El camino se hizo eterno… tres horas, menos mal que el paisaje era bonito.
Arribamos al pueblo hechos polvo, la cabeza me daba vueltas y me dolía, al igual que la garganta. La entrada al pueblo era muy chula pero la gente era igual de pesada que en Denpasar.
Miramos un par de hoteles y nos quedamos con uno muy bonito y hasta con piscina, pero lo primero era descargar las mochilas, después a buscar un teléfono y llamar al seguro para que me dijeran a donde debía ir o cómo funcionaba el asunto.
Entramos en un locutorio y nos prepararon un teléfono. Los del seguro me hicieron mil y una preguntas sobre mis datos personales y las condiciones del seguro contratado, los sitios que íbamos o habíamos visitado y no se qué más. Lo que me tocó las narices, ¿no me dieron un número de póliza en el que tenían todos nuestros datos? Como no teníamos teléfono les di el número del hotel, dijeron que no había problema, que en diez minutos llamaban. Pasaron treinta y ahí seguíamos esperando, la fiebre subiendo y el paracetamol sin hacer efecto. Volví a llamar: “Lo siento señor Alonso, pero no tengo constancia en el sistema de la primera llamada que dice haber hecho”. La sangre me empezaba a hervir, menudos inútiles, menos mal que no era una emergencia mayor como una rotura (toco madera) que sino… La verdad es que esta compañía que anuncia un tenista español no me hacía sentir “seguro”. A la media hora llamaron, pero lo hizo alguien desde Jakarta y me hablaba en un inglés que no me enteraba. No hablaba español y me dijo que si tenía alguien cerca que hablara Bahasa, le pasé a un chico del hotel y hablaron. El chico me explicó en resumidas cuentas que no había ningún sitio en esa zona que estuviera en convenio con mi seguro y que me tenía que desplazar a un hospital a cincuenta minutos… ¡Toma ya! ahí lo llevas, no si esto iba de mejor a superior. Pero el del hotel vio el negocio y tapando el auricular me dijo que él me llevaba, esperaba y me traía por no se cuantas rupias… Mandé al cuerno educadamente al tío de Jakarta y al del hotel y mientras me estaba preparando para salir, volvieron a llamar, esta vez la misma mujer del seguro con la que hablé la segunda vez. Le comenté la “solución” que me habían dado y la disconformidad con el servicio prestado y bla bla bla… Al final le dije que nos íbamos a un centro de salud que decía la guía que estaba a tiro de piedra y que luego al llegar a España les pasaría las facturas, hasta la de las llamadas, que según una clausula del contrato se hacían a cobro revertido llamando a tal número de teléfono y que no funcionó.
El médico estaba en Denpasar y me dieron cita para el día siguiente por la mañana y así lo hicimos. A la hora dada aparecimos por la puerta y a la hora dada el médico nos atendía. ¡Qué personaje! Un tío muy simpático, redondo y ciertamente amanerado que no llevaba bata blanca porque decía que a él de pequeño le daban miedo los médicos con bata y que no era la mejor manera de ganarse al paciente. Nos reímos un rato con él y él se rió con nosotros, le hacía mucha gracia nuestro acento al hablar inglés y más aún cuando hablábamos español entre nosotros. Me mandó antibiótico, paracetamol y unas gotas para el oído, que según me miró, tenía el tímpano un poco tocado. La visita y las gotas fueron cincuenta euros y menos mal que en el súper-botiquín teníamos antibiótico que sino… De todas formas guardamos las facturas de todo como oro en paño para cuando llegásemos a casa pasárselas al seguro.
El baño que me di en la piscina para que me bajar la fiebre, me sentó estupendamente, mejor que el paracetamol, pero lo que mejor nos sentó fue encontrar un restaurante vegetariano que estaba buenísimo y donde comimos unas ansiadas ensaladas limpiadas con agua mineral, o eso ponía en la carta.
Lovina es un pueblo pequeño pero muy turístico y en el que si no vas a bucear o a hacer otras actividades de aventura mediante agencia, poco más hay que hacer y encima la playa estaba sucia.
Había tres riachuelos en el que volcaban toda la basura del pueblo y que claramente acababa en el mar. Una pena pero en uno de esos riachuelos vimos un pedazo de lagarto de un par de metros fáciles que se dejaba arrastrar por la corriente a modo de juego.
Día y medio después las cuatro calles de este pueblo se nos comían vivos por lo que decidimos, aunque no estuviera bien del todo, ir al centro de Bali, escapar del calor, ver los famosos lagos dentro de los grandes volcanes que coronan esta isla y de paso visitar uno de los templos “acuáticos” más conocidos y recomendados.
Despertamos, recogimos, cargamos y nos encaminamos al pueblo interior de…
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