Pese a los chistes hechos durante la cena en casa de Franck acerca de la fiabilidad de la compañía aérea con la que volábamos, Nepal Airlines, el vuelo fue tranquilo. Vimos el Everest y toda la cordillera Himalaya desde las alturas y nos dieron de comer arroz con fuego (picaban la verduras un huevo).
Lo único malo fue un chino que teníamos detrás, que por lo que vimos no le gustaba volar y se escondía dentro de su plumífero con capucha y tras beberse un whiscacho nos echaba en aliento entre los asientos. Ni os hacéis una idea del aterrizaje que nos dio, ni de lo que corría de alegría por los pasillos del aeropuerto cuando llegamos.
El aeropuerto de Bangkok es increíble, pura modernidad, y tanto que son modernos, ellos ya van por el año 2555 regidos por el calendario budista en el que se empieza a contar desde la muerte de Buda Gautama y que lo datan en el año 543 ante de Cristo.
Lo realmente increíble era el calor húmedo y aún más increíble era la cola de inmigración que teníamos que hacer para que nos sellaran el pasaporte y poder salir.
Según la guía, teníamos que coger un autobús pero acabamos cogiendo un tren, el Sky-Train, que iba por encima de la ciudad mostrando toda su belleza, incluso de noche con todas esas luces.
Llegamos en un periquete a la última estación y nos bajamos con una pinta de guiris (o Farang para los Tai) que no podíamos esconder. Pero tened en cuenta que llevábamos casi dos meses en dos países en los que las ciudades como Bankok tan sólo se ven en la televisión, si los cortes de electricidad te lo permitían.
Para llegar a la carretera tuvimos que bajar unos tres pisos de hormigón puro y duro que cruza la ciudad por las alturas, de ahí lo de Sky-Train.
Las carreteras, de tres carriles, invadidas por una plaga de coches de colores, como la bandera del Orgullo, nos dejaban con la boca abierta por la existencia de señales de tráfico, semáforos y demás normativas para una mayor seguridad entre conductores y viandantes. ¡Hasta usaban los intermitentes! Nos sentíamos como Paco Martínez Soria en “El abuelo se va a la ciudad” o algo parecido.
Cogimos un taxi, de color rosa, craso error porque estos, por lo general, no suelen tener el taxímetro encendido y negocias un precio antes de subir, pero si no tienes ni idea de a donde te diriges exactamente pues siempre te cobran algo de más.
Llegamos al barrio de Khao San, barrio farang donde los haya. Un calco tailandés de Benidorm. Tenía mucho ambiente, restaurantes para todos los gustos, hasta puestos callejeros, tenderetes abiertos hasta tarde, y bares, un montón de bares. El hotel era un poco caro para lo que veníamos pagando, pero es que estaba muy bien. Salimos aquella misma noche a dar una vuelta y a empaparnos… de sudor a nada que movieras un poco el cuerpo. Aunque lo llevamos bastante bien, supongo que como es un sitio nuevo y con tantas cosas que ver y hacer que aguantas lo que te echen.
Las calles eran una orgía continua de luces, olores y música. Con un montón de personas con distintos propósitos y de distintos lugares del planeta. Una mezcolanza increíble.
Entre tanto puesto callejero de ropa y comida (que por cierto estaba muy buena y muy barata y se nos quitaron las tonterías de comer cosas de la calle; no nos pasó nada) encontramos un puesto de comida pero ¡qué comida!, cucarachas, grillos, gusanos, escorpiones etc… todo bien frito y con pinta de ser crujiente y hasta daban ganas de probarlo… ¡Anda ya!, ni de broma. De hecho la gente pasaba, miraba y se largaba. En los cuatro días que estuvimos por allí no vimos nunca a nadie comer eso. Intenté sacarle una foto pero Tania me señaló un cartelito en el puesto que decía: “20 THB per photo”. Hay que sacar pasta de donde sea.
Dormimos esa noche más a gusto que ningún día. La cama era dura, las sábanas limpias y aire acondicionado, ¡ah! y la ducha estaba separada del baño por una cortina, todo lujos.
A la mañana siguiente nos cambiamos a una habitación más pequeña y más barata que se quedó libre, igual de buena. Salimos a la calle para ir a uno de los embarcaderos que están dispersos a ambas orillas del río Chao Phraya que cruza toda la ciudad y en el que hay barco-buses para ir de un sitio a otro por un precio mínimo y ahorrarse tener que coger un tucktuc (que sólo cogen los turistas y les hacen la liada), taxis o buses urbanos que no pasan con tanta frecuencia debido al tráfico. Al doblar una esquina (estamos muy fuertes), Tania exclamó: “no puede ser, mira qué casualidad”. Alcé la vista y vi a un amigo de Las Palmas, Enrique, y a su novia, Conchi, que se daban la vuelta para volver sobre sus pasos al confundirse de calle. La grata sorpresa nos hizo a los cuatro quedarnos con cara de tontos. Alguna vez que otra, tanto ellos como nosotros, hemos bromeado con la idea de encontrarnos a alguien conocido, pero nunca pensamos que fuera a hacerse realidad.
