26/04/2015. Un Día Después.
“¿Terremoto? No, estás soñando… ni abras los ojos… duerme… no, mierda, este es de verdad”. A las cinco y poco de la mañana nos despertaba a todos una réplica fuerte, ¿es que esto no va a parar? el corazón de nuevo en un puño, la gente se puso a gritar, sobretodo la mujer de Shyam que se abrazaba a su hijo pequeño. Esta vez el temblor era diferente no ondulaba el suelo como la otra vez sino que se movía de izquierda a derecha constantemente. Nadie volvió a dormir.
Un vecino sacó una radio; decían que había sido un seis con algo de escasos segundos. El señor de la radio seguía hablando, y aunque no entendíamos nada, las caras de los allí presentes no anunciaban buenas noticias. Según nos tradujeron, anunciaban un terremoto en cualquier momento, con epicentro en Kathmandu y que arrasaría la ciudad. Tania y yo nos miramos sin dar crédito a lo que estábamos escuchando ¿cómo pueden decir semejante estupidez por la radio y asustar aún más a la gente? Y lo malo es que las personas de nuestro alrededor, por puro desconocimiento acerca del tema, se lo creían. Nada tenía sentido y pese a que les decíamos que eso no podía ser, que eso no se puede predecir, ellos seguían en su temor.
Teníamos que intentar adelantar el vuelo para Bangkok. Así pues decidimos salir a buscar un taxi para el aeropuerto mientras la mujer de Shyam nos decía que no era buena idea por lo que decían en la radio, pero si nos hubiésemos quedado allí con ellos y viendo lo que decían las noticias, nos hubiéramos tenido que sacar la nacionalidad Nepalí.
Nos habíamos quedado sin dinero al pagar el hotel y no sabíamos si los cajeros irían. La ciudad se quedó sin luz y la gente estaba tirando de sus propios generadores. La mujer de Shyam nos prestó algo por si no lo conseguíamos. Tras un buen rato en búsqueda de uno que funcionara, uno funcionó. Prabeen nos quiso acompañar porque decía que los taxistas se aprovecharían de la situación y él lidiaría para conseguirlo más barato pero que aún así sería caro, por si acaso le di dos mil rupias (20€) pensando que era mejor que sacara él el dinero de su bolsillo para pagar al taxista.
¡Veinte euros! ¡pero qué cabrón el taxista! ¿cómo podía estar haciendo negocio de esa manera en momentos así? Al llegar a Nepal cogimos uno y nos había costado seis euros, y eso que Prabeen estaba negociando en su idioma que sino, a saber lo que nos hubiera pedido.
Apareció una mujer con su maleta que quería compartir el taxi. Le dijimos que pagara solo cinco euros y se echó las manos a la cabeza porque realmente no tenía dinero y no quería sacar. ¡Menuda manera de querer compartir! pero antes de que nos diéramos cuenta, cogió su maleta y salió corriendo.
De camino al aeropuerto vimos en una calle una oficina de Qatar Airlines que estaba a rebosar de gente y pensamos que lo mismo no hacía falta que fuéramos al aeropuerto sino a una oficina de Nepal Airlines, nuestra compañía, en la misma ciudad. Le dijimos al conductor que nos llevara a dicho lugar. De camino, llamé a un amigo de toda la vida que siempre está ahí para lo que sea, Nacho, con el teléfono de Prabeen al que le habíamos puesto saldo el día anterior, para decirle que por favor llamara a nuestro seguro de viaje (inglés), ya que nosotros no podíamos establecer conexión telefónica con ellos, para ver si en una situación semejante, nos cubría un cambio de vuelo o la compra de otro billete en otra compañía.
El taxista paró en lo que era una entrada cerrada por una verja a un parking al aire, ahora sin coches; a la izquierda de esta había una caseta con un par de guardias de seguridad. Dentro del recinto había un edificio enorme un tanto viejo, pero que no parecía muy afectado por el terremoto, tan sólo un par de cristales rotos. Mientras acababa de hablar con Nacho, Tania dijo que iba a buscar la oficina para ir agilizando. Cruzó la verja, habló con el guardia y desapareció de mi vista tras el muro que cercaba el edificio. La verdad es que no me gustaba la idea de dejar sola a Tania con todo lo que estaba pasando y, dos minutos después de irse y tras colgar el teléfono, salí a toda prisa del taxi para cruzar la verja a la vez que le decía a Prabeen que nos esperase en el coche.
Pregunté al guardia. Con el índice me indicó la dirección y dijo: “Next door left”. El camino señalado iba entre el muro y el edificio. No había nadie por el camino, tan solo al final vi dos figuras sentadas en una valla baja circundando un jardincillo en la esquina opuesta. Como ninguna de esas figuras coincidía con la de Tania, apenas les di importancia y seguí, corriendo, las instrucciones del guarda. A mitad de camino estaba la puerta a la izquierda y, escuchando unos gritos a los que no hice ni caso, entré por esa puerta que estaba abierta de par en par al ver un cartel que ponía el nombre de la compañía. En el hall había un montón de pisadas dibujadas en el polvo del suelo y daba la impresión de que en cualquier momento podría salir un zombi de los pasillos que se abrían paso hasta donde no llegaba la luz del día. Todo me decía que Tania no había entrado ahí, al menos eso esperaba. No había un alma, ni una luz y ni un ruido salvo de nuevo los gritos que venían de fuera y entre los que distinguí: “No… Stop… don´t get in…”. La cosa no me gustó lo más mínimo y salí rápidamente. Las dos figuras del fondo venían hacia a mi apresuradamente, eran dos guardias que me decían que no se podía entrar, que el edificio no era seguro y que se podría venir abajo. Dos cosas pasaron por mi mente: ¿Porqué no me dijo eso el primer guardia? y ¿qué más da que entre o no al edificio? estábamos a menos de dos metros y si se desplomaba, hubiéramos estado igual de jodidos. De todas formas no era momento de ponerse a hacer obvias recomendaciones sino de buscar a Tania, preguntar eso a quien fuese y salir pitando de ahí. Los guardias me dijeron que estaba a la vuelta de la esquina. Efectivamente, allí estaba, con dos occidentales y un nepalí.
