No paraba de llover. Pasaron dos días de continua lluvia y la habitación Kirst resultó ser bastante fría. Con ese agua cayendo a mares, no les apetecía mucho andar de “turisteo” por la ciudad, así que aprovecharon para descansar, planear los siguientes destinos y averiguar dónde estaba la embajada de Mongolia para solicitar el visado.
Aquella mañana del segundo día en Irkutsk, debían dejar ese hostal e ir a otro que no estaba muy lejos. Este resultó estar mucho mejor que ‘el Kirst’, llevado por gente muy simpática con la que se podían entender perfectamente.
La habitación era amplia y caliente y con unos grandes ventanales. Tenía también una cocina con comedor común y fue allí donde conocieron a un Coreano muy gracioso, muy delgado y muy sonriente que había llegado a Irkutsk en bicicleta desde su país, “I am going to Portugal to visitar a unos amigos que viven allí” – Dijo con una sonrisa muy grande y un tono de voz muy grave que no pegaba con su estrecho cuerpo. Quería llegar a su destino antes de Navidad, luego cogería un vuelo para estar en fin de año en su casa. Había llegado a Irkutsk en relativamente poco tiempo e iba a pasar unos días de relax en esa ciudad, haciéndole una puesta a punto a la bici y a su cuerpo.
El hostal también tenía lavadora así que hicieron la colada que bien falta les hacía y salieron a buscar el restaurante vegetariano que no pudieron encontrar la noche que llegaron. Finalmente lo encontraron, lo disfrutaron y repitieron prácticamente todos los días que estuvieron allí.
Cansados ya de no poder hacer gran cosa por la lluvia, al salir del restaurante decidieron, pese a la llovizna que caía, hacer una ruta por la ciudad que estaba marcada en el suelo de las calles de Irkutsk con una linea verde, en la cual, vieron todo lo más representativo de la ciudad.
Irkutsk les pareció una ciudad con encanto y su historia tiene unas cuantas peculiaridades.
Empezó siendo construida como una parada para el comercio de pieles hasta que los cosacos se empezaron a instalar allí guiados por ese comercio.
Con el tiempo se fue desarrollando gracias a la exportación de oro, marfil de mamut y la Marta Siberiana al país vecino, China. La ciudad fue ganando importancia cultural y social debido a que aristócratas, artistas y oficiales rusos fueron exiliados a Siberia por participar en la conocida “Rebelión de Diciembre” contra el Zar Nicolás I. Irkutsk se empezó también a caracterizar por sus casas de madera conocidas como “Decembristas» pues eran las casas de los exiliados, llamados así por la fecha de la rebelión.
Cierto día aciago, un incendio destruyó casi las tres cuartas partes de la ciudad y desde entonces se evitó el edificar con madera.
Aún hoy en día, bastantes casas construidas en ese material, siguen estando ahí, muchas de ellas abandonadas,
otras que no se sabe cómo se mantienen en pie y mucho menos cómo hay gente que aún vive en ellas pero, todas, le dan un encanto especial a las calles de esta ciudad.
El primer día que salió el sol, decidieron ir a ver el lago Baikal desde el pueblo más cercano a Irkutsk; Listvyanka.
Nunca han sido de coger tours organizados, ni buses especiales para turistas, siempre y cuando pudieran andando o en transporte público.
Llegaron, a través de las indicaciones que les dieron en el hostal, a coger los mini-buses que partían desde el mercado central. Justo quedaban tan sólo dos asientos libres, aunque separados. Tania se sentó junto con otra mujer, al lado del conductor y Juan justo a la espalda del mismo. En cuanto salieron de las feas afueras de la ciudad, las largas carreteras empezaron a transcurrir entre bosques interminables de árboles enormes a orillas del río Angara.
En medio de una de esas carreteras el bus paró y la mujer que estaba al lado de Tania bajó y se perdió entre los árboles por un camino de tierra. El conductor, con una sonrisa enorme en la cara, le indicó a Juan que se sentara delante con ellos. Muy educadamente, el chófer, se presentó dándose una palmada en el pecho a la vez que decía su nombre – “Sancho” – y seguidamente les señalaba a ellos con su gordo dedo índice “Tania, Juan” – dijeron ellos y Juan le tendió la mano. Fue todo muy al estilo Tarzán pero les resultó muy divertido. En un momento dado, a través de los árboles, empezaron a ver mucha agua, mucha agua dulce, agua del lago más grande del mundo, la del Lago Baikal.
