Nuestros Viajes

Cometieron dos errores. Uno, Pulao Penang

Antes de empezar a contar nada acerca de esta isla he de comentar una cosa. Como todos sabéis, nuestro viaje constaba de cuatro meses para cuatro países con sus cuatro correspondientes guías escritas. Pero la “cercanía” de Tailandia sur con Malasia hizo que me entraran ganas de pasar por Kuala Lumpur para ver, principalmente, las Torres Petronas.

Como de Malasia no teníamos guía, nos informamos un poco de cómo acceder a este país y en un principio queríamos entrar por Perentian, isla del nordeste de Malasia de playas blancas y aguas cristalinas pero pasó el tiempo en Koh Lipe y el último día nos compramos una guía de Malasia, Singapur y Brunei y cuando decidimos entrar a Malasia nos confundimos en el destino y por eso compramos el/los billetes para Penang, porque recordábamos que el nombre empezaba por “Pe” y ahí la confusión, pero nos daríamos cuenta un par de días más tarde. La verdad es que aprendimos que querer ir a un sitio está muy bien, pero que hace falta un mínimo de preparación pues lo único que conseguirás es perder días y dinero tontamente.

Cuando llegamos al clásico puente de los trece kilómetros la noche ya nos había caído encima. Lo que vimos no fue mucho pero con el cansancio que llevábamos nos daba un poco igual, ya lo veríamos bien otro día.

La maxi-furgo nos dejó directamente en el barrio chino, lo cual nos fue muy bien porque de la guía de segunda mano que nos habíamos comprado en Lipe, habíamos escogido ese barrio para alojarnos, pues los alojamientos eran baratos y se encontraba en medio de la “Ciudad de Jorge” o la GeorgeTown para los locales.

Al bajar me di cuenta de que se me había desatado del cuello un colgante que me había comprado en Nepal y que me gustaba mucho. Lo más curioso es que se me perdió el colgante y no el cordón, que ya podría haber sido al revés. Menuda rabia.

Miramos dos Guest House y nos quedamos con la segunda que tenía WiFi y era un poco más barata.

La moneda de Malasia, para los que no lo sepan, es el Ringgin, que suena un poco a cachondeo pero que es verdad. A parte del nombre, los billetes parecen como los del Monopoli, están muy nuevos y un euro equivale a cuatro Ringgins, de modo que otra vez a buscar la fórmula más rápida para calcular los precios en nuestra moneda y tener que acostumbrar al cerebro a decir Ringgin y no Bath, Rupia o Euro. La verdad es que es un poco lioso pero al final te aclaras, a la fuerza.

Al día siguiente nos levantamos pronto, como siempre, con ganas de salir a dar una vuelta. Al ponerse Tania en pie le entro un retortijón y creímos que ya se iba a poder aliviar pero fue una falsa alarma. Salió dolorida y con mal cuerpo pero al rato nos fuimos a dar una vuelta, queríamos ver algo de allí.

Salimos a la calle y nos encontramos con una ciudad de estilo colonial muy poblada y con más importancia de la que nosotros creíamos.

Las aceras estaban todas formando parte de los edificios y las recorrías pasando por arcos que pertenecen a los propios soportales y están decoradas con lo que sea, hasta con pegatinas dispuestas como en un collage en el que se ven incluso anuncios de preservativos o anuncios de casas de citas.

Las calles tienen una alta influencia británica, hasta en el estilo de los parquímetros.

Pulao Penang (Pulao significa isla) es famosa entre los Malayos por su comida, por su Parque Nacional y por un montón de cosas que se podían ver sin salir de la ciudad. Nos decantamos por su punto más alto, Penang Hill a 821 metros. A este lugar se accedía en un teleférico y al que decidimos ir cogiendo un autobús de línea normal, que tardó una hora y cuarto en llegar y en donde las personas mayores nos miraban de reojo y se sonreían.

El autobús era nuevo y cómodo pero tenía el aire acondicionado muy fuerte, cosa que al principio agradecimos pero que al rato nos molestó. Un dato curioso sobre estos autobuses es la compra del ticket en cuestión. El importe del billete lo tienes que llevar justo, pues el conductor no lleva cambio, es más, no lleva ni una moneda, ni las toca, sólo te da el billete y tú metes en una caja metálica (como una hucha) el dinero.