Aquellos chicos también querían cambiar el vuelo para la mañana siguiente, pero allí no se podía hacer pues el sistema se había caído y teníamos que ir al aeropuerto, hablar con un tal Sudeek, decirle que veníamos de hablar con Kharma para que nos cambiara el vuelo y que en caso de duda le llamase al número de teléfono que nos apuntó en un papel. Todo parecía bastante sencillo pero, estábamos en Nepal y en una situación complicada, cualquier cosa sencilla era pura coincidencia.
Puesto que todos queríamos lo mismo, les dijimos a los chicos esos que fuéramos juntos al aeropuerto en nuestro taxi pero ellos también tenían uno esperando en la puerta. Pasamos de nuevo por donde habíamos venido sin pensar en el edificio no seguro, nos montamos en los respectivos taxis y quedamos en la oficina del tal Sudeek de Nepal Airlines del aeropuerto.
De nuevo al taxi y de nuevo a pasar por las calles de Kathmandu viendo como había quedado todo. En el trayecto, Prabeen hablaba con el conductor en su idioma. Luego de esa conversación, nuestro amigo se giró y nos dijo que el conductor nos iba a cobrar cinco euros más por habernos llevado a la oficina. No me lo podía creer ¿no se suponía que Prabeen nos iba a ayudar? Me pillé un cabreo de narices, Tania me miraba con los ojos abiertos y Prabeen no sabía qué decir salvo que me tranquilizara. El conductor no hablaba bien inglés y cuando digo que “no hablaba bien” creo que exagero, pero el lenguaje corporal y el tono de voz es un idioma universal y tras decirle que no le iba a pagar más de lo acordado traté de calmarme. Hasta que no llegamos al aeropuerto no volví a abrir la boca.
El aeropuerto era un caos había gente por todos lados, colas enormes para todas partes. Había una rotonda en la que la gente “acampaba” para esperar su vuelo. Todo el mundo quería salir por patas de Nepal pero como era de esperar, muchos vuelos estaban cancelados hasta nuevo aviso. Bajamos del taxi, le dijimos a Prabeen que esperara. Nos dirigimos a un edifico rectangular, de ladrillo, de cuatro alturas y en buenas condiciones.
Los chicos no habían llegado aún y decidimos ir entrando para buscar la oficina y encontrar al señor Sudeek. En caso de encontrarle antes de que ellos llegasen hablaríamos de cambiar cuatro billetes.
La única puerta de acceso al edificio era de dos hojas de cristal, estaban cerradas y sólo se entornaba una en la que un militar filtraba quién podía o no pasar.
Nos deslizamos entre la multitud que se agolpaba sobre la puerta. El militar nos miró y se sirvió de un movimiento de cabeza señalándonos con el mentón para preguntarnos, sin soltar una palabra, dónde íbamos. Al decirle Sudeek y la compañía, abrió un poco más la puerta para dejarnos entrar. A nuestro paso volvió a entornarla y siguió con su peculiar forma de preguntar.
La puerta de Nepal Airlines estaba abierta y daba a unos cubículos con ventanas esmeriladas unidos por un pasillo estrecho con archivadores de cristal pegados a la pared. Cada cubículo era un despacho de algún que otro mandamás de la empresa. Entramos en el primero de ellos que también tenía la puerta abierta y desde el cual salía la voz exaltada de un europeo que tenía una conversación acalorada con uno de esos mandamases. Al parecer, el vuelo a Delhi del europeo que debía haber salido aquella mañana, había sido cancelado y el chico le pedía explicaciones y opciones a aquel hombre bajito, regordete y calvo que no paraba de decir que él no podía ayudarle. Tania y yo nos miramos enarcando una ceja con el pensamiento de que eso nos podía pasar también a nosotros y no poder salir de Nepal sino era comprando otro vuelo con otra compañía, lo cual nos podía salir caro, pues, como nos enteraríamos horas después, los precios de los vuelos de salida se habían encarecido.
“How can i help you?” nos dijo aquel hombrecillo que pasaba del otro tipo que se marchaba con un cabreo del quince. Le dijimos que buscábamos al señor Sudeek. Aliviado porque no queríamos hablar con él, nos llevó al último cubículo y se fue.
Tras una gran mesa que ocupaba casi todo el ancho de la oficina se encontraba un hombrecillo trajeado, delgado, bajito y con unas gafas de pasta negra que le quedaban enormes, como a las azafatas del “Un, Dos, Tres”. Estaba reunido con otro señor y decidimos esperar un poco.
“¡Ey guys!”; los chicos que conocimos en la oficina de la compañía aérea acababan de llegar. Tras los saludos y presentaciones oficiales y algún que otro comentario jocoso, el señor Sudeek nos hacía pasar. Le explicamos la situación, lo que nos había dicho Kharma y bla bla bla. Sudeek se puso a hacer unas llamadas con nuestros pasaportes en la mano mientras nos acomodábamos en unos sofás de cuero de la oficina. Al llegar a mi pasaporte y ver que era español me dijo:
– Espaniol ¿Barsa o Madrid?
– Sorry, i don´t like the fútbol. I prefer… Criquet.
– Really? – Dijo sonriente.
– No, i´m jokking…
El chiste no era gran cosa pero dada la situación, cualquier chascarrillo era un buen motivo para sacar la risa a pasear. Pero la risa no llegó muy lejos, es más, se cortó de golpe. El edificio se estremeció por otro fuerte temblor y todos pusimos pies en polvorosa de la forma más ordenada posible pero, algunos de los que venían por detrás, entre ellos el señor Sudeek, empezaron a empujar. Menos mal que las personas de fuera vieron que salíamos en estampida y se apartaron del edificio. Una vez fuera, esperamos a que parase el temblor.
Cuando paró volvimos a entrar. Sudeek no había vuelto aún cuando regresamos a su oficina. No teníamos ganas de estar más ahí pero hasta que no nos firmara algún papel en el que nos “garantizara” el adelanto del vuelo no nos íbamos a ir. Al final, nos hizo una nota firmada en un Post-it. Cómo sólo teníamos ese papel, que se guardaron los alemanes, quedamos al día siguiente con ellos a las nueve de la mañana allí mismo. Nos despedimos de los chicos y salimos a buscar nuestro taxi que no estaba dónde nos había dejado, dimos un par de vueltas a la rotonda por si estaban por la zona hasta que nos topamos de frente con el taxista que nos estaba buscando a pie para llevarnos al coche.
