Nuestros Viajes

Tanah Lot y Despedida de Bali

La verdad es que estos últimos días fueron un tanto extraños. Como una sala de espera al médico o mejor dicho a la peluquería. Nos sentíamos como que teníamos que estar ahí sentados esperando a que llegase nuestro momento para el cambio… pero no de look, sino de país, y el siguiente sería Singapur, un destino que no teníamos previsto pero que planeamos bastante bien en esos últimos días. Realmente sólo íbamos a coger el avión para Mumbai (que nos sacó Shyam en Nepal) pero quisimos estar un par de días más y ver que se cocía por allí. A parte de planear dicha visita fuimos a visitar un templo que está un poco más al noroeste de Kuta, Tanah Lot.

Tanah Lot significa “Tierra en el Mar” y es una formación rocosa enfrente de la costa de Tabanan en donde hay un templo que está constantemente castigado por la acción de las olas, como el día que fuimos a verlo. Las olas eran grandes y rompían rabiosamente contra los acantilados y rocas que salen del mar, haciéndonos disfrutar de un espectáculo muy entretenido y que nos robó un montón de fotos.

La llegada allí no fue muy complicada y es que tras quince días conduciendo por esas carreteras le cogí el truco a las señales escondidas detrás de los árboles, a la manera de conducir de ellos y al pitar cada vez que quisiera adelantar. Aparcamos en la zona habilitada para ello y que por supuesto pagamos junto a la entrada al templo.

Tras escuchar por unos altavoces cómo un señor que trabajaba allí nos decía por donde teníamos que ir para que nos cortase las entradas (como si no le hubiésemos visto antes de gritarnos por ese maldito micrófono) pasamos a un mercadillo enorme, más concretamente por una calle muy soleada, calurosa, atestada de tiendas y escasa de gente, cosa que nos sorprendió pero que al poco entendimos.

Al final de esa calle vimos otra paralela a esa llena de lo mismo y de gente paseando a la sombra de los árboles y la brisa del mar, qué cara de gili que se nos quedó. Entre los puestecillos, que por cierto se morían por vender algo, nos encontramos dos tiendas de marcas punteras de surf que destacaban del resto de los comercios y que nos vinieron muy bien para tomar aire fresco… del acondicionado y para ver que los precios estaban más altos que en Kuta.

La entrada al recinto previo al templo era enorme y clásica de todos los templo de allí. Rápidamente nos llamó la atención la fuerza del mar y el salpicón que generaba al chocar contra los acantilados.

Dimos una vuelta por las inmediaciones y después pasamos a ver el templo en cuestión.

Pero al final no pudimos. El que se pueda pasar a verlo o no depende de la marea, si está baja el paso es posible pero a marea alta y con ese mar estaba prohibido el paso hasta pasadas cuatro horas como mínimo.

Obviamente no íbamos a esperar ahí plantados y menos sentado en uno de tantos bares que invadían la zona. Así pues paseamos un rato más y al poco nos volvimos a casa, no sin antes pasar por un pueblo llamado Canggu que tiene un playa muy extensa con un montón de picos variables para surfear pero a los que no me metí pues a parte de estar grande y revuelto estaba de lo más sucio que he visto. Se ve que había llovido unas horas antes de nuestro paso por Tanah Lot y se habían formado un montón de ríos de mierda que desembocaban en el mar.

De camino a casa paramos de vez en cuando para tirar un par de fotos a los campos de té y arroz que estaban siendo trabajos por labradores.

A mitad de camino nos compramos una fruta típica de Indonesia llamada Mangosteen, con un montón de propiedades anti-estresantes, anti-oxidantes y anti-cosas-malas y que tiene un sabor un tanto extraño, pero dulce con un tacto al paladar algo viscoso. Realmente no supimos si nos había gustado, no obstante, nos decantamos por el sí aunque no volvimos a comerla, bueno, al menos la probamos.

Al día siguiente en Kuta Beach, me esperaba un buen baño. Las mismas sensaciones que en Lembogan se repetían en cada ola que cogía. Fui cogiendo soltura en esos cuatro días, cada día un poco mejor.

