos nos miramos con extrañeza, y, como si estuviéramos delante de un espejo, levantamos la mano, nos señalamos y “tu cara me suena”. Unai de Las Palmas, vive a dos calles de donde vivíamos en Guanarteme, al lado de la playa. Nos conocemos del barrio, de frecuentar el mismo bar y de que era cliente habitual de la tienda y estamos seguros de haber coincidido algún día haciendo surf.
Nos quedamos flipando, qué cosas tiene la vida. Iba con un amigo, Javi, sevillano, con más acento madrileño que yo (pero con dejes andaluces quillo). Ambos son auxiliares de vuelo de la compañía Air Europa y estaban de viaje cuatro meses (un número clave en los mochilero).
De modo que ahora éramos ocho, bueno siete, porque la mujer mayor se fue a dormir a las butacas y después le perdimos la pista.
Unai y Javi venían a Tailandia buscando escalada y buceo. El “canarión” se quería sacar el Advance y Javi el Open Water y como, Román también venía a bucear y Valeria al final se convenció para sacarse también el Open, pues decidimos ir todos juntos a una escuela de buceo que le había dicho a Unai un amigo, también de Las Palmas, que lleva siete años viniendo a Tailandia por el gusto a este país.
Pero primero teníamos que buscar alojamiento y como vimos dos que nos parecieron caros, decidimos seguir las indicaciones del amigo de Unai e ir a una playa muy tranquila en el lado sureste, Tanote.
Como estaba relativamente lejos, tomamos la precaución de llamar primero por teléfono a los bungalows para saber la disponibilidad. Ningún problema, Román habló con ellos y dejó claro que éramos siete.
Koh Tao es una isla muy calurosa de unos veinte kilómetros cuadrados muy verde y muy bonita, donde la aguas cristalinas te piden que estés todo el día mojando el culo, ya sea para bucear, nadar, hacer snorkel o simplemente estar a remojo en la orilla.
En esta isla tan sólo hay una carretera “grande”… bueno, dejémoslo en una carretera más frecuentada que el resto y de la cual parten unas cuantas que se caracterizan por tener unas pendientes muy pronunciadas y unos baches muy incómodos.
Habíamos cogido un taxi, (todos los coches son Pick Up 4X4) para llevar todas las mochilas, Mariano, Unai y Román alquilaron unas motos (scooter), ya que después de que el taxi nos dejara, era la mejor forma para moverse (el problema era como nos íbamos a mover Tania y yo, ya que ninguno sabemos llevar una moto sin rompernos el cuello). El trayecto en la parte de atrás del Pick Up fue muy divertido por esos caminos de Dios mientras nos seguían las tres motos.
Tanote resultó ser una calita muy agradable pero a la que tuvimos que bajar con todas las mochilas por unas cuantas escaleras de madera (los coches que no fuesen de los hotelillos no podían bajar) y cuando llegamos a los bungalows con toda la sudada, nos dijeron que sólo tenían uno libre, para dos. Menuda liada ¿pero no nos habían dicho que tenían espacio? y encima el taxi ya se había ido. Así funcionan las cosas por el sureste asiático.
Como había más hoteles, tres de nosotros fueron a preguntar mientras el resto se quedaba con las mochilas. El resultado fue que nos quedamos tres habitaciones en hoteles diferentes por esa noche. Sumamos los precios y dividimos entre todos, 250 THB por cabeza. No se si os he dicho que un euro son cuarenta Bahts. Fue una opción rápida y la más acertada para el momento.
Nuestro bungalow era de bambú y de hojas de palmeras como techo, una cama con una mosquitera, un “baño” y un “hall” con una hamaca muy chula desde la que se veía el mar, todo muy “paradisíaco”.
Después de comer en un restaurante de la playa y de darnos un baño en las cálidas aguas, decidimos ir a la “ciudad” en las motos para buscar la escuela de buceo y una Guest House en la que cupiésemos todos y estuviéramos cerca de la escuela.
Iban a ir todos en las motos y quedaba un hueco libre para el que fuera con Román. Realmente a ninguno de los dos nos apetecía ir de paquete, sin casco, en una moto desconocida, por unas carreteras desconocidas, y con un simpático desconocido al que no le vimos muy seguro conduciendo en el camino de ida. Pero tampoco íbamos a dejar que decidieran ellos por nosotros, de modo que me fui yo con él.