Ellos habían llegado el mismo día que nosotros en distinto horario y estaban alojados en la misma calle. Venían de vacaciones un mes pero iban a estar tan sólo ese día en Bangkok porque querían visitar a una amiga que tenían en Camboya, lo cual hacía el encuentro más inverosímil de lo que ya era.
Como no tenían nada planeado y nosotros íbamos a conocer la ciudad nos fuimos todos juntos en el barco a ver el Wat Pho.
Este templo es reconocido como el primer centro público de educación y en algunas ocasiones como la primera universidad de Tailandia.
Aquí se encuentra el Budha más grande, creo que del mundo. Se trata del llamado Reclining Budha (Budha tumbado o yacente).
Un Budha dorado de 46 metros de largo por 15 de alto y en la planta de los pies tiene decorado en nácar los ciento ocho signos de representación de Budha.
La posición de esta figura representa la muerte de Budha o paso al Nirvana tras superar todos los niveles.
Pagamos con gusto una entrada a este recinto en donde flipamos con lo bien mantenido que estaba y con la arquitectura de estos templos tan coloridos y con sus esculturas tan bien hechas.
En este monasterio hay mucha tradición naturista que se refleja en el Pabellón de la Medicina en donde vimos representaciones gráficas de los puntos del cuerpo donde aplicar los masajes.
Aunque hiciera un sol de justicia y un calor abrasador dentro de los templos, disfrutamos mucho de este precioso sitio, que ostenta el record de mayor número de figuras de Budha.
Al salir decidimos ir al pintoresco Chinatown y perdernos por esas calles que tanto nos habían recomendado. Lo malo es que decidimos ir en Tuc-tuc por ver cómo era y fue lo que suponíamos… un timo. Menos mal que negociamos 200 THB por ir los cuatro, porque él tío nos pedía 800 THB y encima nos dejó a veinte minutos a pie del barrio chino (ahí el timo). Pero bueno como íbamos de charreta pues no nos importó tanto, una experiencia más.
En Chinatown, a parte de lo obvio, también viven tailandeses de origen chino. Allí han traído todas sus costumbres, comercios y templos. Es un barrio increíble donde encuentras de todo.
Los farolillos rojos decoran un sin fin de calles estrechas en donde cada hueco está estratégicamente destinado a un comercio. Había veces que teníamos que pasar de uno en uno e ir esquivando motos y chinos con carretas cargados hasta las orejas. Lo difícil de esta zona es encontrar a alguien que hable o chapurree inglés pero con el lenguaje internacional de los gestos llegas a todas partes.
Comimos, tarde, en un restaurante de comida china (allí lo llaman sólo comida) en donde si no. Hubiera sido gracioso encontrar uno en el que pusiera: “Plato del día, Paella Valenciana”, pero no se dio el caso, lástima. El sitio era enorme y la carta de lo más variada, pero pedimos lo típico para no arriesgarnos a comer algo que nos sentara mal. Sobre todo a mi, con la mierda de la alergia al marisco, que por cierto, llevamos todos los días la inyección de adrenalina que me recomendó llevar la doctora para casos chungos. Ya me podía haber mandado un antihistaminico como siempre, pero bueno espero no tener que usarlo.
Una cosa que me llamó mucho la atención no ver, fue al típico grupo de mil chinos con sus mil mascarillas y sus mil cámara de fotos. Es más, de todos los chinos que habían, no vi ninguno con cámara, fíjate.
La calle principal, atestada de coches, carteles enormes y luces por doquier cuando cayó la noche, era una maravilla. Los restaurantes cobraban aún más vida a esas horas.
Exhibían sus mejores peces en acuarios enormes para que los vieras y escogieras, hasta vimos aletas de tiburón secándose o preparándose para hacer la famosa sopa.
Volvimos a casa otra vez en tuc-tuc pero habiendo negociado un precio más justo y cerciorándonos de que nos llevaba por el buen camino y que nos dejaba donde queríamos. Nos tomamos un refrigerio por el barrio, fuimos a un ciber y nos dimos un masajazo en los pies, piernas y cuello en un puesto callejero que nos dejó como nuevos. Nos despedimos de nuestro amigos, deseándoles un buen viaje y nos fuimos al hotel exhaustos, porque esta ciudad con este clima agota a cualquiera.