Durante el trayecto cruzamos toda la ciudad, pasamos por diferentes barrios hasta llegar a la periferia.

Bajamos con otros extranjeros que se encaminaron hacia un templo en lo alto de otra colina. Nosotros exactamente no sabíamos dónde era el sitio para coger el teleférico y mirando al hacia arriba se nos fueron las ganas de perder tiempo buscándolo. Unas nubes negras cubrían el cielo y la cima de la colina por la que vimos como subían las cabinas, pero ¿qué sentido tenía subir cuando desde arriba no íbamos a ver nada?

Cambiamos de lugar y seguimos la misma dirección de los otros extranjeros hacia Kek Lok Si Temple. Pasamos por una calle estrecha entre un montón de puestos de… de chinos. Fue como entrar en el mayor “Todo a Cien” más la mayor tienda de “Modas Chang” que hayamos cruzado nunca y encima estaban desesperados por vender lo que fuera, se veía claramente que era temporada baja. Nunca en nuestra vida hemos visto tantas cosas estúpidas a la venta, desde un ballesta de flechas con punta-ventosa con el nombre de la isla grabada, hasta una gorra con ventilador incorporado en la visera, pasando por abrebotellas de madera con forma de pene y un sin fin de pijamas y batas de lo más cutre. ¿Realmente habrá alguien, de los que pasan por ahí para ir al templo, que compre algo? Para más inri, todo este trayecto estaba estratégicamente puesto en escaleras.

Esos tramos de escaleras irregulares, cortos y largos, altos y bajos, los típicos que no te dejan coger el ritmo para subirlos de un tirón, los típicos que te obligan a parar para recuperar el aliento y era justo ese momento cuando aprovechaban para salir de debajo de las estanterías mostrándote el más absurdo de sus productos.

En medio de tal mercadillo de estúpidas oportunidades, pasamos al lado de una especie de plazoleta con un foso de agua lleno de tortugas y cuando digo lleno, es lleno.

Las tortugas se pisaban unas a otras para buscar el mínimo rayo de sol o sacaban la cabeza lo máximo posible para mirar al curioso turista esperando a que éste le eche algo de comida. Fue una imagen muy triste, las tortugas daban mucha pena. ¿cómo las podían tener ahí metidas? A parte de estar unas sobre otras, el agua estancada estaba llena de mierda como si hiciera un siglo que no se la cambiaran.

Salimos horrorizados y con ganas de liberarlas pero imaginaros una evasión tortuguil, las cogerían a todas de nuevo.

Tras esta estupidez justiciera, continuamos más trecho entre los puestecillos hasta llegar a la entrada al templo, donde nos esperaban unos cuantos mendigos, destacando de entre ellos uno que pedía mientras leía un libro en inglés sobre Buda.

El templo era enorme y constaba de varias estancias. Todas con una decoración de lo más colorida y con un montón de figuras de Buda.

Dentro del templo nos encontramos tiendas de suvenires que estaban codo con codo con la gente que subía ahí para rezar.

 


A las puertas de una de esas zonas destinadas al rezo en las que no se puede entrar calzado, nos encontramos con unas cuantas casillas con tiras de colores en la que cada tira decía una cosa escrito en su idioma, un deseo, como por ejemplo, “Salud para la familia”, “Ayuda con los estudios”, “Paz en el mundo” etc…

 

Para que se cumplieran lo deseos había que depositar en una hucha, un Ringgin o la voluntad, coger la tira de color con el deseo, escribir lo que quisieras por detrás y colgarlo de un palo de una estructura que había.

 

Así lo hicimos pero no, no vamos a revelar lo que pedimos.

Seguimos el camino a través del templo hasta llegar a los servicios, donde aliviamos las vejigas pero nada más, Tania seguía con el tapón y de tanto movernos por escaleras arriba empezó a dolerle la tripa y no quiso continuar a ver la parte más alta del templo, donde se alzaba la figura de Kuan Yin, una divinidad del agradecimiento o algo así leímos, de treinta y seis metros y a la que se accedía por una especie de ascensor sobre raíles y que por supuesto había que pagar. Tania se quedó sentada en unos bancos mientras esperaba a que yo bajase, por lo que me di toda la prisa posible para irnos cuanto antes.

