Volamos con la compañía aérea de bajo coste, Airasia y aunque a mi el volar no me acaba de llenar, me pongo un poco tenso al despegar y al aterrizar, fue un buen vuelo.
Como ya he comentado en algún que otro capítulo de nuestras aventuras, pecamos de ser muy felices en lo que se refiere a la falta de organización del siguiente destino.
Ir a la aventura sin nada mirado suena muy bien y saca de la gente expresiones tales como “Jo, que huevos que tienen”, pero no deja de ser algo temerario y que por suerte no nos ha acabado de salir del todo mal, pero si nos hubiéramos mirado un poco antes las cosas, nos podíamos haber ahorrado algún que otro comedero de cabeza, gastos innecesarios o cansancio físico sin sentido.
Para variar, cuando salimos del aeropuerto de Jakarta, era de noche. No teníamos dinero indonesio y buscamos el cajero más cercano. La moneda de este país es la Rupia Indonesia y al cambio viene siendo doce mil rupias por un euro. Es una diferencia brutal y me ha fastidiado la broma de “¿tienes cambio de un millón?” y es que en los cajeros puedes llegar a sacar, depende de cual sea, hasta dos millones y medio. Es un poco raro tener esa cantidad encima y que realmente no sea tanto.
Me explico, dos millones, en euros, son ciento sesenta y algo. Los precios allí rondan los miles para todo. Por poner unos ejemplos de precios aproximados, una botella de agua sale por seis mil, una noche en un hotel barato por ciento veinticinco mil, una comida para dos rondan los setenta mil y alquilar un coche por equis días o comprar una tabla de surf de segunda, pasan del millón, la sonrisa en las vacaciones no tiene precio, para todo lo demás… Sacar dos millones suena un tanto fuerte, pero duran poco en el bolsillo y hay que volver a sacar con la desagradable comisión que se lleva el banco, pero eso lo contaré más adelante. Estábamos en que salíamos de noche del aeropuerto y lo primero que nos hizo empaparnos del ambiente de ese país fue la lluvia, que hacía la situación más incómoda. Digo incómoda no sólo por la lluvia en cuestión si no por las miradas de los locales al pasar cargados delante de ellos. Estamos más o menos acostumbrados a las miradas extrañas, que por un lado son normales, somos dos extranjeros cargados hasta las orejas… pero aquellas miradas no eran de curiosidad sino de burla. Las sentías en la espalda y oías las risas. Nos acercamos a preguntar a unos taxistas que nos vacilaron y no nos respondieron. Repetimos la operación con unos tíos de un stand en una parada de autobuses y aunque nos respondieron no disimularon el reírse de nosotros hablando en su idioma entre ellos, lo que hizo que nos calentáramos un poco. Por fin cogimos un bus de una terminal a otra para buscar una parada de bus que en teoría iba al centro. Preguntamos de nuevo, nos mandaron hacia un lado, volvimos a preguntar y nos dijeron el contrario y poco a poco las narices se te van hinchando, por no decir otra parte del cuerpo más soez. Encontramos a un hombre que nos “ayudó” todo lo que pudo, dándonos la información, supuestamente correcta, pero al llegar su autobús se fue y nos quedamos a medias. Al final compramos el billete al centro y subimos en un bus de línea, pero con la desconfianza de no saber donde nos iba a dejar. Llegamos a la última parada, una estación de autobuses en su base y de trenes en un primer piso que ya estaba cerrada, eran las once de la noche. Bajamos y de vuelta a lo de siempre, a quitarnos moscones de encima incluso a esa hora, pero estos no aceptaban un no por respuesta, estaban desesperados por llevar a alguien y nos seguían un rato hasta que acababan riéndose vete tú a saber de qué. La preocupación se empezaba reflejaba en nuestros rostros, no teníamos ni idea de a donde ir. En un momento en el que estábamos menos atosigados entramos en un veinticuatro horas, preguntamos por la única zona de hostales que habíamos visto en internet, ni papa de inglés que tenían. “¿Soy españoles?” escuchamos a nuestras espaldas y nos sonó estupendamente. Era un hombre joven con su hijo pequeño, que al escucharnos, reconoció el idioma y decidió echarnos una mano con su español básico pero agradecido. En seguida empezaron a aparecer otros tíos que nos rodearon mientras nos miraban con una expresión insípida. El hombre que chapurreaba español nos indicó una calle en la que estaban la mayor parte de los hoteles “baratos” y la mayor parte de los extranjeros y cuando mencionó esa calle y la palabra taxi los que nos miraban empezaron a exclamar “¡taxi, taxi!” y apareció otro hombre con el que nos fuimos que decía tener uno… Maldita patraña, eso no era un taxi sino un coche particular de color blanco, los taxis por estos sitios suelen ser de colores, no tenía ni taxímetro ni el típico cartelito en el techo, pero igualmente nos subimos y nos llevó a esa calle por un económico precio.