Domingo, buen día para ir a ver un mercado, Chatuchak (weekend Market). De hecho, el fin de semana, son los únicos días que puedes ir a verlo. Es un mercado de una extensión enorme y en el que más que ir a comprar se va a disfrutar del ambiente, de la gente que hay y a aguantar el calor a base de zumos de frutas tan típicos de esta ciudad.
Estuvimos esperando un bus que no venía. Durante la espera, conocimos a un australiano, que menos mal que sabía algo de español porque madre mía que manera de hablar inglés, qué jerga, no se entendía ni él. Estaba esperando el mismo bus para ir, como nosotros, a coger el Sky-Train.
De modo que compartimos un taxi. El tío era muy majete un tío de mundo (pasó por todos los continentes) y nos dio algunas indicaciones de cómo movernos por Bangkok.
El mercado es un lugar de pasillos interminables, un lugar con mucha vida y con gente muy diferente, un lugar que engancha y que por mucho que llevásemos allí pateándolo seguías con ganas de ver más.
Venden ropa, artesanía, fruta, comida, animales (a los que no se les puede sacar foto, directamente) hay gente que pide haciendo espectáculo, vendiendo trucos de mágia etc…
Lo disfrutamos mucho y comimos muy bien de picoteo en varios puestos.
De ese mercado callejero fuimos a ver lo totalmente contrario, que también tiene fama, el mayor centro comercial que hemos visto, el Siam Paragon.
Es como un enorme Corte Inglés de no se cuantas plantas con todo tipo de productos de calidad y originales. Con un aire acondicionado que se agradecía mucho. Preguntamos precios de varias cosas para ver cómo estaba la relación con los precios españoles y resultó estar más caro. Lo que realmente nos llamó la atención fue que en un stand de perfumes nos atendió una chica de rasgos faciales muy bastos y marcados, alta y un tanto corpulenta. Los travestis o transexuales están a la orden del día y están muy integrados en la sociedad, desempeñando trabajos normales, cosa que en España es algo difícil pues no está muy bien visto. Hay algunos que si no prestas atención a pequeños matices no te das ni cuenta. Por lo general los tailandeses son gente menuda (o menuda gente son), bajos (habló el alto) y de complexión delgada, pero algunos transexuales suelen ser bastante grandes y de espaldas anchas.
En frente de este mega centro encontrabas a su antagonista, el MBK, otro centro comercial en el que podías encontrar lo mismo pero falsificado, de una manera que no te darías cuenta de cual es el original y encima a precios súper económicos.
Es famoso por tener una planta destinada a productos fotográficos y tecnológicos muy extensa. Tras flipar con una tienda de canon en la que me dieron ganas de dejarme la pasta pero en la que Tania me puso los pies en la tierra, menos mal, sacamos unas cuantas fotos de la zona y nos volvimos en un bus de línea.
Como nos había gustado tanto Chinatown, no habíamos visto aún la entrada principal y había un templo que queríamos visitar justo al lado de esta puerta, decidimos matar tres pájaros de un tiro e ir en un barco-bus hasta la parada del barrio chino la visita.
La Chinatwon´s Gate era una puerta cuadrada de unos quince metros de altura en el centro de una rotonda. Alrededor de la puerta se podían leer en unas tablillas de mármol la historia de la puerta así como la historia del barrio chino. Pero la lectura de estas tablillas era difícil debido al desgaste de las letras y a que eran un montón y aquella mañana no teníamos el cuerpo muy inglés.
La verdad es que hay veces que nos levantábamos menos receptivos con el idioma y no había muchas ganas de afinar el oído o sacar punta a la lengua por lo que evitábamos, en medida de lo posible, directa o indirectamente, el tener que hablarlo y el encontrarse a alguien que hablara español era una grata sorpresa.
Seguidamente fuimos a ver un templo en el que vimos el gran Budha dorado.
Un budha de tres metros de altura y cinco toneladas de peso. Fue moldeada allá por el siglo XIII. Según parece es de oro macizo pero permaneció durante unos siglos recubierta de escayola hasta que en un traslado se fracturo y vieron que era por dentro de oro. La verdad es que es espectacular.
Bordeando el templo encontramos a un hombre que se quedaba delante de una gran tinaja de metal con los ojos cerrados para luego arrojar una moneda al interior de la tinaja. Nos comentó que se suelen cerrar los ojos delante de la tinaja, pensar un deseo y tratar de meter en el interior de la tinaja con los ojos aún cerrados una moneda. Si aciertas tu deseo se cumplirá. Tania acertó y yo fallé, lo curioso fue que ambos deseamos lo mismo en el que nos incluíamos a los dos en el deseo, de modo que esperamos que se cumpla.