Llegamos al parking, todos arrancaron menos él… ¡Madre que no sabe arrancar la moto! Se bajó Unai y le enseñó. Se puso el casco y Mariano le dijo: “Ché, te estás poniendo el casco al revés”. ¡Madre que no sabe ponerse el casco! Al fin nos pusimos en marcha, con seguridad en sus actos: “No estoy muy acostumbrago a llevag a nadie” ¡Madre mía, qué buena noticia!
En una subida con tierra, baches y en curva, no sé como lo hizo pero pilló todos los baches y le derraparó hasta la “rueda de repuesto”: “Vaya como degapa la gueda tragsega”, hasta se sacó un caballito de la manga en el que me bajé en marcha: “Buf esto que hemos hecho es muy peligoso” y para más inri, según bajábamos una empinada cuesta me dice: “ La vegdad es que no frgena muy bien”… ¡¡¡Eso es Román dando ánimos!!!
Al dar con el centro de buceo, Ihasia, en la playa de Chalok Baan Kao, salió a nuestro encuentro el dueño. Un hombre de treinta y siete años, de mediana estatura, delgado, con el pelo corto por delante y unas rastas por detrás, con acento y aspecto vasco que se presentó como “El Brujo” (no supimos por qué). Pero lo realmente curioso es que era de Madrid, del barrio de San Blas y que tuvo un bar en Ascao (del cual no recuerdo el nombre). La verdad es que no hablamos mucho más de Madrid, pero seguro que hubiésemos sacado algún conocido común. Vivió en San Sebastián algunos años, de ahí el acento, y llevaba cinco años con la escuela de buceo, que también tenía habitaciones y un restaurante llevado por una familia de Thais muy simpáticos y con un perro muy gracioso. Todo al lado de una gran y preciosa playa.
El Brujo se lo había montado muy bien en su “Spanish Corner”, como él lo llamaba, ya que toda la gente que trabajaba con él eran españoles y la mayor parte de los clientes también eran de habla hispana.
Decidimos quedarnos allí pues lo precios, tanto de alojamiento como por el buceo, eran muy buenos y encima era un sitio tranquilo ya que la luna llena había vaciado la Koh Tao de gente pues se hace una fiesta en la isla vecina Koh Pha Ngan, la “The Full Moon Party”. Nos encantó la idea de que la fiesta fuese en otra isla pues ninguno de los siete venía buscando fiesta.
Volvimos a Tanote ya con la noche bien entrada (bueno, eran las nueve y con la luna llena algo se veía). Román fue con bastante acojone encima y en los momentos de carretera más chungos me hacía bajar, cosa que me pareció bien. Al llegar al Bungalow Tania estaba un tanto nerviosa pues habíamos salido hacía tres horas y encima se había hecho de noche.
Nos fuimos a dormir relativamente pronto pues al día siguiente un taxi de los hoteles nos llevaría a la Spanish Corner a las ocho de la mañana. El bungalow tenía unos cuantos bichos, hormigas, termitas, alguna cucaracha, arañas, un perenquén enorme muy guapo, mosquitos etc.. pero qué esperábamos, estábamos en plena vegetación en una cabaña con más huecos que un colador y con calor. Tras colocar la mosquitera, espantar los bichos y poner la espiral anti mosquitos, nos fuimos a la cama.
Antes del amanecer nos despertó un sonido un tanto raro, un sonido fuerte, un sonido que venía de nuestro suelo. Sonaba tal que así: “kec-co”. Al principio nos sobresaltó y al poco nos hizo reír, pues se repetía una y otra vez y resultaba muy cómico. Hablando con los chicos nos dijeron que era conocido como el Keko, una salamanquesa, y no era de extrañar por qué.
El keko estuvo presente por toda la isla al igual que las chicharras que según el momento se ponen a cantar todas a la vez y es realmente ensordecedor.
Llegamos a la hora prevista para el check in. Las habitaciones estaban muy bien, sin agua caliente en las duchas pero ¿quién la necesita cuando la temperatura no baja de veintiocho grados?
La comida del restaurante estaba riquísima desde el típico Pad Thai de allí (una especie de noodles o fideos planos con verduras) hasta un simple bocadillo de atún por no mencionar los tremendos, buenísimos y refrescantes zumos de frutas (fruit shakes).