Cuando llegamos de nuevo a Thamel, Prabeen salió del taxi diciendo que ya le había pagado la carrera y regresamos al “huertito”.
No pude llamar de nuevo a Nacho para saber qué le habían dicho los del seguro, pues Prabeen se había quedado sin batería. Una vez en el huerto, estuvo intentando cargarlo un poco en un cargador portátil.
Aquella tarde la pasamos de nuevo con la familia de Shyam. El cual llamó por teléfono desde Italia a su mujer y estuvimos hablando con él. Pese a estar muy preocupado por todos no perdió la oportunidad de decirnos que si necesitábamos algo que se lo dijéramos a su mujer sin problema. También llamó Monsieur Frank (el francés que nos invitó a su boda en Nepal hace tres años en nuestra primera visita al país) para verificar que todos estábamos bien.
A mitad de tarde fuimos con Prabeen a dar una vuelta a ver si encontrábamos algo abierto para comprar un par de cosas que nos eran necesarias. Fue al momento de pagar cuando se nos quedó cara de tontos. La noche anterior, hablando con Prabeen de esto y de aquello, sacó su cartera para enseñarnos unos billetes de Taiwan que tenía de una amiga suya de ese país; a parte de esa moneda, en su cartera sólo tenía un billete de cinco rupias nepalíes. Cuando fuimos a pagar nos dijo que él nos invitaba y de la misma cartera, sacó un billete de mil rupias. No daba crédito a lo que estaba viendo. Cuando nos acompañó al aeropuerto en el taxi, el conductor le dijo un precio, supongo que mil, y él le subió otras mil para quedárselas. Y yo cagándome en el conductor. Hablando días antes con su padre, nos dijo que estaba en una época muy difícil y que su obsesión por el dinero era muy grande. El primo de Tania también nos comentó que le había pedido dinero, pero no pensé que fuera capaz de sacarnos pasta y menos de esa manera y en esos momentos. Con lo buenos que son todos en su familia y lo timador que había salido el chaval. Nos dio mucha rabia la manera de hacerlo, si necesitaba diez euros, nos los podía haber pedido sin tener que recurrir a eso. Pensé en decirle algo o al menos contárselo a su padre pero no nos pareció buena idea preocuparle más no era el momento ni el lugar.
Cuando llegó la noche, unas pocas gotas de una amenazante lluvia empezaron a caer. Prabeen consiguió cargar un poco el móvil y, al encenderlo, un mensaje de mi hermana nos llegó. En él nos decía que había hablado con el Ministerio de Exteriores para dar nuestros datos y que figurásemos como que estábamos a salvo y de paso para saber cual era el procedimiento que debíamos seguir los españoles en Nepal. El Ministerio le comentó que todos los españoles se estaban reuniendo en el hotel Dwaricas, que hacía las veces de Consulado Honorífico de Nepal, ya que España no tiene embajada allí, y que debíamos ir allá para confirmar nuestros datos y que nos sacaran de Nepal en un avión que iban a fletar en breve.
A partir de ese momento nos entró un agobio raro que, sumado al cansancio y al estrés, nos hizo plantearnos un montón de preguntas: “¿qué hacemos? ¿vamos al Consulado? ¿hemos actuado bien quedándonos con nuestros amigos? ¿debíamos haber ido en búsqueda de la representación española en Nepal? ¿no nos hemos comportado de una forma responsable? ¿vamos a ese hotel ya? ¿nos quedamos esa noche donde estábamos y a la mañana siguiente íbamos al Dwaricas? ¿cogemos el avión que fleten para España o seguimos el viaje como habíamos pensado? ¿era eso egoísta por nuestra parte? ¿debíamos volver a España ya con los nuestros? ¿hemos actuado bien? ¿qué hacemos? ¿hemos actuado bien? ¿qué hacemos? ¿hemos actuado bien? ¿qué hacemos?”. No encontrábamos respuesta a todas esas preguntas. Los temblores se sucedían bajo nuestros pies. Otros temblores venían por encima de nuestras cabezas en forma de truenos que traía la tormenta. El perro de la noche anterior volvía a aullar. El suelo se hacía aún más incómodo. Queríamos levantarnos y estirar las piernas pero la lona que nos protegía por si caía más agua no nos lo permitía acabando de rodillas sobre las alfombras. La ansiedad en Tania iba creciendo y creciendo más rápido que en mi, entonces yo no podía languidecer y me tragué mi agobio. Ella ya no sabía dónde mirar, su respiración se aceleraba, un sudor frío recorría su espinazo. Le agarré las manos, las tenía heladas: “Tania. Mírame. Tranquila” le dije mirándole a los ojos… Tania rompió a llorar. Bastante habíamos aguantado los dos sin venirnos abajo y soltarlo era algo que debíamos hacer. Pero no era mi momento de hacerlo, tenía que tratar de mantener el tipo y ayudar a Tania. Es lo bueno de estar en pareja, cuando uno cae el otro lo levanta.
Más tranquilos le hice ver que lo que habíamos hecho era lo correcto porque estábamos bien, que nadie sabe cómo puede actuar en una situación así ni tan siquiera sabiendo lo que se ha de hacer y que nuestras familias sabían que no nos había pasado nada malo. De todas formas, si se quedaba más tranquila yendo al Consulado, no teníamos más que salir a la carretera principal buscar un taxi y que nos llevase.
Ya de noche cogimos las mochilas, nos despedimos muy agradecidos a todos y nos pusimos en marcha pero, al salir de la callejuela a una calle un poco más ancha, ver que no había ni una luz, volver a sentir otra réplica y que la lluvia se iba intensificando, decidimos que no era la mejor idea aventurarse de esa guisa, de noche y sin la certeza de encontrar un taxi a la primera de cambio. Así pues, volvimos sobre nuestros pasos para dormir otra vez con nuestros amigos y a la mañana siguiente ya pasaríamos por el Dwaricas antes de ir al aeropuerto.