En nuestro ultimo día en Bangkok antes de irnos hacia las islas del sur de Tailandia decidimos ir a ver un templo a orillas del rio, el Wat Arum o Templo del Amanecer.
Volvimos a coger el barco-bus pero nos pasamos de parada y cogimos el que iba en sentido contrario, lo malo fue que pasó la revisora, le dimos los billetes y mirándolo con mala cara nos lo tiró al suelo del barco mientras repetía: “Certiiiii Baaaahts” Tania intentó coger los billetes del suelo mientras yo trataba de explicarle lo que nos había pasado pero a parte de casi pisarle la mano a Tania para que no los cogiera no me hacía ni caso y seguía repitiendo: “Certiiiii Baaaahts”. Qué asco de mujer. Qué tía más repelente y encima con un tono de voz que hacía chirriar los oídos: “Certiiii Baaaaahts” de buena gana le abría pegado un empujón y la habría mandado con su gordo culo al fondo del rio, pero cuando me quise dar cuenta Tania le pagaba los “Cretiiiii Baaaaahts” de las narices para que se callara de una vez. Me dio tanta rabia esa mujer que cuando la recuerdo aún me hierve la sangre. Una mujer española que se encontraba en el barco, nos comentó que también había tenido problemas con ella. Parece ser que no le hacían mucha gracia los turistas, pero se tendrá que fastidiar o cambiar de trabajo para no tener que verlos.
Tras este desagradable encuentro llegamos al Wat Arum, un templo de setenta y nueve metros de un estilo arquitectónico llamada Prang, construido a base de platos rotos de porcelana china.
La construcción es increíblemente detallista e increíblemente bonita y se puede subir hasta bien arriba por unas escaleras bien empinadas que hacen tener un poco de vértigo hasta al más pintado, pero tenía que subir, Tania se quedó abajo.
Las escaleras del tramo final son realmente vertiginosas pero atraen y piden que subas y que disfrutes de las maravillosas vistas que se brindan desde lo alto.
Allí arriba hay una tela que rodea el último pináculo para que la gente escriba en ellas lo que le apetezca pero que suelen ser deseos. Escribí por los dos.
Hay un total de cuatro telas rodeándolo y todas escritas por los cientos de personas que han dejado inmortalizadas sus palabras hasta en el último rincón.
Lo más peligroso de estar ahí arriba era bajar y no por las escaleras en si, si no por la cantidad de gente que baja con más miedo que siete viejas y que en muchas ocasiones taponan la bajada.
Con lo poco que pudimos visitar en cuatro días en una ciudad en la que hay mucho que ver, fue más que suficiente para quedarnos prendados de esta maravillosa urbe que brinda un montón de posibilidades a todo el que venga a empaparse de su sudor, a rodearse de su gente, a andar por sus calles y hasta a pagar los “Certiiii Baaaahts” de rigor, pero que para nada empañan los cristales de nuestras gafas de sol para no ver más allá de una ciudad tan cosmopolita y con tantas posibilidades como es Bangkok.
Como mola! Por qué no contáis lo de la aventura con el travesti??
Besos
QUÉ GUAPAS LAS FOTOS!! Me encantan! Cuándo vengáis me enseñarás un par de cosas,verdad?
Lo de encontrarse gente en los viajes es brutal, yo me encontré en un carrefour en Transilvania, en un pueblo a un cocinero de Tinajo!
Los papis vienen en Junio! Yuhuuu! Y Chemi pasado mañana…yuhuuu!
Besitos
Para romper un poco la imagen chula que has narrado de la ciudad, voy a añadir un par de detalles.
La contaminación es épica.
Y hay un olor omnipresente muy chungo.
Aun así Bangkok mola mucho.
Como siempre, que bueno leerte.
Entiendo lo de la contaminación y lo del olor y es de destarcar pero a nosotros no nos pareció tanto pues veníamos de otros sitios más contaminados y con peores olores jejeje.
Cuanto tiempo estuvisteis por Tai?
Qué bueno que nos leas. GRACiAS POW
que bonito el templo de vajilla rota…eso es reciclar cojones!!!…y aquí nosotros hacemos barquitos para los nenes con botellas de coca cola…que no se pueden mojar porque las decoran con papel y temperas.
A la sra esa del barco-bus tendríais que haberla tirado el dinero al suelo y gritar ahora te peas al agacharte guarra!!!
sobre lo de tus amigos…el mundo es un pañuelo y tu eres mi moco preferido!!! que suerte habéis tenido. los bichos están a la orden del día pero hay que ver lo que deben costar si ya cobran hasta por foto, lo de los bichos va por los de los canastos en los puestos de comida eh no por vuestros amigos…
Bueno seguiré leyendo a ver si puedo cogeros el ritmo antes de que se despierte la cabrilla, besos