El nombre del lago viene del tártaro “Bai-Kul” que quería decir “Lago rico” también se le conoce como “El Ojo azul de Siberia» o «La Perla de Asia». Un dato peculiar de esta masa de agua de origen tectónico es que contiene el 20% del agua dulce no congelada del mundo y es el lago más profundo de la Tierra.
Listvyanka, un pueblecito costero a orillas del lago. “Eso es un mar Juan, no se ve la otra orilla, es enorme” – Dijo Tania fascinada por la extensión de agua que tenía frente a ella – “¡Lo más fuerte es pensar que en invierno se congela!” – Exclamó Juan también boquiabierto. Cierto es que en invierno, la zona alcanza unas bajísimas temperaturas que congelan la superficie del lago tanto, que los coches pueden circular por encima.
Listvyanka era como un pueblo prácticamente hecho para el turista, lleno de hotelillos y hotelazos,
restaurantes, atracciones acuáticas y hasta un acuario con foquitas endémicas encerradas (Nerpas), además de una pequeña playa alargada con gente haciendo picnic.
Anduvieron por la avenida “laguítima” un buen rato hasta salirse del la zona más turista y pasar al lado de las casas locales que en sus puertas vendían el pescado típico, llamado omul, hecho a las brasas.
En un momento dado, por la otra acera a los pies de una hilera de árboles, venía una monja andando tranquilamente – “Esos árboles, la carretera y la monja creo que da para una bonita foto” – Pensaba Juan para sus adentros; de modo que cogió la cámara y de la manera más discreta posible, sacó la foto. Lo malo fue que, no fue tan discreto como pensó y la monja, al percatarse de ello, empezó a gritarle una sucesión rápida de palabras en ruso. Aunque de ruso, como ya he dicho, no tenían ni idea, de sobra sabían que le estaba poniendo de vuelta y media. Tranquilamente, Juan la miró con cara de “no te entiendo”, miró para atrás disimulando, como si la monja se dirigiera a otra persona detrás de él, se encogió de hombros y continuaron la marcha en dirección al bus de vuelta a Irkutsk dejando a la monja atrás que cruzaba la carretera.
“Tuerce por ahí a la izquierda” – Le indicaba Tania a Juan para ir a la embajada Mongola a la mañana siguiente. Tenían todos los papeles preparados, la reserva de la primera noche en un hotel, el extracto bancario y mil cosas más. Aún así, tenían la mosca tras la oreja por lo que pudieran pedirles y por la cantidad de gente que se pudiesen encontrar haciendo cola. Para su sorpresa, al llegar, no había ni un alma, es más, no estaban ni los de ventanilla. La de seguridad les hizo un gesto para que se sentaran frente a un mostrador con un gran ventanal. Al poco, apareció un hombre por una puerta al otro lado del cristal. Les miró, les pregunto la nacionalidad y les hizo sentarse de nuevo a esperar. Al rato llegó un hombrecillo, les volvió a preguntar sobre la nacionalidad, les dio un formulario para rellenarlo. Así lo hicieron y volvieron a esperar a que apareciera alguien, en este último lugar entró una mujer, con un inglés muy claro pero con un acento peculiar. Le dieron el formulario y todas las hojas, de las cuales, sólo se quedó una y el resto se las devolvió con cara de “¿Porqué me dan todo esto?”. “You need to pagar esto en este banco que te indico aquí y volvéis a a partir de las tres de la tarde a por los pasaportes con el recibo del banco”. Salieron a la calle sorprendidos por lo fácil que había sido todo y fueron directos a pagar la tarifa. De ahí también salieron sorprendidos pero por la comisión que se quedaba el banco por pagar la tasa del visado y por la comisión por el cambio de moneda. “Lo mires como lo mires y en el país que lo mires, los bancos son siempre unos cab….” – Decía Juan molesto.