Ni la lona resultó tan buena como esperábamos ni la lluvia tan ligera como hubiéramos deseado. La mejor opción que nos quedaba era la de guarecernos, todos los vecinos de alrededor, en un par de salas bajas a pie de calle que pertenecían a una iglesia cristiana. La sala más grande estaba llena de gente tirada en el suelo con sus mantas. En un extremo de esta había una cruz de madera en la pared y un atril con una biblia. La otra sala, en la que nos quedamos nosotros porque no había nadie, parecía un aula para catequesis, con una pizarra, unas sillas y un par de mesas apelotonadas en uno de los extremos. Nos descalzamos, no se podía entrar con zapatillas, extendimos uno de nuestros sacos y después de escudriñar minuciosamente si la sala estaba entera, nos tumbamos en el suelo. Tania se quedó en seguida dormida, pero yo no podía conciliar el sueño, así pues me puse a escribir unas líneas.
No había apenas pasado una hora, cuando un ruido enorme, con un estremecimiento de la sala, nos puso a todos en alerta. Aún no sé cómo lo hizo pero cuando me quise dar cuenta, Tania se había despertado, había salido del saco y estaba en la calle descalza con los pies en el suelo mojado mirando al cielo. El resto de la noche la pasamos con frío, con nervio y deseando que otro perro, que estaba atado en frente de la sala, se callase de un vez y nos dejara dormir.
27/04/2015. Dos días después. La odisea del Aeropuerto.
El sol salió a eso de las cinco de la mañana. Nos despertamos, aseamos, recogimos y nos despedimos de todos deseándoles la mayor de las suertes. Para poner la guinda al pastel, Prabeen se acercó y nos dijo que no pagásemos más de seiscientas rupias por el taxi al aeropuerto… Lo sacamos por quinientos, a saber cuanto se quedó él.
Antes de ir al aeropuerto pasamos por el Consulado, un pedazo de hotel de cinco estrellas con puertas de madera tallada y guardias de seguridad a la entrada que nos abrieron la verja con una sonrisa enorme en la cara. Habíamos dejado las mochilas grandes en el taxi que nos esperaría fuera para llevarnos luego al aeropuerto.
Entramos en el recinto del hotel y en lo que hacía de hall, que no estaba cerrado sino que daba a un patio del mismo hotel, habían unas cuantas personas durmiendo en unos colchones. Se nos acercó una mujer delgada, nepalí, con cara de pocos amigos y muy seria nos preguntó, en inglés, que si éramos españoles. Aunque ella no era la Cónsul nos cogió los datos de los pasaportes y nos dijo que la Cónsul estaba descansando porque llevaba doce horas sin dormir. Nos dio mucha pena, pobre mujer, cuanto ha tenido que trabajar que no ha podido echarse un poco en doce horas, como si nosotros hubiéramos pegado ojo en dos días.
Hablamos con unos chicos que estaban con dos bicis enormes metidas en unas cajas acerca de lo que les habían dicho que iba a pasar con los españoles. No tenían mucha más idea de lo que nos había dicho mi hermana en el mensaje. Que el avión del Ministro estaba por Delhi y que iba a venir a por todos, los que cupieran, para llevarnos a la capital India y que después era una incógnita.
Pese a las “órdenes” que nos daba la “Cara de pocos amigos” de quedarnos allí, decidimos seguir con nuestra idea ya que lo que nos proponían allí no estaba nada claro. Al salir a la calle, el corazón me dio un vuelco; el taxista no estaba, se había ido con las mochilas. Pero de repente al mirar un poco más a la derecha vi al conductor del taxi que me hacía señales desde la acera de enfrente en dirección al aeropuerto.
El aeropuerto estaba exactamente como el día anterior, a rebosar de gente. Habíamos llegado casi dos horas antes de la hora a la que habíamos quedado con los chicos. Tania fue a por algo de comer mientras yo esperaba con un carrito de equipajes. Estaba bastante nervioso y de todo, mi mente, hacía un mundo. “¿por dónde va Tania? ¡Ah allí! No espera, no es ella. Buah, qué follón cuanta gente ¿Se mueve el suelo? No, si, no, no sé ¿dónde está? está tardando mucho ¿no? no la veo, ¿qué hace?. Tranqui sólo han pasado seis minutos.” Un claxon a mi izquierda me pegaba un susto. “Mierda estoy en la carretera” Me subí como pude… “¿dónde está Tania?” me puse de puntillas, tampoco sirvió de mucho… “Ahí parece que la veo… si, es ella, buf menos mal”. Cuando llegó a dónde yo estaba nos fuimos a una zona cerca de dónde habíamos quedado que parecía que había menos gente. Allí se acercó una mujer que nos había oído hablar. Era polaca pero llevaba toda la vida viviendo en Madrid. Estaba esperando a su pareja que había ido a buscar información de dónde estaba la Constructora San José y ella nos lo preguntaba a nosotros por si sabíamos algo del tema. Según nos contó era dónde les habían dicho que tenían que ir los españoles para que les llevasen a dónde debía recogerles el avión del Ministro. No podía ser de otra manera, los españoles debíamos reunirnos en una Constructora española en Nepal, sonaba a coña.
Mientras los tres nos contábamos la batalla de dónde nos había pillado el terremoto, apareció otra pareja de españoles que también buscaban dicha Constructora.
Llegó la pareja de la polaca-española con las indicaciones de dónde estaba la Constructora, y se fue con el hombre de la otra pareja a buscarla.