El ascensor resultó ser una parida que me gustó, en el fondo sigo siendo un crío que se entusiasma con tontadas semejantes…qué le vamos a hacer.

Cuando llegué arriba me encontré con una gran explanada, con la enorme figura, en obras, pues estaban acabando de construir un tejado para que la figura no se deteriorase con el agua de la lluvia.

Lluvia que se hizo presente en cuanto saqué arriba la cámara.

Disparé lo más rápido posible a todo lo visible incluso a unas figuras de animales que hacían de bancos para descansar y que realmente no supe a cuento de qué venían con el resto de la decoración, pero que me resultó gracioso retratar.

Al salir del templo nos fijamos en una estantería con libros en inglés sobre el budismo, que eran gratis y entendimos el porqué el indigente lo estaba leyendo. Cogimos unos cuantos y continuamos la marcha. También cogimos un cd que pesamos era de música y que luego resultó ser una especie de homilía de veinte minutos en un plano fijo muy cutre sobre un hombre que vete tú a saber qué era lo que decía.

Nos dimos cuenta de que era la hora de comer y nos metimos en un restaurante chino justo antes de volver a pasar por los puestos. Tania no tenía mucha gana de comer, bastante llena estaba ya pero aún así teníamos que recargar pilas. La verdad es que los restaurantes chinos fuera de España dejan bastante que desear, son chinos pero de verdad y aunque el camarero, que era un chico muy gracioso, no nos conseguía aclarar las dudas que teníamos sobre la carta, decidimos tirar por lo conocido, arroz y fideos chinos. Para beber, Tania pidió un zumo de kiwi y yo hice lo propio con uno de mango, para nuestra sorpresa el camarero muy seriamente nos miró y nos dijo: “Worms?”. Tania y yo nos miramos con los ojos tan abiertos que casi se nos caen: “Juan, worms son gusanos ¿no?” la respuesta fue afirmativa, pero ¿como nos iban a servir el zumo con gusanos?. Miré al chico y le pregunté “Worms?”, él me miró como si fuese lo más normal del mundo: “Yes, worms”, “No Thanks” respondimos casi al unísono. El camarero se fue y a los dos minutos trajo los zumos y fue entonces cuando caímos en que no eran zumos con gusanos, “worms”, si no zumos calientes “warms”, nos entró la típica risa tonta que contagiamos al chico cuando le contamos lo que habíamos entendido. Con qué cara de tontos nos quedamos y ahí estábamos riéndonos hasta que probamos los zumos… calientes, qué puto asco. ¿Habéis probado zumos de tetrabrick, calientes? Pues no lo hagáis.

Cuando llegamos abajo nos cogimos un bus para volver a casa, hacía mucho calor. Al llegar al hotel nos apeteció uno de esos zumos que tanto nos gustan de los puestos callejeros que teníamos enfrente, pero para sorpresa nuestra no parecían tener tan buena pinta y encima los servían en pequeñas bolsas de plástico con pajita.

De modo que preferimos ir al 7Eleven (establecimiento que aún funciona por estos sitios) y comprarnos un yogurt para Tania y una botellita de leche de soja muy rico para mi.

Esperamos un rato a ver si la comida y las pastillas de hierbas laxantes le hacían efecto a Tania. No hubo suerte y nos fuimos con la idea de ir a la playa a ver la puesta de sol aunque estuviéramos en el lado opuesto, pero no llegamos. Justo al girar la esquina nos encontramos con una Galería de Arte en la que había una exposición de fotografía y pintura y a la que por supuesto entramos.

La llevaba una pareja, donde ella era la pintora y él, de nombre Clovis Leong, el fotógrafo. Él estaba con unos clientes sentado en una mesa y ella nos mostró un poco la Galería y nos dijo que en la planta de arriba había más por ver.