“¿Qué había dicho la mujer de la embajada? ¿a partir de las tres o hasta las tres?” – Decía Tania preocupada cuando iban camino de la embajada después de comer a eso de las tres menos seis. – “Dijo a partir de las tres, no hace falta que corramos” – Le respondía Juan resoplando unos metros por detrás con la mano puesta en su estómago lleno.
“Please check your visa” Dijo la mujer de la embajada a la vez que les entregaba los pasaportes. Ellos los abrieron y fueron directos al nuevo visado pegado en sus pasaportes. Se quedaron ensimismados con esa “pegatina” en papel timbrado que les daba acceso a un nuevo país. Cada vez que les daban uno nuevo, algo se les removía por dentro y un hormigueo desde la parte más baja de la columna les subía por la espalda erizándoles el vello. Tenían ganas de entrar en Mongolia, un lugar que, aunque no sabían muy bien porqué, sabían que les iba a gustar mucho. Pero aún les quedaban unos cuantos días en Rusia y querían ver una isla en el lago que, por lo que parecía, iba a ser un lugar especial.
“Según esto, hay tres maneras de llegar a Olkhon Island…” – Decía Tania revisando la guía que tenían del transiberiano – “¿Kojón Island?” – Bromeaba Juan sentándose a su lado y sacándole una sonrisa. “…Una es con un coche privado, otra por libre en transporte local pero es un poco lío porque te dejan en un pueblo donde hay que coger un ferry para cruzar a la isla y luego no sé si se puede coger un bus, o hay que coger un taxi…” , “¿Y la tercera opción?” , “La tercera es ir a un hostal, llamado…” – Continuaba Tania alargando la última sílaba de la última palabra mientras buscaba el nombre del hostal en la guía – “Baikaler, que oferta mini-buses que nos llevarían desde este hostal al que tengamos en el pueblo de…” – Volvía Tania a alargar la última sílaba mientras buscaba el nombre de – “…Khuzhir en Olkhon” , “Bueno, hagamos cuentas a ver qué opción nos sale mejor de…” – Ahora era Juan el que alargaba la sílaba a modo de gracia a lo que Tania reaccionó con una sonrisa y una inclinación lateral de cabeza – “…precio y es más sencilla”. Tras un rato de cuentas, decidieron llamar al hostal recomendado y quedar con ellos a una hora para pagar la reserva.
Aquella noche, a la hora de la cena, cansados de comidas para llevar y vegetarianos, optaron por un italiano al que llevaban echándole un ojo desde hacía tiempo y al que, más tarde o más temprano, sabían que sucumbirían tanto por sus deliciosos platos como por las suaves melodías de la pianista que les amenizó la velada.
“¿Cómo vas Tania?” – le preguntaba Juan abrochándose las botas – “Estoy lista, quedan seis para las nueve y dijeron que se pasarían a en punto por el hostal” – Respondió ella – “Vamos ya por si acaso llegan pronto” – Continuó él. Con las mochilas en el suelo de la calle esperaban ansiosos y con algo de desconfianza a que llegara el mini-bus a por ellos. Pasaron quince de las nueve y no llegaban. A y veinte llamaron a los del Baikaler. Según parecía, el conductor, se había confundido con el hotel que tenía también el mismo nombre que el hostal donde ellos estaban hospedados y allí se encontraba esperando. Ocho minutos más tarde subían al bus en dirección Olkhon.
De nuevo las feas afueras de Irkutsk y de nuevo, al pasar ese tramo, las increíbles vistas de los interminables bosques de Siberia y la escalofriante deforestación hecha por el hombre que dejaba extensas praderas desprovistas de los árboles que en su día no dejarían que el sol iluminase el suelo.
Tras un alto en el camino para picar y descansar un poco, continuaron la marcha hasta llegar a un pueblo que daba la impresión de estar muy cerca de donde cogerían el ferry. El bus se detuvo a un lado de la calzada y no supieron porqué hasta que bajaron y descubrieron, asomando por debajo del bus, las piernas de una persona… el conductor estaba mirando las ruedas, habían tenido un problema en la tracción y tuvieron que parar.