Con el calorcito que hacía y lo a gusto que se estaba en las hamacas tirados, en las mesas charrando, buceando o tomando cervecitas daban ganas de quedarse a vivir allí. De hecho muchos de los monitores de buceo habían ido por allí a sacarse el Dive Master (categoría del buceo que te permite trabajar de instructor de refuerzo) y ya llevaban casi un año entrando y saliendo del país para renovar el visado y seguir allí viviendo.
Llegó el día del buceo, Unai, Tania y yo nos levantamos pronto (el resto se quedó para empezar con las clases teóricas). Cogimos el material en otra escuela y nos montamos en un bote para ir a un barco mayor que nos llevaría al punto de inmersión. El bote y el barco lo compartíamos con dos escuelas más.
Lo hacen siempre y así abaratan costes, es buena idea y encima se llevan bien entre ellos. Llegamos al sitio elegido por los instructores, nos recordaron las señas, nos mostraron los animales que íbamos a ver y sus señales. Preparamos nuestros equipos como nos había enseñado nuestro instructor en Las Palmas y con todo ya puesto de repente…¡¡¡Plasss Fssssshhhh!!! Una goma de los reguladores de Tania se rompió justo por donde se une a la botella (que no bombona, ojo). Menudo susto, menos mal que no pasó en el fondo del mar (matarilerilerile). Cambiamos el octopus y fuimos los tres al agua con nuestra instructora y nuestra Dive Master de refuerzo para Unai, pues él al ser de momento Open, sólo puede bajar hasta dieciocho metros y si la instructora decidía que bajáramos más (con el Advance se baja hasta los treinta) él se quedaría con Ana (la Dive Master). De todas formas la mayor vida suele estar a veinte metros más o menos. ¿Para qué bajar más si no hay tanto que ver? y así buceábamos con Unai.
Llegamos nadando a la boya y justo antes de bajar tanto Ana como yo nos dimos cuenta de que nos habíamos dejado las cámaras a bordo…¡Vaya dos! Y encima se decía que había un tiburón ballena por la zona. Pero no lo vimos, por suerte o por desgracia.
El baño fue increíble, vimos un montón de peces de todos los tipos y un montón de anémonas etc… lo único malo fue que debido a la luna llena el mar estaba un poco revuelto y la visibilidad no fue tan buena como de costumbre, pero igualmente lo disfrutamos.
Subimos al barco y cambiamos de sitio para hacer otra inmersión pero decidimos no volver a bajar para no empezar tan fuerte después de tanto tiempo sin sumergirnos, a parte de que preferimos esperar un par de días hasta que la visibilidad fuese mejor. Nos quedamos en el barco con la tripulación. Gente muy maja y muy atenta que no salían del barco nunca y que no sabían nadar (de ahí que si el barco se hunde el capitán se va con él al fondo). Había un niño muy gracioso que nos miraba con los ojos como platos al vernos saltar una y otra vez al agua como locos.
La segunda inmersión fue a otro pináculo y fue con otro instructor, también español y un tanto vacilón pero muy majete. Aquí cuadramos con los Open Water que iban a hacer dos inmersiones por el mismo sitio.
Esta inmersión fue un tanto más sosa que la primera y la visibilidad tampoco era perfecta, pero, el mero hecho de estar ahí abajo escuchando tu propia respiración, sintiendo la ingravidez del mar rodeando tu cuerpo, dominando el equipo para aprovechar todo el tiempo que puedas ahí abajo y disfrutar de ese momento, ya merece la pena. En esta si me bajé la cámara.
Mientras los demás bajaban a la segunda, nosotros nos quedábamos con Unai y Mariano en el barco (él vino para acompañar a su novia y como no bucea se quedó en cubierta). Volvimos a saltar como críos al agua y uno de la tripulación me invitó a que saltara desde arriba del todo (unos cuatro o cinco metros). Subí emocionado y cuando lo miré desde arriba, me recorrió desde los pies hasta la cabeza un escalofrío, frío frío. Unai saltó y también Mariano y aunque Tania me decía que no lo hiciera si no estaba seguro, me armé de valor, me agarré a una barra lateral para darme impulso, puse un pié en el escalón y salté con fuerza hacia delante. Mi cuerpo en el aire caía sin freno mientras algo en mi estómago subía hasta el pecho. Fueron dos largos segundos de impresión y me zambullí en el agua.