Estuvimos con las dos mujeres hablando mientras esperábamos. Una de ellas nos contó que ya vivió un situación en la que tuvieron que repatriarles en un desastre natural y que todo fue bastante bien. Lo malo fue que al momento de hacer la declaración de la renta de ese año, vieron que tenían que pagar un pastizal por aquella repatriación. Madre mía que bien pinta todo, cómo para que te rescaten. Puedo entender que te digan que tienes que pagar el rescate por saltarte unas prohibiciones claras de no hacer algo en algún sitio peligroso como para practicar un deporte o lo que sea, pero que tengas que pagar por algo, de lo que yo considero, de fuerza mayor, me parece un abuso y encima sin avisarte de ello, pero así funcionan las cosas…
Llegaron los chicos. Entramos en el aeropuerto. Fuimos a la cola de facturación de la compañía Nepal Airlines. Hablamos con unos, les enseñamos el papel firmado a otros, esperamos y esperamos. Nos hicieron cruzar la hilera de puestos de facturación que había para que esperásemos dentro, donde estaba la cinta transportadora de equipajes. La seguridad en ese aeropuerto, en aquellos momentos, era nula.
Nos sentamos en el borde de la cinta transportadora que de vez en cuando se ponía en marcha y las maletas se chocaban con nosotros. Ahí teníamos que esperar hasta que nos confirmaran si había plazas. De repente nos dijeron que no. Pasamos a las oficinas a hablar con un tío que nos decía que ya veríamos si era posible o no y volvimos a esperar. Los segundos se hacían minutos, los minutos horas y las horas parecían no pasar. Al rato nos dicen que el cambio online que había hecho uno de nuestros nuevos amigos estaba bien y que podría volar, pero el resto tendríamos que esperar hasta que dejasen de llegar pasajeros y ver si alguno cancelaba. Esperamos, esperamos y volvimos a esperar… Llegaron a la cola una pareja de chicos jóvenes que no sé que habían hecho pero sólo ella tenía plaza porque la de él se había cancelado y debía esperar como nosotros.
A la hora nos dicen que dos más de nosotros podíamos volar. El alemán pagó el cambio de billete y me dejó dinero para que pagara el mío porque nosotros no teníamos efectivo suficiente y los cajeros del aeropuerto no funcionaban, pero aún faltaba el de Tania que se quedaba sin uñas de los nervios y no sabíamos si iba a haber plaza para ella o para ese chico que no paraba de hablar con todo el mundo para que le dieran la plaza a él y eso avivaba nuestros nervios. El tiempo seguía pasando y la hora de embarque se acercaba. Uno de los operarios de la compañía nos decía que si que había plazas, quedaban ochenta libres, pero lo que no sabía ese hombre era que al final cancelaban el vuelo de Nepal Airlines y lo juntaban con el de Thai Airways. Salió una mujer y nos dijo que los que teníamos billete teníamos que subir ya e ir pasando por inmigración pero que Tania se tenía que quedar en tierra hasta ver si finalmente había hueco o debía esperar a mañana. ¿Realmente pensaban que iba a dejarla en Nepal mientras yo volaba a Bangkok?
Los alemanes subieron pero nos dejaron el dinero del cambio de billete de Tania porque decía que estaba seguro de que lo conseguiríamos al final y que ya se lo pagaríamos al llegar a Tailandia. Yo subí con ellos para ver si conseguía alguna información nueva que abajo no decían, pero volvía bajar con lo mismo, esperar. Al llegar a la cinta de nuevo Tania no estaba pero las mochilas si. Entré en la oficina y estaba allí hablando con el señor que nos había dicho que teníamos que aguantar pero que ahora decía que no se podía hacer nada. Les dijimos que cancelaran mi billete y nos devolvieran el dinero del cambio para seguir teniendo nuestra antigua plaza para dentro de dos días.
Desde las ocho de la mañana hasta las tres de la tarde estuvimos en el aeropuerto con la incertidumbre del sí o del no. Intentamos comprar un billete de Thai Airways pero no pudimos, el vuelo ya estaba cerrado. ¿Sabéis el típico plano de película en el que el fondo se aleja de la persona que está en primer plano, dando sensación de agobio o ansiedad? Pues así es como me empecé a sentir. No pudimos salir de Nepal. Teníamos que esperar dos días más para coger nuestro vuelo pero, ¿y si nos volvía a pasar lo mismo y no podíamos volar? ¿y si cancelaban de nuevo el vuelo? ¿cómo saldríamos de allí entonces? Pero esas no eran las únicas preguntas que asaltaban mi cabeza a mano armada ¿qué hacemos ahora? ¿dónde vamos? ¿con la familia de Shyam, al Dwaricas? ¿se habría ido ya el avión que iba a rescatar a los españoles? ¿hemos vuelto a actuar mal? Tania me miraba con la misma cara con la que yo la miraba a ella. La gente nos empujaba por todos lados. El aeropuerto se hacía cada vez más pequeño, pero la salida se alejaba, el calor aumentaba y el sudor me caía por la frente, la respiración se entrecortaba. Como pudimos, salimos a la calle tratando de coger aire fresco, pero había la misma cantidad de gente, no sabía cómo actuar, qué decir o qué hacer; ambos mirábamos en rededor buscando no sabíamos el qué; fue entonces cuando me tocó a mi, era mi momento, no pude más y me puse a llorar… Tania mantuvo el tipo.
Como dije antes, la ventaja de estar los dos juntos es que cuando uno cae, el otro le ayuda a levantarse. Tania me abrazó “no te preocupes Juan, vamos a Dwaricas y esperamos dos días allí y vemos qué hacer.”
Por suerte, teníamos el dinero que nos había dejado el alemán y podíamos coger un taxi. Nos sabía mal usar ese dinero pero, a saber cómo podríamos encontrarles de nuevo para devolvérselo, imposible.
Llegamos al hotel que era increíble, hasta tenía piscina; pero ésta estaba a medio llenar y, como supimos al rato, el terremoto había hecho que el agua saliera despedida hacia una parte del hotel y rompiera unos grandes ventanales. Volvimos a dar nuestros datos. De paso dijimos que desde el 23 de abril no sabíamos nada de Roser Palau y lo apuntaron.
Un hombre rapado o mejor dicho, calvo, catalán y muy simpático que andaba por allí nos hizo un tour por el hotel. Nos dijo que nos sentáramos donde pudiéramos, dónde estaban los baños, que había ducha (lo que nos alegró mucho porque llevábamos tres días sin tocar el agua), dónde y cuando ponían la comida etcétera…
Nos sentamos en un par de sillas bastante cómodas y nos sentimos muy incómodos con la situación. Era como estar en un grupo de renegados, desplazados, repudiados… Por un lado estaban los ricachones que tenían pagada su habitación y por el otro los españoles. Menos mal que el personal era muy simpático con todos nosotros y justo detrás teníamos un guarda de seguridad que nos dedicaba una amplia sonrisa y nos decía que no nos preocupáramos por nada que ahí estábamos a salvo.