Hicieron bajar a todos los pasajeros para subirlos en otro bus que venía por detrás, pero Tania, Juan y un chico italiano que llevaba tiempo viajando dando la vuelta al mundo, tuvieron que esperar a otro bus que tardaría once minutos en pasar.
Menos de un kilometro después de subir al nuevo transporte, llegaron al puerto y volvieron a bajar para esperar a que el barco llegase desde la orilla de enfrente. Durante ese tiempo conocieron a un francés que sabía español. Tenía tan solo doce días de vacaciones y había decidido hacerse en ese tiempo el transiberiano desde San Petersburgo hasta Vladivostok. “Madre mía, qué viaje” – Pensó Juan. Le estuvieron contando acerca de sus treinta y seis horas de tren seguidas a lo que el chico contestó – “Yo he venido desde Moscú hasta aquí en tercera clase” , “¿Cómo?” – Contestaron los dos casi a la vez llevándose Juan las manos a la cabeza – “¡Pero eso son más de sesenta horas en el tren!” – Se escandalizaba Juan – “Ochenta y una para ser exactos” – Contestaba el francés – “¡Menuda paliza!” – Dijo Juan mientras pensaba – “A este tipo le gusta sufrir” , “Pues no ha sido para tanto, me he ido mezclando con la gente y se me ha pasado rápido. Los rusos son gente muy simpática y amable” , “Pues has tenido suerte, porque nosotros no nos hemos encontrado con casi ninguno de esos rusos, y mucho menos amable; irían todos en tu vagón” – Contestaba Tania con hastío ante la frase “…mezclándome con la gente…” que había soltado el francés.
En los viajes que habían hecho anteriormente, siempre se habían encontrado con algún personaje, o más de uno, que iba con la cantinela de viajar saliéndose de lo turístico, de mezclarse con la gente o de no gastarse mucho dinero en transporte, alojamiento o lo que fuera porque viajaba de una manera independiente y diferente. “Yo no soy turista, yo soy mochilero” se auto denominaban algunos, “Yo no voy con los tópicos del mochilero” decían otros, “Yo no soy Backpacker, soy Traveller”, “Tú lo que eres es un flipado” pensaban ellos la mayor parte de las veces cuando se encontraban con gente así. Gente que se encontraban en guest house para “mochileros”, pero eso entraba en el término mochilero independiente y no en turista. Cierto es que, ellos, cuando viajaban, preferían no ir a sitios muy turísticos y/o masificados pero, sabían que, cuando se hace este tipo de viaje, hay lugares que, irremediablemente, hay que visitar, pese a que sean turísticos, caros o masificados y que, mal que les pese, cuando sales de tu país, te conviertes automáticamente en turista; por eso, cuando alguien les venía diciendo que ellos no eran eso sino esto o aquello, les tocaba un poco las narices. “Es que yo hablo un poco de ruso y eso facilita las cosas” – seguía contando sus cosas el francés cuando, gracias a Dios para ellos, un bocinazo del ferry indicaba que estaba ya amarrando y dando por terminada la conversación se encaminaron hacia el barco. Embarcaron, partieron, cruzaron y de nuevo se subieron en el bus que les dejaría en Kuzhir tras una hora más de trayecto por unos caminos de tierra.
El alojamiento que habían pillado estaba un poco apartado del pueblecito pero, al tratarse de eso, un pueblecito, las distancias, no eran muy largas. El alojamiento estaba cercado por maderas y dentro, en alturas de dos piso como mucho dos pisos, estaban las habitaciones dispuestas también hechas de madera. Todo era como un gran campamento con su camino delimitado, jardincillos, árboles, zona de juegos y red de voleibol etc…
El primero que vino a recibirles fue un gatito que maullaba en ruso, que no tendría más de un año y que estaba muy acostumbrado a los huéspedes que vendrían por ahí a diario. Una chica, con cara de pocos amigos, les mostró, como a regañadientes, su habitación y les enseñó todo “el complejo” de una forma muy seca, “Your room” – Dijo abriendo la puerta – “Toilets” – Continuó señalando hacia unas casetas al fondo, seguidamente hizo un gesto para que la siguieran. “Shower” , “Breakfast room” – Volvió a señalar con su índice hacia una amplia estancia con cocina y comedor que tenía una singular decoración y un pequeño invento anti-moscas. Cuando hubo acabado su profunda visita guiada por las inmediaciones, se dio media vuelta y se fue sin pedirles el pasaporte ni cobrarles nada. Les extrañó pero supusieron que se lo cobrarían al final. Por lo demás, todo estaba muy bien, muy nuevo y muy tranquilo.