Una calle llena de mierda, borrachos nacionales y extranjeros, tenía un olor desagradable y un motón de pesados que no sé que nos decían. Tania fue a preguntar en un par de hoteles, pero no hubo suerte, estaban llenos. Entre en un tercer sitio que era un bar-restaurante con habitaciones en su parte trasera, pasando por delante de los baños del bar y esquivando unos trastos. Subí un piso siguiendo al camarero al que le pregunté en la barra por alojamiento y me abrió la primera puerta que vimos. En lo primero que me fijé y que era inevitable no hacerlo, fue en un poster casi tan grande como la cama, que era doble, con una famosa que nos cae muy mal, en bañador dorado y puesta a cuatro patas… Paris Hilton. Menuda decoración, para mi que tenían esa habitación como picadero. El resto de la habitación era un cuchitril, con un baño que, para una noche, nos solucionaba la papeleta y tenía internet. Doscientas mil rupias me pedía por eso, pero daban ya las doce de la noche y nos dio lo mismo. Para nosotros que nos puso el precio que en ese momento le vino en gana, aprovechándose de la situación. Pagamos, subimos, nos “acomodamos”, nos duchamos y consultamos internet. No nos había gustado la primera impresión de Jakarta y menos sus gentes y tan sólo queríamos ver Yogyakarta, donde sabíamos que había un par de volcanes en activo. Pero estábamos desalentados, cansados de ir de un sitio para otro y teníamos ganas de ir a Bali, donde teníamos planeado estar cerca de un mes y, aunque veríamos cosas, estaríamos más relajados en un mismo sitio. De modo que pasamos de estar más tiempo en esa isla, buscamos un vuelo, salía caro. La única solución era cruzar Jakarta en bus o en tren. Escogimos la segunda opción, así pues nos fuimos a dormir para al día siguiente volver a esa estación de la que vinimos y coger un tren hasta un punto intermedio de la isla, Surabaya y allí coger otro hasta el extremo más cercano de Bali, … para coger un ferri y cruzar el estrecho entre ambas islas.
Cargamos de nuevo las mochilas, cogimos un Tuc-Tuc para ir a la estación, tuvimos suerte, el tren salía en quince minutos. Fuimos a sacar corriendo algo de pasta pues lo que calculamos en un principio se nos había quedado corto. Nuestros asientos en el tren eran, en teoría, de Executive, mejor que primera clase (que por cierto, mira que es difícil de pronunciar esa palabrita) pero si esos eran los buenos no me quiero imaginar los malos… Bueno, estaban bien. Reclinables y un poco guarros. Nos tocó delante de la televisión pero nos cambiamos al ver que salían cucarachas de una parte de la pared, por lo demás el viaje fue cansado pero bien.
Doce horas después llegábamos a Surabaya y sabíamos que el siguiente tren salía en una hora. Fuimos a preguntar, pero no salían desde la misma estación. Corriendo a un taxi y a la otra, pero llegamos a tiempo, menos mal, no nos apetecía quedarnos una noche allí y menos sin saber donde. Compramos algo para picotear, nos echamos unas risas de idiomas con los chavales del 7Eleven y entramos al anden. En la entrada principal había un grupo de música animando el ambiente con poco éxito, la gente de allí estaba sentada con cara de muerto, el único que se animó un poco fui yo y es que, como me dijo alguien alguna vez, “Juan baila hasta las peonzas”.
Las chocolatinas que compramos estaban buenas, hasta a Tania le gustaron, y eso que ella es un tanto exigente con el chocolate pero tuvimos que ir a comprar más, supongo que el dicho de “A falta de pan, buenas son tortas” nos lo hemos aplicado bastantes veces. Entró en la estación el tren, buscamos nuestro vagón desde fuera pasando por delante de los otros y menos mal que nos gastamos un poco más para tener los “executives” porque estos primeros asientos eran como bancos del parque un poco acolchados, como para estar otras ocho horas ahí se nos hubiera quedado el culo plano y la espalda rota. La hora prevista de llegada eran las cinco de la mañana más o menos, menudo día de viaje habíamos salido del hotel a las ocho y media.
El sueño empezaba a hacer acto de presencia, los párpados pesaban una tonelada y nos retorcíamos en los asientos buscando la postura más cómoda. Tania cayó la primera, yo quería ver una peli de Jackie Chan que estaban poniendo, pero no me enteraba de nada, estaba en chino con subtítulos en indonesio, una pena, me quedé dormido. Cada vez que me despertaba veía a Jackie pegando patadas, “¡Jo! que peli más larga” pero no, es que estaban haciendo un maratón de sus películas, cuatro para ser concretos. Qué rabia que me dio con lo que me gustan.
Abrimos los ojos cuando el tren empezó a frenar un poco, aún era de noche y aún seguían las pelis de Jackie Chan, bajamos totalmente desconcertados y preguntamos a un señor con un polo de la compañía férrea que a donde teníamos que ir los que seguíamos hasta Bali, puesto que el segundo billete lo compramos hasta esa isla con ferri incluido. Nos metieron en un “Bemo”, una furgoneta convertida en mini bus con asientos por los laterales muy estrechos para nuestro culos europeos y que es muy típico de Indonesia. Dos minutos más tarde bajamos en una explanada desastrada y de ahí nos dirigieron al puerto para subirnos en un ferri. Pero aún tendríamos que esperar media hora hasta que este saliera y pudiéramos poner un punto y a parte en este segundo error que nos hizo perder dos días dinero y quedarnos con un mal sabor de boca que nos acompañaría durante todo nuestra estancia en Indonesia.
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