Una vez duchados y con un té en las manos nos tranquilizamos bastante. El catalán se sentó con nosotros y estuvimos de charla un buen rato con él. Qué tío más gracioso, su aspecto, su acento, su manera de hablar, sus expresiones eran un cúmulo de cualidades que nos hacían mucha gracia, como cuando nos contaba lo mucho que le impresionó el Taj Mahal. El tipo se quedaba con la boca abierta mientras que con una mano gesticulaba como si la mandíbula se le desencajara ante la belleza de aquel lugar. Qué tipo más gracioso…
“¡El avión para Delhi sale esta misma noche! Quien quiera volver a España que se prepare que salimos en veinte minutos para el aeropuerto” Decía repentinamente un hombre que hacía de portavoz. Nos reunimos alrededor de él para ampliar información. Todo seguía en lo mismo, de Kathmandu a Delhi esa noche y de Delhi a España supuestamente al día siguiente ¿Y si luego no había suficientes plazas en el avión de España, qué hacíamos, nos quedábamos en Delhi y nos tendríamos que pagar el vuelo a España o cómo funcionaba la cosa? Pero a eso no contestaba nadie. De modo que decidimos quedarnos en el hotel dos noches más.
La mayor parte de los españoles se fueron, entre ellos el catalán que le venía bien irse para Delhi porque su novia era de allí. Nos despedimos pero no caímos en darnos los contactos y la verdad es que fue una pena.
De las ciento cincuenta y algo personas que estábamos allí nos quedamos seis o siete, y la duda de si nos dejarían quedarnos más tiempo a los que decidimos no irnos nos preocupaba, pero como seguían llegando españoles al hotel, las puertas seguían abiertas.
Aquella tarde llegaron más españoles. Entre ellos unas chicas que acababan de aterrizar en Kathmandú para colaborar como voluntarias. Vinieron al país con idea de ayudar antes de que pasase todo y al llegar, se encontraron con que su ayuda sería aún más necesaria que antes. Como no conocían Kathmandu, ni cómo empezar con su voluntariado, decidieron venir al Dwaricas para estar seguras e ir buscando de alguna manera una asociación con la que colaborar. También llegaron una Andaluza, Txus, y un catalán, Carlos, que se parecía al humorista Eugenio. Ambos eran de una productora de Barcelona que iban grabando unos videos de su viaje en moto, en unas Royal Endfield, por India y Nepal. En principio eran cuatro pero, a raíz del temblor, los otros del equipo decidieron volverse a España dejándoles con dos motos sin conductor (ellos iban en la misma moto) y que debían devolver unos días después en el mismo sitio donde las alquilaron, Delhi.
La verdad es que esos dos días que estuvimos en el hotel, con la compañía de esa gente, hizo que, todos, nos tranquilizáramos un poco, nos echáramos unas risas y nos “olvidáramos” de lo que había sucedido hasta que algún que otro pequeño temblor nos recordaba que seguíamos allí.
La conexión a internet era buena y pudimos estar en contacto con los nuestros para comentarles que seguíamos bien. Nos alegró mucho la cantidad de mensajes de preocupación y apoyo de amigos que nos mandaban por las redes sociales a medida que se iban enterando. Lo que nos impresionó malamente durante esos días, fue cómo en España se recibían las noticias acerca de la manera de proceder que tubo el gobierno español, que distaba mucho a cómo la estábamos viviendo allí. Según el Ministro se hicieron unas cosas que no se hicieron realmente o al menos no vimos que se hiciera. Pusieron como principal culpable al gobierno de Nepal por no facilitar la entrada al país a los servicios de rescate extranjeros etc… Cierto es que el gobierno local no actuó como era debido pero, una situación como aquella, desbordaría hasta al más preparado. Aún así se nos planteaba una pregunta ¿por qué la ayuda humanitaria y de rescate de otros países llegaron al día siguiente y la de España tardó en llegar cinco días a la zona? De todas formas, la manera de actuar de otras embajadas no sé como fue pero a una de las chicas de las que conocimos allí se le ocurrió pasar por la embajada francesa ya que no sabía que España tenía Consulado; pero una vez allí no la dejaron pasar porque no era de ese país; ella pensó que por ser europea la acogerían sin problema, pero nada más lejos de la realidad.
Como no podía ser de otra manera, la televisión hizo su aparición en forma de Informativos Tele 5. Lo que me lleva a pensar de nuevo en lo que decía el Gobierno de España acerca de que el de Nepal no dejaba el acceso a los aviones de rescate… ¿cómo se encaja que a los de rescate no pero a los de pasajeros si?
Al principio vinieron sin cámara, sólo para hablar un poco por encima; alguna de las chicas estaban entusiasmadas y quedaron en que saldrían. Cuando por la tarde volvieron con el equipo, las chicas no estaban y trataron de conseguir nuestra historia sin mucho éxito. Suerte para ellos que justo antes de irse, las chicas llegaron y consiguieron su reportaje.
Como la mayor parte de los españoles se habían ido, teníamos camas de sobra para escoger, o eso creímos que podíamos hacer; pero esa noche, las camas centrales, más resguardadas de la ligera lluvia que caía, fueron ocupadas por la dueña del hotel y los clientes que no se habían ido y que habían pagado. Nosotros, junto con la pareja de la productora ocupamos las más externas; los del hotel, nos facilitaron unas sillas a los pies de las camas para poner nuestras mochilas y las cubrieron con plásticos. Tras un rato de charla con Txus y Carlos acerca de cámaras y de viajes, fuimos poco a poco cayendo todos en los brazos de Morfeo.
Después de dos días de sobresaltos en la noche, nervios y frio, conseguíamos dormir, tranquilos, arropados y del tirón hasta la mañana siguiente.
28/04/2015. Ultimo día en Kathmandú.