Empezaron a caminar por Kuzhir que parecía un pueblo sacado de las películas del Oeste.
Casas bajas de madera de techos de colores verde, azul o marrón, perros, gatos, vacas y caballos que campaban a sus anchas por las calles sin asfaltar de un color arcilloso.
Tan solo faltaba el típico calamino o aulaga seca cruzando de un lado a otro empujado por un ligero viento que levantase a la vez polvo haciendo pequeños tornados.
Paseaban por pasear, por disfrutar de la paz, tranquilidad y la buena energía que les transmitía aquel lugar.
Había poca gente pero con la que se cruzaron, parecían ser gente muy tranquila, no muy sonriente pero, les saludaban con una inclinación breve de cabeza. Sus rasgos ya no eran ni tan cuadrados, ni tan duros como en Moscú, el color de su piel era más oscuro, los ojos un poco más rasgados y más bajos. Cayeron entonces en cómo habían ido viendo los cambios en los rasgos de los habitantes de Rusia desde el oeste hacia el este, progresivamente, pero manteniendo, más o menos, el mismo el carácter.
Llegaron a un puerto, antiguo, con barcos varados en la orilla, otro medio hundido cerca de un destartalado muelle de madera.
Un coche clásico ruso de los sesenta o setenta, miraba hacia el muelle como esperando ver la puesta de sol delante de un almacén medio derruido, cochambroso, creando, en conjunto con el cielo azul, una estampa que Juan no pudo dejar de retratar. Doquiera que miraran, había una preciosa foto que sacar, una puerta, una madera, un rostro y hasta algún que otro grafitty… “¡Coño! cien rublos” – Exclamaba Juan cuando mirando al suelo se encontró dos billetes de cincuenta. En sí, cien rublos no era una fortuna pero ellos tenían la broma, pero real, de que Juan, siempre se iba encontrando dinero y alguna que otra cosa más por los suelos de medio mundo.
Siguieron su camino por aquí y por allá, subiendo cuesta y bajando colinas y llegaron a los pequeños acantilados de la zona oeste, donde cada árbol tenía cintas de tela de diversos colores, las cuales, tienen un simbolismo Shamánico, religión que practican en la etnia Buriata asentada en la parte oeste del lago desde hace mucho tiempo.
El Shamanismo es una religión antiquísima que busca controlar, curar y a veces causar, el sufrimiento del ser humano contactando con el mundo de los espíritus. Cultura religiosa en la que Tania y Juan profundizarían en el país fronterizo, pero no adelantemos acontecimientos.
Bordeando los acantilados, de repente, bajo ellos, divisaron uno de los nueve lugares más sagrados de Asia o, al menos, eso les habían dicho, “La Roca del Shaman”.
Según la creencia, en una gruta de esa roca vive el Dios Burjan y por eso, en la colina previa a la bajada a las playas de la roca, había unos postes con cientos de ofrendas en forma de tiras de colores atados a ellos que los cubrían por completo. Justo cuando llegaron, vieron dos hombres que hacían su ofrenda e iban derramando leche sobre las rocas que yacían en el suelo frente a dichos postes.
Una vez en la playa, a pie de la roca sagrada, la serenidad, la belleza y la energía del lugar,
junto con el sonido de las minúsculas olas rompiendo en la orilla de cantos rodados, hizo que, por unos largos minutos, permanecieran sentados en una roca sin pensar ni decir nada.
“¡Wow, pedazo de playa!” – Exclamaba Juan cuando, de nuevo arriba, miraban dirección norte hacia una playa larguísima. “¿Qué es eso de allí, junto a la orilla? ¿Camiones?” – Decía Tania señalando a unas figuras oscuras que casi tocaban el agua – “Eso parece, bajemos a ver si me puedo dar un baño” – Dijo Juan contento con la idea de darse un chapuzón en las frías aguas del Baikal aunque estuviera nublado y corriera una ligera brisa. “Pues sí que son camiones ¿porqué estarán ahí?” –
Pensaron al cerciorarse de lo que Tania había divisado desde arriba. Se trataba de unos tres caminos cuadrados, anchos y bastos, con un tubo que salía del techo y unas ruedas gordas y que daban la espalda al agua.