La exposición en cuestión estaba bien pero lo que nos llamó sobretodo la atención fueron un montón de postales puestas sobre unos casilleros cubriendo toda una pared. Se nos acercó la chica y nos explicó lo que hacían con esas postales. Ella, a parte de pintar, era profesora de pintura de niños entre seis y doce años y los dibujos de los críos los convertían en postales y los vendían en la Galería. Con el dinero que sacaban compraban más material para seguir enseñando a los niños que iban gratis. Los dibujos de las postales estaban muy bien, tenían mucho color y una de dos, o los niños eran unos portentos o la profesora era muy buena. Compramos unas cuantas postales, pero no para enviar pues de las que hemos enviado algunas han llegado y otras a saber donde estarán. Las que estaban expuestas en el casillero de la pared eran postales que la gente había comprado y que serían enviadas para que llegaran en el mes indicado, es decir, la gente, como hicimos nosotros, compraban equis postales, la escribían ahí mismo y los de la Galería se encargaban de enviarla para que llegaran en el mes que el dueño de la postal quería. Nosotros nos auto-escribimos una para que nos llegué la próxima Navidad.

Cuando los clientes que estaban con él se fueron se acercó a nosotros al vernos con la cámara encima. Tenía el mismo modelo y nos sentamos un rato mientras hablamos de fotografía, nos mostró alguno de sus trabajos y alardeó de haber ganado el premio al mejor fotógrafo de Malasia en 2011, cosa que le había permitido abrir esa galería y que le había abierto otras puertas. Me animó a que siguiera haciendo fotos. Me preguntó por el equipo que llevaba para el viaje que estábamos haciendo y se sorprendió gratamente al ver la fish-eye, compartimos ideas para hacer fotos con dicha cámara y pasó el tiempo. El sol ya casi se había puesto. Se prestó a llevarnos a la playa, que estaba más lejos de lo que nosotros pensábamos pues él tenía que ir a dar de cenar a su madre y le pillaba de paso. Lo de que tenía que dar de comer a su madre no nos pareció algo extraño supusimos que la pobre mujer estaría enferma, pero lo que hizo gracia es que comprase la comida en un puestecillo de la calle y se lo dieran en una bolsa de plástico, parece ser que los Tupper Ware no han llegado a Malasia. Nos dejó en la playa, pero la playa era un tanto asquerosa, sucia, mal cuidada cosa que nos sorprendió pues pensábamos que las playas eran preciosas pero supusimos que las bonitas estarían fuera de la ciudad, ya consultaríamos la guía cuando regresáramos al hotel. Como hacía mucho calor pasamos de estar allí y nos metimos en un centro comercial buscando el fresco del aire acondicionado.

A la hora Clovis vino a recogernos, nos dejó en casa, nos despedimos y nos dimos los e-mails para mantener el contacto.

Al llegar al hotel miramos la guía de Malasia y fue entonces cuando nos dimos cuenta de que nos habíamos confundido de isla y de dirección. Decidimos pues, irnos al día siguiente a Kuala Lumpur, compramos los billetes en el mismo hotel. A las 8:32 teníamos que estar despiertos para coger un taxi, que por cierto, aquí se llaman y se escribe “Teksi”, para que nos llevara a la estación de bus y allí cogiéramos el supuesto bus directo a la capital de este país al que entramos con mal pie.

4 comentarios

  1. Marta y Adri

    Qué voy a hacer yo cuando dejes de escribir el blog?! Lo reviso a diario y me encanta leerlo a la noche,cuando le doy la última tetada a Adri,la más larga del día,sabéis q le paso una hormona,relaxina,que le ayuda a dormir? Total que se pega una hora o más enganchado y yo aprovecho para leer.
    Según pasa el tiempo voy teniendo más y más ganas de veros y daros un abrazo grandote.
    Aún no he visto todas las fotos de esta entrada,en el móvil no se me cargan todas,me las traerá Bori hoy del curro.
    Muchos,muchos y mas besos

    • Hans Paytubí

      Tu tranqui que escribiré lo que sea para que no te aburras jajajaja MUAKS!!!

  2. Roberto

    Tu movida con los nombre me recuerda a la legendaria historia de Pacho en Londres, perdido, llamando a Nacho a España para que le ayudase a llegar a su casa. Cuando Nacho para ubicarle le pregunta como se llama la calle, a lo que responde Street…

    Nacho contaría está historia con más gracia 🙁 Nacho hace todo con más gracia.

    • Hans Paytubí

      jajajajaja me acuerdo mucho de esa historia.. y si, Nacho tiene más gracia jejejeje MUAKS Y ABRAZOS

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