Abrí un ojo. La luz me molestaba y una lona blanca sobre mi ocupaba la mayor parte de mi visión. Por un instante no supe dónde estaba. Abrí el otro ojo y busqué a Tania a mi lado, pero su cama estaba vacía y la de Txus también. Tan sólo Carlos y yo permanecíamos en ellas. Eran alrededor de las ocho, Tania se había despertado media hora antes y ya se había tomado un té. Me uní a ella con un desayuno que me supo a gloria.
La verdad es que estamos muy agradecidos de cómo nos trataron en el hotel, en ningún momento nos faltó de nada, ni agua, ni comida, ni duchas calientes, ni toallas de esas que tanto nos gustan… de las que rascan, pequeñas cosas que se hacen grandes en difíciles situaciones.
Mientras arreglaba las mochilas me volví a encontrar con el guardia de seguridad que nos miró tan risueño a nuestra llegada y me saludó de nuevo con la misma sonrisa. Tenía una cara muy agradable, de esas personas que transmiten paz y me puse a hablar con él. Era guardia de seguridad de transporte de mercancías valiosas, joyas, dinero y ese tipo de cosas, pero los del hotel habían requerido de sus servicios para la seguridad del lugar. Le pregunté por su familia, todos estaban bien y decidió ayudar en lo que pudiera. En unos días tenía un transporte de joyas a Sudáfrica pero mientras tanto estaba unas horas trabajando allí. Me llamaba Sati, que es amigo en Nepalí y yo le respondía con lo mismo.
De nuevo volvió a aparecer la televisión. Estábamos hablando con Txus y Carlos tranquilamente cuando se acercó un joven, repeinado, con camisa y pantalones ajustados; “Hola, ¿me contáis vuestra historia?”; dijo de buenas a primeras. Nos miramos entre nosotros de reojo con cierta duda y fijamos por unos instantes los ojos en otro hombre detrás del repeinado que estaba sacando una cámara de una mochila; “¿De qué cadena vienes?”; pregunté; “De Telecinco”; dijo. Un “uhhh” salió de todas nuestra bocas; “Mal vas”; dijimos Txus y yo; “¿De qué programa?”; preguntó Carlos; “De Ana Rosa”; contestó con la boca pequeña; “Ahora si que la has jodido”. La respuesta de Carlos fue contundente y un tanto brusca, pero enseguida se disculpó diciendo que sabía que ese era su trabajo y que era como cualquier otro pero que no conseguiría nada de nosotros. Finalmente consiguieron su reportaje con una mujer mayor y su hijo que estuvieron encantados. Pese a decirles que no nos sacaran, nos grabaron sin darnos cuenta como relleno de la noticia.
Cuando todo parecía más calmado decidimos salir del hotel para dar una vuelta. Era nuestra última tarde en Katmandú y quisimos pasear por la ciudad.
Antes de salir los cuatro a ver si nos podíamos tomar un Chai en un bar en frente del hotel que nos habían dicho que estaba abierto, llegaron tres personas que venían del gobierno español para comentarnos qué medidas se iba a volver a tomar con los españoles que seguían viniendo al hotel. Entre ellos había un Guardia Civil al que le preguntamos si sabían algo de Roser Palau, pero no tenían ni idea. Les volvimos a dar toda la información que teníamos de ella y que habíamos contactado por las redes sociales con su madre. Él apuntó todo minuciosamente y nos indicó que harían lo que pudieran para encontrarla.
Salimos a la calle en busca de ese té, pero lloviznaba y el bar estaba cerrado. Carlos se volvió al hotel y nosotros tres decidimos ir a ver si por casualidad las tiendas de nuestros amigos estaban abiertas y pasar por Durbar Square a ver en qué estado estaba. Empezamos a andar por las desastradas calles. No quisimos coger ningún taxi, nos apetecía andar. En el camino nos paró un hombre con un todo terreno que nos decía que nos llevaba sin pagar nada, lo cual nos pareció extraño y no accedimos pese a su insistencia.
A medida que nos íbamos acercando a donde vivimos el terremoto, la respiración se entrecortaba y los nervios se hacían de nuevo presentes. Menos mal que el ir hablando con Txus de esto y aquello hizo que nos tranquilizáramos y pudiéramos seguir con nuestro camino.
De nuevo en las callejuelas estrechas, de nuevo en las tiendas de nuestras amigos y de nuevo estaban cerradas. Preguntamos en una tienda de al lado si sabían algo pero no hablaban inglés. Cogimos un papel, un rotulador y escribimos una nota que metimos por debajo del cierre.
Cada calle, cada esquina, cada rincón por el que pasábamos era un sitio totalmente diferente. Se respiraba tristeza, inseguridad, miedo y las expresiones: “¡Mira eso!”; “¡Madre mía!”; “¡Qué desastre!” se repetían a cada paso. Todo fue quedando grabado en nuestra retina y en nuestra fotos. Pero donde más sentimos y donde más nos entristecimos fue en Durbar Square. Todas las calles que daban acceso a la plaza estaban cortadas con improvisadas “barricadas”, tras ellas, un par de niños y adolescentes con chalecos reflectantes, que eran la máxima autoridad allí, nos decían que no estaba permitido el paso.
Intentamos acceder por otros sitios con la misma suerte, hasta que con la intención de pedirles permiso para sacar unas fotos desde la barrera, levanté la cámara. Al verla, nos dejaron pasar a los tres.
Pensaron que éramos periodistas o algo así porque aparte del ejército y los equipos de salvamento de diversos países, el resto de los que estaban en la plaza, eran periodistas.
Doblamos una esquina y tardamos un rato en ubicarnos, todo estaba por los suelos, todo el encanto y la magia de aquella plaza se había visto reducido a escombros.
El nudo en la garganta empezó a aparecer en Tania y en mi. Apenas unos días antes habíamos paseado por allí, nos encantaba esa plaza. Compungidos, seguimos recorriendo el lugar de un lado a otro. Txus nunca había estado en Katmandú pero el sentimiento para todos los allí presentes era el mismo.