Qué sensación más agradable, tenía que repetirlo. Unai me esperaba arriba y él saltó antes que yo. Esta vez me tiré con la cámara en la mano y el brazo extendido hacia arriba para grabar lo mejor que se pudiera. Lo malo fue que me fastidié el oído, un baro-trauma me dijo el Brujo. Dos días de secano por hacer el gili, lo que más me dolió fue que por mi estupidez (con una vez que hubiera saltado ya habría valido) fastidié a Tania porque no pudimos hacer otra inmersión y tampoco la nocturna que nos habían recomendado y que tanta ilusión nos hacía a Tania y a mi. Tania pudo haberlas hecho, pero como siempre hemos buceado juntos, si no es conmigo ella no bucea y viceversa.
El tiempo se nos pasó casi sin darnos cuenta. Por las mañanas o buceábamos (antes de lo del oído), o hacíamos snorkel, o dábamos una vuelta por el pueblo, o simplemente nos quedábamos en las mesas del restaurante con la gente, de risas y comiendo, porque comimos mucho y muy bien, menos mal que pensábamos que íbamos a comer poco.
La mayor parte del tiempo lo pasamos con los chicos con los que congeniamos mucho. Por las noches, ya duchados y cubiertos de anti mosquitos, salíamos a cenar alguna vez a otro sitio…por variar, con otros chicos de Barcelona que conocimos. No nos podemos quejar, tuvimos mucha suerte de cuadrar con esta gente.
Antes de ir a dormir nos tomábamos unas cervecitas en unos bares de la playa de enfrente o de la contigua calita, donde nos tirábamos en unas hamacas totalmente relajados y echábamos más risas mientras veíamos a un tío del bar hacer malabares con fuego.
Espectacular.
Llegó entonces el amigo de Unai, que se conocía Tailandia bastante bien acompañado de otro chico también de Las Palmas. Un tío, Carlos, al que llamábamos Chuqui, que no parecía para nada agresivo pero que según nos contó le interesaba mucho el Muai Thai, de ahí su pasión por este país que es la cuna de este deporte de contacto un tanto brutal y que le encantaba practicar. No sólo le interesaba este deporte, si no toda la cultura Thai. Era algo que le llenaba, hasta estuvo a punto de casarse con una de aquí. Llevaba estudiando su lengua desde hacía nueve años y oírle hablar en su idioma fue muy interesante y me hizo interesarme en aprender algo más que hola y adiós. Le gustaba tanto este país que estaba buscando trabajo allí de lo mismo que curraba en Canarias, profesor de inglés. Esperamos que tenga suerte y encuentre lo que busca.
El último día me levanté con el oído taponado y ya sabíamos que no íbamos a bucear por la noche de modo así, de buenas a primeras decidimos que nos íbamos. Como Mariano y Valeria también se iban pues compramos los billetes en el mismo lugar y aunque sólo iríamos juntos hasta mitad del trayecto, Krabi, ellos seguirían hacia Ko Lanta y nosotros nos quedaríamos allí.
Pero aún así aprovechamos el día ya que salía por la noche. Los ocho alquilamos unos kayaks y decidimos ir hacia Shark Island, un lugar donde vivía una tortuga y una comunidad de tiburones con presidente y todo. Tania y yo nos sincronizamos en seguida y le dimos caña hasta una zona donde Tania se bajó para usar las gafas y el tubo que nos compramos en la escuela de buceo.
Al rato dimos la vuelta a las rocas con forma de Buda que delimitaba nuestra playa por la izquierda y salimos a “mar abierto” donde nos encontramos con un mar un tanto revuelto donde las olas nos balanceaban de un lado a otro. Yo me lo pasé en grande pero Tania se puso un poco nerviosa, pero seguimos dándole hasta llegar a Shark Bay (una media hora de remada). Unai y Javi se fueron por su lado, Carlos su amigo y Valeria se quedaron juntos mientras Mariano se fue haciendo snorkel en busca de los tiburones por una zona un tanto revuelta a la que nosotros no quisimos ir y nos quedamos por otro lado donde unos franceses nos habían avisado de que habían visto los tiburones. Tania saltó al agua para buscarlos. En esa zona no había mucha profundidad y de repente, Tania exclamó mirando hacia el fondo y con el tubo en la boca: “Gluan aclui estlan los tiblurones”. Los había visto pasar justo debajo de ella. Eran dos y bastante gordos que iban pegados al fondo, de color oscuro con una franja más clara que les cruzaba el cuerpo de morro a cola. La excitación de Tania reflejada en sus ojos con las gafas, la sonrisa nerviosa y sus hoyuelos asomando por sus morenas mejillas hizo que me pusiera mis gafas y saltara al agua, a tomar por saco el oído, tenía que ver eso. Pero no hubo suerte, no los volvimos a ver. Se hacía tarde y teníamos que irnos a duchar y a prepararnos para salir.