Pasaron por delante y uno de ellos tenía la puerta trasera abierta y por el tubo empezó a soltar como humo o vapor de agua y fue cuando a Juan, se le encendió la luz; “¡Coño si son saunas!” – Se alegraba de haber dado con la solución al misterio pero, de repente, un rayo de luz se hizo hueco entre las nubes para dar un poco de calor a la playa y las saunas pasaron a un segundo plano. “Está saliendo el sol” – Dijo Tania mirando al cielo – “¡Vamos! aprovecha para darte el baño antes de que se oculte de nuevo, para mi está muy fría” – Siguió diciendo para animar a Juan mientras tocaba el agua con la mano. Pero, a Juan, le faltó tiempo para, en un “plis-plas”, ponerse el bañador y salir corriendo al agua. “¡Ahhhh! está fría, muy fría y estoy llegando a una parte crucial” – Afirmaba lo obvio Juan mientras seguía avanzando lentamente con el agua pasándole de los muslos – “Vamosss hazmeeee unasss fotossss rápidassss, ahhhh” – Soltaba entre los dientes castañeantes.
Entre idas y venidas al agua Juan, se iba “acostumbrando” a la temperatura y encima parecía gustarle. “Mira Juan, parece que alguien se va a meter en esa sauna” – Una mujer de unos cuarenta y tantos años caminaba decidida a usar una “Bania”, como decían por allí a las saunas, y al poco de entrar salía corriendo y se zambullía en el agua de cabeza; “¡Buaaaah tiene que molar un montón!” – Decía Juan mirando a Tania con cara de niño travieso – “Pues sí, pero no me he traído el bañador” , “Te puedes poner mis “Yunflos” y el sujetador y “apañao”, yo me vuelvo luego en Plan Comando” – Comentaba él refiriéndose a sus calzoncillos. A Tania le pareció buena idea y entraron tras pagar a un chico que les preparó las cosas.
El camión tenía una antesala a la sauna en sí, donde podían dejar las cosas y cambiarse y donde Tania decidió entrar sólo son los calzones de Juan. Dentro, la “Bania” era pequeñita y tenía dos escalones tan largos como ancho era el camión que servían de bancos para sentarse. A la izquierda de la puerta, estaban las piedras calientes a las que, si querían más vapor y calor, le debían añadir agua de un grifo. Empezaron en sesenta grados y poco a poco la temperatura fue subiendo hasta los noventa y los cambios de temperatura entre el lago y la sauna, les iban relajando, eliminaban toxinas mediante el sudor pero, sobretodo, les hizo pasar un buen rato.
Foto enlazada a Vídeo
Medio zombies y hambrientos, llegaron a un restaurante que tenía muy buena pinta y en el cual pudieron degustar el famoso omul en forma de croquetas y otros platos muy sabrosos.
Cayó la noche y las estrellas se apoderaron del cielo. Las calles poco iluminadas, por no decir sin una luz, apenas eran contaminación para no dejar ver un sin fin de estrellas sobre sus cabezas. “Voy a echar un meo” – Dijo Juan en cuanto llegaron a su Guest House – “Yo también” – Ambos se fueron al baño con la luz de una linterna – “¡Qué asco está todo el suelo lleno de arañas!” – Exclamaba Tania horrorizada por la gran cantidad de arácnidos. Un gran número de esos bichos correteaban por todas partes del camino entre su habitación y el baño, el cual estaba aún más plagado de ellas. Unas arañas de patas muy largas, de cuerpo redondo, negro y con manchas blancas. De puntillas entraron al baño, hicieron lo que tenían que hacer y volvieron a la habitación con picores sugestivos por todo el cuerpo. Y es que las arañas, no eran plato de buen gusto para ninguno de los dos y menos en cantidades industriales.