Todos alucinábamos y nos estremecíamos con el espectáculo. Lo más impresionante fue ver que tanto el templo de Shiva y Parvati como la casa de Kumari (la Diosa viviente) seguían en pie. Al contrario, el Palacio Real, tenía la fachada destrozada y parecía pender de un hilo.
Nunca había tenido los sentimientos tan a flor de piel, todo era increíble, estábamos tristes pero al mismo tiempo “contentos” pues estábamos recorriendo por nuestro propio pie las calles de Katmandú, sanos y a salvo.
En un momento dado me paré a hacer esta foto…
…cuando alguien se chocó conmigo. Me giré para pedir perdón por quedarme parado en medio de la calle y ante mi, me encontré con dos parejas que conocimos en la boda nepalí de hace tres años. Qué alegría que nos dio vernos de nuevo y ver que estábamos todos bien. Los nepalíes no son de abrazos efusivos, pero en aquel momento los abrazos eran necesarios y de nuevo el nudo en mi garganta hizo su aparición. Estuvimos un rato hablando con ellos y continuamos la marcha.
Llevábamos tres días temblando y sin podernos tomar un buen Chai para despedirnos de Nepal, no encontrábamos ningún sitio que estuviera abierto que tuviera té pero, en una esquina de una minúscula plaza, encontramos un bar muy pequeño, no más grande que un armario ropero, donde no pudimos evitar tomarnos dos Tés Chai cada uno de lo buenos que estaban.
La tarde pasó rápidamente, hicimos un par de compras en una de las pocas tiendas que encontramos abiertas que no perdían la oportunidad de hacer negocio, justo en frente de nuestro antiguo hotel y vimos a uno de los chicos que trabajaba allí. Al día siguiente tenía billete para ir a ver a su familia en un pueblo a las afueras de la ciudad. Todos estaban bien pero se habían quedado sin casa y dormían como podían en la calle. Pese a eso, el chaval no perdía la sonrisa mientras hablaba con nosotros.
Llegamos al Dwarikas con la noche sobre nuestras espaldas, nos duchamos, cenamos y nos fuimos a la cama tan pronto como pudimos pues al día siguiente esperábamos coger un avión.
29/04/2015. El día del vuelo.
Amanecimos con algo de fresco, nos despedimos de todos los allí presentes, les deseamos mucha suerte y ánimo sobre todo a los que se quedaban para ayudar y nos fuimos al aeropuerto.
Todo estaba como en los días anteriores, sumido en un caos y pandemonio, pero ahí estábamos a las nueve de la mañana para comprobar que la ventanilla de facturación de Nepal Airlines estaba cerrada. Los nervios volvían a aparecer. Entramos de nuevo hasta las entrañas del aeropuerto para encontrarnos a un tipo que nos decía que todos los vuelos de la compañía se habían cancelado y que debíamos esperar en la cola de Thai AirWays para ver si tenían plaza para todos.
Éramos un grupo de quince personas todos sin uñas de los nervios que nos estaban haciendo pasar. Nos casábamos de estar de pie, nos cansábamos de estar sentados, nos cansábamos de estar cansados, de mirarnos las caras, de mirar alrededor, de ver que la gente llegaba a ventanilla y entraban sin problemas, de ver a los encargados yendo de un sitio a otro mientras nosotros seguíamos ahí parados. Las preguntas de los otros días de nuevo nos comían la cabeza. Éramos un cóctel de sentimientos, de los nervios pasamos al enfado, del enfado a la tristeza, de la tristeza a la rabia y de ahí de nuevo a los nervios y de repente algún intento de chiste para cortar la tensión pero que no surtía el efecto deseado y nos sacaba alguna risa forzada que se desvanecía en un lamento. Finalmente, vimos juntos a los de las dos compañías aéreas hablando entre ellos para acabar diciéndonos que tendríamos plaza todos y cada uno de nosotros.
El mayor suspiro de nuestras vidas salió desde lo más profundo de nuestro ser mientras nos llevábamos las manos a la cabeza y en nuestro rostro se dibujaba una sonrisa con un fondo de duda que no se iría hasta vernos dentro del avión. Mientras esperábamos agolpados frente a las ventanillas nuestro momento de facturar, conocimos a una pareja un tanto peculiar que vivían en Pai, una localidad de Tailandia, donde tenían un bar estilo nepalí y al que quedamos en ir a ver si pasábamos por allí como teníamos planeado.
Pero aún nos quedaban un par de horas más de espera en la puerta de embarque, sentados, incómodos y con calor pero aquello eran simples minucias.
Tras los cristales de la sala veíamos cómo seguían llegando aviones que descargaban paquetes de comida.
Finalmente esperamos de nuevo ya en una cola para subirnos al autobús que nos llevaría a nuestro avión. Esta vez era verdad, esta vez nos íbamos y esta vez los chistes tenían gracia.
Sentados en nuestros amplios asientos de Thai AirWays nos abrazamos contentos y tristes al mismo tiempo mientras mirábamos por la ventana.
Durante los últimos días, ambos, individualmente, pensamos que quizás debíamos habernos quedado más para ayudar, pero no nos dijimos nada pensando, el uno del otro, que quería irse, y si decíamos algo de quedarnos sería un nuevo quebradero de cabeza.
El avión despegó, nos íbamos porque podíamos hacerlo a diferencia de los nepalíes. Dejábamos atrás a nuestros amigos que debían volver a empezar o más bien continuar con sus vidas con el temor de que quizá, algún día, pasase de nuevo. Todos los sentimientos vividos fueron tan intensos que han creado en nosotros un lazo aún más fuerte que el que ya teníamos con esta gente y este país, del que salíamos huyendo pero que nos llevábamos en nuestros corazones.
Ahora pienso en él y lloro, recordando todo lo vivido, todo lo aprendido sobre nosotros mismos, todos esos sentimientos que nunca habíamos sentido de esa manera y a pesar de todo lo sufrido y con los ojos en lágrimas, esbozo una sonrisa melancólica, siento un vacío en mi pecho que hace que me de cuenta de que estoy deseando volver a un país que se ha quedado una parte de mi.
Pasados unos días, leímos que hallaron el cuerpo inerte de Roser Palau. Tan sólo esperamos que no sufriera. Descansa en paz Roser…
Brutal!!!