Nos despedimos de todos los que aún se quedaban, nos dimos los contactos, nos deseamos suerte en nuestros viajes y esperamos volver a vernos con Unai y Javi, o en Madrid a los dos o en Las Palmas a Unai, además teníamos que darle las fotos que nos habíamos descargado de su cámara pues él no tenía ordenador y la tarjeta ya la tenía llena.
Koh Tao fue una experiencia muy divertida y relajante, una isla donde pensamos volver pues aún nos quedan muchas cosas que ver y eso que la isla no es grande, pero donde los fondos marinos son inmensos.
Mare de Deu!!
Yo no hubiera bajado ni loca si se me rompe algo justo antes!!
Qué bueno es viajar…estoy deseando hacer yo viajecitos…hoy,leyéndoos, me he dado cuenta de que hay un tipo de viajes que nosotros no podremos hacer…por ahora…y durante bastante tiempo…pero otros si!!
Bucear allí debe ser increíble y…VER TIBURONES!! La leche!!
Se que me repito pero, tengo muchas ganas de veros, muchas!! Y de oiros!!
Mil besetes,chicos,y a seguir disfrutando
Ta!!! en estos sitios hemos visto un montón de gente que viaja con sus churumbeles de pocos meses a la espalda…es una movida pero la gente lo hace y no pasa nada…de modo que animaros… Dale besos a Chemitaaaaa. Se está quedando en tu casa?
MUUUUAAAAKSSS
moooola lo de los tiburones… pero entonces no disteis de comer a ninguno??
Por qué dices que tienen presidente?
Un abrazo
PD: Los mosquitos SIEMPRE son atraidos por colores oscuros, de ahí mi modelito TOTALMENTE blanco (que jamás veréis jejeje)
Lo malo es que compensas el repelente blanco con tus agradables perfumes y lo dulce que eres, así que te pican igual 🙂
¿Cómo tuviste valor para subirte a esa moto?, según lo cuentas, ese tío estaba algo loco ¿no?. ¡Menuda gozada lo del buceo!, nos dais envidia, más a tu madre que a tu padre, desde luego. Por otro lado está lo de los encuentros; esta visto que el mundo, en realidad, es un pañuelo. Suena muy bien lo de las hamacas, ¿como se descansa en ellas? lo dificil es subirse y… mantenerse ¿verdad?. ¿Que tal con los insectos, bichos y demás familia? Cuando vengais tendreis que escribir mensajes a un montón de amigos nuevos; eso es muy bueno. Las amistades hechas en esas circunstancias hay que conservarlas. Las fotos son muy buenas; una pasada lo de las luces en círculos. Papá pregunta si las cámaras submarinas las alquilais porque vosotros no las llevabais de casa.
Nada más. Muuuchooosss muuuaaakkksss
JAJAJAJA Papá!!! las fotos esas están hechas con una cámara que tengo para grabarme haciendo surf y la uso las veces de cámara de buceo…pero los próximas fotos que subamos bajo el agua serán mejores…no cuento más jajajaja.
MUUUUAAAAKSSSS
Juano me tienes que contar movidas de buceo, que no tengo ni idea de esos temas y tu parece ser un pepino (no me refiero a Nacho).
Tao es la caña, nosotros sólo nos metimos con el tubo, pero fue suficiente para flipar. Y lo de la peña esa que os habéis juntado, muy bueno, así seguro que habéis podido sacar más partido a todo. Lo que no sabía uno se enteraba el otro…
En qué playa hicisteis snorkel? bueno, a nuestro regreso ya nos ponemos al día con vuestras y nuestras fotos y recordaremos viajes…
MUUAKS Y ABRAAAZOS!!!