El día siguiente pasó con tranquilidad, con algún que otro escalofrío debido al recuerdo de la invasión de arañas de la noche anterior pero, el gatito, la relajación del lugar, el deambular por el pueblo y la fantástica puesta de sol que la isla les regaló, dejó ese pensamiento lejos hasta que, de nuevo cayó la noche.
A las nueve menos siete de la mañana del día de vuelta, estaban preparados para que vinieran a recogerles de nuevo y llevarles a Irkutsk. Los dos días que iban a estar en esa relajada isla se habían ido casi sin darse cuenta y les hubiera gustado quedarse más tiempo pero “¡Mierda!” , “¿Qué pasa Tania?” – Preguntaba Juan ante la exclamación de ella mientras miraba su pasaporte – “Que mi nombre está mal escrito en el visado de Mongolia y mañana es sábado” ; “Pues sí, ¡Mierda! a ver si nos da tiempo a llegar, porque a saber si te dejarían entrar en el país con ese error”.
El camino hasta el ferri fue lento. Les daba la impresión de que todo iba más despacio. “Siempre pasaba igual, cuando más prisa tiene uno más lento sucede todo” – Pensaba Juan mordiéndose las uñas – “Bueno no te preocupes, si no llegamos tendremos que cambiar los planes, qué le vamos a hacer, la próxima vez lo miraremos con lupa” – Decía Tania quitándole hierro al asunto.
De nuevo en el bus pero en la otra orilla y de nuevo a la lenta carrera del transporte pasando por sitios para recoger a más gente por los que no habían pasado a la ida. En la carretera, encontraron cualquier cosa que pudiera retrasar su marcha, desde tráfico a obras pasando por vacas cruzando la carretera. Todo parecía hecho a posta para retrasarles, hasta en la parada en medio del camino para desalojar vejigas y comer algo, el trozo de pizza que escogieron en un vitrina fue lo último en salir, incluso después de los menús más elaborados que muchos de los otros pasajeros de su bus habían pedido. Entrando ya en Irkutsk, el tráfico también resultó denso y el conductor, iba haciendo paradas en los diferentes hoteles de los distintos pasajeros. Tania miraba el reloj. Daban las tres menos dieciséis minutos y no sabían exactamente a cuanto estaban, ni la hora a la que cerraban la embajada los viernes, pero cabía la posibilidad de que tuviesen que dar algún visado a partir de las tres. Pero todo eran conjeturas y la única fuente en la que habían visto el horario, era en la web y decía que cerraban a la una de la tarde. De todas formas se pasarían por allí a probar suerte – “A ver si se bajan esas dos ya de una vez, que para coger dos mochilas no hace falta tanto rollo” – Se impacientaba esta vez Tania. El bus se volvió a parar y nadie se movía más que para ver quién se iba a bajar. El conductor se giró, les miró y les hizo señales para que se bajaran. Juan se acercó apresuradamente al conductor que le hablaba en ruso para decirle que ellos no iban a ese hotel, sino al hostal con el mismo nombre en otra calle. Pero no conseguía hacerse entender. Le enseño el móvil con un mapa y la dirección del hostal pero no estaba en ruso. El conductor cogió el teléfono, lo miró, lo giró, le dio la vuelta y cuando parecía que estaba sacando la tangente de “x” respecto la “y” Juan le cogió el móvil y gesticulando dijo – “Aquí no es mi niño, acercamos a la calle…” – Se calló pensativo – “… ¿Cómo cojones se llamaba la calle esa amplia del supermercado, Karlina, Lapina, Mierdina?” – Dijo girándose hacia Tania con la mano izquierda extendida – “Ehhhhh” – Empezó a decir Tania – “…¡Lenina Ulitsa!” – Gritó Tania eufórica. El conductor abrió la boca en gesto de entendimiento y empezó las maniobras para dar la vuelta en la calle más estrecha de toda Rusia. “¡Vamos hombre!” – Se desesperaba Juan sentado de nuevo al lado de Tania. Siete minutos más tarde, el bus dobló por una calle, siguió recto y volvió a torcer para salir a una calle amplia – “¡Ahí, ahí está