No me extraña que lo balineses surfeen tan bien, si yo en los quince días que cogí olas noté un avance, imaginaos ellos que llevan toda la vida cogiendo olas perfectas. Lo único que estropeó un poco los baños que me di fueron un par de discusiones entre locales y extranjeros dentro del agua y otra en la que llegaron a las manos.

No supe muy bien el porqué de esos incidentes ni quién tenía razón, pero tampoco me importaba, sólo quería surfear tranquilo.

Me separé un poco del mal rollo y continué con mi baño perfecto, con olas perfectas y con mi día perfecto, hasta que, cogiendo la última, me salí, me acerqué a Tania que estaba en la orilla tirándome fotos, nos despedimos de la playa y fuimos a vender la tabla en el mismo sitio en el que la compré por la mitad del precio de la compra. Que a fin de cuentas me salió más rentable que haberla alquilado.

Devolvimos el coche… bueno realmente lo aparcamos al lado del hotel y le dimos las llaves a la hermana del dueño que tenía un tienda cerca. Comimos por ultima vez en el restaurante de los bungalows, donde hemos comido siempre bien pero esta vez nos llevamos una pequeña sorpresa desagradable. En uno de los postres que nos pedimos, encontramos un moscardón muerto entre el plátano y la miel. Lo peor de todo fue que se lo encontró Tania… menuda cara de asco que me puso… un poema. De todas formas nos cambiaron el postre entero y enterito me lo comí, lástima de no habernos encontrado más moscas en otros platos que nos gustaban mucho… qué gordo soy.

Y llegó el momento de partir. Mochilas hechas y al taxi que nos dejaría en el aeropuerto, en donde tuvimos que pagar una tasa de salida del país cuando se hace por ese medio. Tasa que no habíamos visto en otros países pero bueno.

Una vez sentados en el avión y esperando pista para el despegue una sensación rara nos recorría el estómago, la sensación de no haber disfrutado de la estancia en Bali como hubiéramos querido o como habíamos pensado hacerlo, de no haber estado a gusto del todo y con un desasosiego que no habíamos sentido en ningún otro destino. Yo también sentía algo de rabia.

Estaba ahí sentado mirando por la ventanilla hacia el mar (la pista está en un terreno ganado al agua), viendo una de las olas que no me cuadró, que en el fondo no me atreví a coger o que las olas eran o muy grandes o muy pequeñas o más bien eran escusas para justificar el no haber tenido la valentía de ir a por ella. Me iba con ganas de volver y volver decidido, volver con ganas, sin miedos, y mejor preparado para exprimir todas las olas que no he surfeado, porque si algo hemos descubierto de Bali es que es un paraíso para el que viene única y exclusivamente a surfear.

3 comentarios

  1. Ruben M.

    Que buenas las fotos Juan! Habrá que ir algún día a Bali y probarlas 😉 Me alegro de que hayas tenido esas sensaciones… eso no tiene precio! Un abrazo enorme para los dos!

  2. Jose y Marisa

    Mas que un surfeo era un sur-guapo… lo ha dicho papá, que conste. Muy buenas las fotos, especialmente las del surfeo, felicidades para Tania que era la que andaba con la cámara. No te preocupes, papá esta poniendo una tabla en la bañera de casa para que, cuando vengas el viernes (si es que «viernes») te puedas dar un baño. Él mismo levantará las olas para que sea completo.

    El islote ese del templo es precioso y no nos extraña que le hicierais muchas fotos, lo merecía. Aquella en la que se ve el romper de las olas nos recordaba la galerna que hubo en el Cantábrico.

    ¿Como fue la comunión?. ¿O todavía no ha sido?. ¿que tal Tania con los estudios? Como ves tenemos un montón de preguntas que esperamos contestes cuando vengas.

    Nada más chatos. Muchos muuuaaakkksss para todos.

  3. Marta y Adri

    Vaya estilazo! Esa estela…el floater…los girazos…y…el tubo!!! Y por supuesto la fotógrafa, que hay que estar ahí! Ya queda menos para vernos! Besos

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