el super! y la embajada está por esa calle de allá” – Brincó Juan sobre sus pies señalando a diestra y siniestra. Aunque los pasajeros y el conductor les decían que esa no era la calle Lenina, ellos saltaron a la acera, cogieron las mochilas que les bajaron tranquilamente del techo del bus y salieron pitando hacia la embajada bajo la atónita mirada de los allí presentes. “Esto me ha recordado a Pekín Express” – “Calla y sigue Juan a ver si hay suerte”. Pero al llegar, la puerta estaba cerrada. Tocaron fuertemente con sus nudillos una y otra vez, pero nadie abría la puerta. Con cara de hastío se miraron los dos y cuando estaban a punto de irse, la mujer de seguridad abrió la puerta y les dejó pasar. “I told you que revisarais la visa cuando os la di” – Dijo la misma mujer que les había atendido hacía unos días , “Ya, pero se me pasó por alto que mi apellido estaba mal, lo siento” – Contestó Tania con una sonrisa de culpabilidad – “No, si la culpa es mía que fui quién lo transcribió” – Contestó la mujer quitándole responsabilidad a Tania – “Con esto os van a poner pegas a la hora de entrar seguro, bueno, volved a las siete y lo tendréis listo ¿Hay alguna otra cosa mal?” , “No, no para nada, solo eso. Gracias, en unas horas volvemos” – Sentenció Tania. A las siete volvieron, les dieron de nuevo el pasaporte con la Visa corregida y regresaron al hotel a descansar luego de comprar comida prepara en el famoso supermercado.
Ya les quedaba tan solo un día y medio para irse de Irkutsk, lo que más les había gustado de todo el transiberiano e incluso de toda Rusia y que, sin duda, recordarían con cierto agrado pero ya resonaban las campanas anunciando nuevo destino…
Que pasada!Maravillosos relatos…. seguid así chicos! Eso hay que publicarlo en papel!!!jejeje un abrazo!!
AJAJAJAJA Ya me gustaría poder publicar… Buscaré cómo. Gracias por seguirnos.
Juan las fotos estan muy muy chulas. estaba pensando que mucjas revistas y webs compran fotos de este estilo. Las vas a poner a la venta? Llama al Natinal Geographic!
Esta vez no te voy a rechazar el comentario Franín jajajajaja. Oye ¿qué páginas son esas para vender las fotos?
Muy chulo todo
A seguir pareja estamos atentos a vuestras aventuras
Gracias Vicenta!!! nos gusta que nos leáis!!! MUAKS
Sigue escribiendo!!!
Hola buenas, Muchas gracias por seguirnos pero no sé quién eres y me intriga jajajajaja
Grande, te entran ganas de emprender una nueva aventura. Muchos ánimos! Si quieres publicar, de vez en cuando salen algunos concursos de relatos de viajes, nivel amateur, y el premiomuchas veces es una tira de publicaciones. Te puedes llevar unos 50-100 ejemplares editados y regalarlos o repartirlos en tus viajes para inspirar a otros. 😉
Dos fuertes abrazos!!
Wow tío no sabía nada de eso. Ya buscaré. Gracias!!!
Adriandoooo te puedes creer que acabo de ver tu comentario ahora? jajajaja gracias por los ánimos!!! y gracias por lo de los consejos de concursos de relatos. Un abrazoteeee y muchas acampadas fuera de pista jajajaja
increible!! que viajes os pegais….jeje
que envidia me dais! un besito
JAJAJAJA pues no será porque tú no te mueves poco jajajaja. Otro besillo!!!
Me lo paso fenomenal leyendo…jajaja. A veces es como si te viera…con las caras esas que pones…el pasillo del hotel da un miedito…parece que va a salir un niño corriendo en triciclo!!! Y…lo de la sauna…qué pasada!! lo importante es tener una idea…está claro.
Besos guapos
Realmente es muy divertido seguiros por esos mundos de Dios, sin movernos de la silla del ordenador… ¡Qué envidia!.
Nos podéis traer alguna araña para colgarla de la pared como recuerdo.
¡Qué pasada lo de la sauna! Habréis perdido algunos kilos ¿no?
Nos gustan esos comentarios poéticos sobre la noche y las estrellas y el colofón: «Voy a echar un meo» jaja.
Estad seguros de que quedamos a la espera de seguir viaje.